Dinamizado por las iniciativas conectivas de
Roberto Merino, había postergado el tratamiento de otros problemas que
aparecieron en el curso de la lectura de Robert Walser, que escribió un poema (Délacroix) en 1930, publicado por
Zoe/Poche (2006) en una selección que bajo el título “Historias de imagen” reproduce en la página
44 una fotografía en colores de “La libertad guiando al pueblo”.
En su taller de París, Eugenio Téllez [1]posee
un cuadro que en un costado (inferior izquierdo) ha pintado un marco con un
caballete de pintura en el momento que ambos estallan en pedazos. Ya lo he
mencionado en una columna anterior. En francés, la escena adquiere un valor
distinto a si fuera en español: le
chevalet brisé (el caballete quebrado). Un pequeño deslizamiento de letra conduce
a la frase le chevalier brisé (el
caballero quebrado), que se asocia a un título de Leonardo Sciascia. En su
tesis de maestría Francesca Lombardo dedica unos capítulos a trabajar sobre la
figura del chevalier d´industrie, que
se traduce como aventurero, malicioso, ladronzuelo, cuentero, mitómano; en definitiva,
“un chanta”. Sin embargo, el marco y el caballete se disponen a perturbar con
su industriosidad, un área de estallido cuyo origen ha estado en el revolver
que sostiene en una de sus manos, la figura del habilidoso pintor.
¿Por qué sabemos que es un pintor? Simplemente,
porque en la mano contrariada sostiene un pincel. Me he resuelto buscar
correspondencias con autorretratos de pintor con un pincel en la mano, sin
olvidar las caricaturas de pintores frente a un caballete, pero que seguían
pintando fuera de la viñeta e interceptaban otros campos gráficos, como los que
recuperaba Mario Navarro cuando realizaba la serie The new ideal line, que era una ficción sobre las restricciones de
las líneas de fuga, pero en los años noventa, cuando ya se repetían las
tonteras de los ochenta. Sin embargo, todo eso quedaría impune.
Así también, no puedo des/considerar un momento
pictográfico magistral que aparece en una gran tela de Juan Domingo Dávila, de
la que Gaspar Galaz posee (absolutamente) toda la documentación en
diapositivas, en la que se exhibe a un pintor chileno portando en la mano un
pincel fláccido, que viene de eyacular … pintura. El caso es que todo el expresionismo chileno
de los ochenta parece ser una extensión de la enseñanza de unos académicos
mayores, que los habían colocado en la senda imaginal de la transvanguardia
italiana, mientras los conminaban a comportarse como Pollock, al que solo tendrían acceso por la fotografía en
portada de un número antiguo de Life.
Así las cosas, el chevalier brisé se transformó en peintre brisé (pintor quebrado), y se propuso abordar la ruptura de
sus propias condiciones. Pero estaba quebrado en un sentido financiero:
requería de un administrador de quiebra. Esa es la traducción de curatore, en términos jurídicos; es decir,
un administrador de falencia.
Robert Walser escribió: bajo los pliegues del vestido de la mujer, el suelo está sembrado de
cadáveres. La verdad está siempre en
los pliegues. Jean Clair -de quien
Achille B. Oliva decía que tenía una concepción depresiva de la corporalidad- se preguntará: “¿Cómo resucitar a los muertos
después de los campos?”.
Eugenio Téllez vino a conocer el bajo fondo de
dicha pregunta en 1960. La segunda guerra había terminado hacía quince años. Algunos
cuadros del FLN realizaron viajes gracias un audaz extravío de pasaportes. No
sé si me explico. ¿Y qué pasaba en Santiago? Eugenio Téllez abandona la
enseñanza que le brindaba la Facultad para no tener que regresar. De ahí que lo
principal de su formación se haya realizado entre 1960 y 1965, en el Taller de
Hayter, no como grabador, sino como pintor.
Eugenio Téllez, desde entonces, pinta como la
expansión de un tipo de grabado ya pictorizado. Pero sigue siendo massier
y se consolida luego como asistente privilegiado de Hayter, que lo hace
ocuparse de la impresión de los pedidos
de algunos de sus amigos, Duchamp, Severini, entre otros. La figura del pintor
quebrado data de esa época. Antes que –no diré quienes- inventaran el arte latinoamericano de Paris. Es decir, el Paris de “Le joli mai” de Chris
Marker, película que nadie puede ver, en el Chile de la pre-reforma agraria y
de la pre-reforma universitaria. Esa es la película del fin de la guerra de
Argelia. En Santiago ese no era un tema. Nunca los “grandes temas” fueron tema. Era el final del gobierno de
Alessandri y los jesuitas ponían “su” lema en las páginas de revista Mensaje: “¿reforma o revolución?”.
Ese es el París en que Eugenio Téllez[2]
se encuentra con Juan Downey, en el metro, y éste le comunica que se va, “porque-en-París-no-pasa-nada”.
Tiempo después, Hayter va a recomendar a Téllez para que haga clases en
Illinois. Desde ahí, después, pasaría al Canadá. Venía de lejos. Para llegar,
tuvo que provenir de una familia que ocultaba su proximidad con Durruti.
Forzado a salir, la vez primera, no tuvo que
esperar para ser conminado a hacerlo una segunda. El mismo se erradicó, con la
promesa de nunca volver la vista atrás. Hasta que vino el golpe militar. Nueva
York ya había ganado la segunda parte de la Segunda Guerra, que era la guerra
cultural. Había logrado desplazar el eje del arte moderno.
¿Y como se gana o se pierde una guerra cultural?
¿Cuál es la guerra en 1960? En pintura chilena, por cierto. El signismo de
Balmes y compañía limitada proviene de una tendencia hispana. Pero él se va con
sus colegas –todos profesores- a Madrid, para regresar a “hacer clases” como
único horizonte.
Eugenio Téllez y Enrique Castro Cid son los
“alumnos” que copian las revistas donde aparecen los signistas italianos que
son presentados en Chile. Siempre escuché hablar de esa gran exposición
italiana. Hay que estudiarla. Es posible que aparezca todo eso en las reseñas
de la Revista de Arte del año 1958. Solo
era un juego para tener que demostrar que había
que abandonar el país, sobre todo, para no tener que regresar.
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