El libro de Fernando Venegas, “Violeta Parra en Concepción y
la frontera del Biobío: 1957 – 1960” recientemente publicado por la Universidad
de Concepción con el apoyo del CNCA viene a demoler dos prejuicios
santiaguinos. El primero, según el cual los historiadores del arte serían quienes habrían recuperado las
crónicas periodísticas como fuentes para
la historia; el segundo, que reducía la existencia de “arte y política” a un género,
poco menos que inventado en los años ochenta, para dar cuenta de la preeminencia
de un grupo de obras plásticas en la escena artística, y que tendrían por
efecto la supuesta renovación de prácticas que se han dado en llamar
“insubordinadas”. En verdad, ya me he
referido a la base argumental y a la trama política bajo las cuáles estos
prejuicios se han instalado en la “joven crítica” santiaguina, desconociendo la
especificidad de contextos y declarando una primacía metodológica que encubre,
si no, algún tipo de ignorancia, al menos una evidente “mala fe” analítica.
Sin embargo, los prejuicios mencionados solo circulan en el
reducido coto privado de caza en que se ha convertido el comentario académico
de la glosa. Lo que este libro viene a
consolidar es el esfuerzo de las escrituras
que trabajan sobre las
condiciones locales de escritura, no solo de la historia social, sino de la
literatura y de las instituciones de
reproducción del saber. En este sentido,
Violeta Parra sería un hilo conductor para el estudio de los efectos que tuvo
en la organización de la cultura chilena contemporánea la “política cultural”
llevada a cabo por la rectoría de David Stitchkin en la Universidad de
Concepción, justamente, en la coyuntura de 1957-1960. Hilo conductor que sería un síntoma
indicativo de la singularidad de un formato de intervención institucional, como
las Escuelas de Temporada, en el seno de un gran aparato de Extensión
Universitaria. Pero todo esto solo permite el acceso a un contexto
complejo, en el seno del cual, el arribo de Violeta Parra constituye un momento
de relevancia mayor que sobrepasa el rol atribuido, obligando a Fernando
Venegas a abordar la reconstrucción del
diagrama de trabajo de la artista.
Cuando se dice que un investigador se ve obligado a
enfrentar un problema, se omite los antecedentes por los cuáles el problema se
constituye. Obligación que responde, en suma, a los obstáculos que la propia
historia local plantea, como es el caso de la posición de la cultura popular en
la mencionada coyuntura y del creciente proceso
de “descampesinación” en la
región, que “no va a significar necesariamente la pérdida de esa cultura
campesina” (Venegas, 213) en cuyo
rescate y conservación Violeta Parra jugará un rol determinante. Justamente,
ese era el temor que la asolaba: la pérdida de un canto. ¿Y cómo va a enfrentar ese desafío? Recuperando la palabra y el canto en el
momento de su mayor amenaza. Ya con solo eso, Violeta Parra ocupa un lugar en
lo que hoy día podríamos denominar “historia patrimonial” chilena.
El gran aporte de este libro reside en el hecho de contextualizar
la fase de creación poética propiamente tal, que proviene del profundo
conocimiento que la artista adquiere de las formas tradicionales del folklore y
de los sedimentos de la cultura campesina que proviene de la labor misional
tanto franciscana como jesuita, forjados
desde fines del siglo XVIII. Pero
además, en el método, realizado como corresponde, tanto en el trabajo de
archivo de la prensa local como de las entrevistas a personalidades relevantes
y su puesta en perspectiva, proporciona elementos de gran riqueza para realizar
el análisis de contexto.
En algún momento he sostenido que solo hay escena local
cuando se articulan tres elementos: universidad local, clase política local y crítica local. Lo
local pasa a ser una construcción analítica que proviene de la articulación de
estas tres instancias de producción de subjetividad.
Cuando me refiero a la existencia de una crítica local me
refiero a la existencia de una producción específica de comentario, de la que
Violeta Parra será un objeto privilegiado entre la mitad del año 1957 y la
primera mitad del año 1958. Existen a lo menos tres soportes de prensa en donde
su palabra es difundida, transcrita y analizada: El Sur, Crónica y La Patria, en Concepción;
La Discusión, en Chillán. En este
terreno, Fernando Venegas logra trabajar una discursividad a la que le saca un
gran partido analítico, a partir del empleo del concepto de sociabilidad, que
le permite dar cuenta de las operaciones efectivas que tienen lugar en un
espacio social determinado y que da cuenta de la filigrana formal y profesional en que tiene lugar la actividad de Violeta Parra, en el
Concepción de 1957 a 1960.
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