jueves, 11 de enero de 2018

DESAFÍOS CULTURALES Y ETICA DE LA CREACIÓN.


 Siguiendo de cerca las mutaciones que experimentan las jerigonzas que se ocupan del destino de los equipamientos culturales, El Mercurio, como “organizador colectivo”, iba a decir, de la cultura, ofrece un amplio menú. Por un lado, el domingo pasado publica opiniones de diversos actores sobre un tema que pone ansiosa a mucha gente. Pero no se trata más que de la habitual y aparentemente  ingenua recopilación de  protocolos de deseo, que tiene el objetivo preciso de servir de “caza-bobos”. El problema real de los desafíos de la cultura en Chile están en otro lugar. Y por de pronto, no se reducen al rango de participación administrativa del Estado, en la condición que fuere.

Por otro lado, en el día de hoy, en la estratégica y decisiva doble-página  que fija el rango de lo pensable respecto del nuevo escenario, la cultura aparece puesta en escena desde otra perspectiva, que nadie podría calificar de reductiva, porque no reproduce la cantinela pontificadora con que los documentos del CNCA ya nos tiene acostumbrados, y que parten todos describiendo cómo huir del fantasma de la des/inclusión y cómo colmar las vulnerabilidades de rigor que parecen fundamentar las políticas públicas. Uno supone que éstas apuntan a intervenir en el conjunto de las sociedad, o mas bien, en “la sociedad en su conjunto”, y no simplemente en sectores calificados como vulnerables. A menos que consideremos desde ahpra que es la “sociedad en su conjunto” la que está vulnerabilizada, y que por eso, se hace necesario restablecer la confianza en las políticas de reparación simbólica.

Lo curioso es que a días de la resolución de la Justicia acerca del destino del Mall Baron, en Valparaíso, la Asociación de Desarrolladores Inmobiliarios publica una declaración  que resitúa el debate cultural, porque lo sitúa directamente en la primera línea de trato relacional con los habitantes. Primera vez que leo una declaración de esta envergadura en que se reconoce que el desarrollo inmobiliario debe  ser consciente del entorno.  Lo cual significa aceptar que hasta la fecha, no era una realidad. La adquisición de dicha consciencia implica un cambio cultural en las maneras de concebir el negocio del desarrollo, porque esta declaración es una llamado contra la  voracidad.  Ese es el gran cambio: desterrar la voracidad. Es lo que el “pueblo” deseaba, en los textos de Maquiavelo: no ser dominado por los Grandes.  ¿Y cuando los Grandes son conscientes de dicho dominio, que hacen? Renuncian. La consciencia es una renuncia. Ya lo dije: renuncia a la voracidad. Incluso: la voracidad de la mirada. Eso es acoso.



Regreso a la nueva consciencia de los desarrolladores, que se traduce en el reconocimiento de tres ejes de trabajo: ordenamiento territorial,  gobernanza urbana y participación ciudadana. Nada que no se esté haciendo ya, en gran medida, a través de la experiencia de jóvenes arquitectos y desarrolladores de Valparaíso, que desde hace años han estado trabajando esta idea de  “desmantelamiento de voracidad” respecto del entorno, dando curso a experiencias de participación ciudadana complejas, contradictorias y  no exentas de conflictividad.

No soy optimista, sino realista crítico, porque puede que me digan que todo esto llega muy tarde y que es preciso desconfiar de los desarrolladores, porque cuando cambian de estrategia de ventas es porque de todos modos, lo único que les preocupa es el desarrollo del mercado.  Si, si, todo eso puede ser. Incluso, entendamos que la nueva consciencia es tan solo el producto de una  nueva lectura de las dificultades del propio mercado, que se recompone a condición de elaborar un discurso sobre la necesidad de desinflamiento de la voracidad  pulsional constitutiva de los negocios.  Sin embargo, hay dos hechos nuevos: el primero es la enunciación inédita del problema; el segundo es la propuesta de tres ejes de trabajo.

En la misma doble-página, como he señalado, aparece otra columna relativa a los desafíos  de las políticas culturales, en unos términos que renuevan el arsenal de argumentos ¡en favor de la creación artística!  Si hay una cosa que ha sido castigada por la ideología culturalista de la Concertación/Nueva Mayoría en Cultura, ha sido la creación. Todo está puesto en el activismo, la compensación y los subsidios encubiertos.  Todo está puesto en la propuesta de una “política de desgaste” de los nuevos desafíos. El mal proyecto de ministerio es un programa de gobierno implícito, que tendrá que poner en pie el próximo gobierno.  Es un gol de media cancha tan explícito que no da ni para celebrar audacia alguna. 

Pero la columna “Desafíos en políticas culturales” insiste en decir, que el problema crucial de la política no reside donde “ellos” quieren que resida;  en el desgaste de montaje del nuevo ministerio,  ni tampoco en la inflación de infraestructura que inaugura centros que carecen de modelo de gestión; sino en cómo responder a las demandas de una ciudadanía globalizada de manera a fortalecer el profesionalismo y acrecentar la capacidad instalada que se debiera traducir en mayor calidad y alcance público.   



Lo anterior es una declaración  que debe ser tomada en cuenta, como otro polo de los que han declarado por desarrolladores inmobiliarios, y que apunta no solo a legitimar el financiamiento mixto, sino sobre todo, apunta a afirmar la primacía de la creación artística. Finalmente, es lo que mas se distancia de un ministerio de propaganda y  de una oficina de relaciones públicas de un gobierno, como lo ha hecho ineficazmente Ottone, porque se da por entendido que la creación fija los rangos de calidad y pertinencia de las decisiones formales y de sus efectos éticos y estéticos.


Entonces, resumo: consciencia del entorno y  exigencia formal (calidad creativa) son dos exigencias planteadas como desafíos para la “nueva institucionalidad”; porque en sentido estricto, no se trata de que ésta responda a estas exigencias, porque no está diseñada para eso, y en eso consiste la trampa, la bomba de efecto  retardado que nos deja esta administración saliente. A lo que apostamos, en definitiva, es a la institución de una creatividad cuyos efectos estéticos  sean señales  de transformación de las prácticas.  Solo existe una política cultural (política pública)  coherente en la medida  que su diagrama ya haya sido anticipado por una ética de la creación. 

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