Por otro lado, en el día de hoy, en la estratégica y
decisiva doble-página que fija el rango
de lo pensable respecto del nuevo escenario, la cultura aparece puesta en
escena desde otra perspectiva, que nadie podría calificar de reductiva, porque
no reproduce la cantinela pontificadora con que los documentos del CNCA ya nos
tiene acostumbrados, y que parten todos describiendo cómo huir del fantasma de
la des/inclusión y cómo colmar las vulnerabilidades de rigor que parecen
fundamentar las políticas públicas. Uno supone que éstas apuntan a intervenir
en el conjunto de las sociedad, o mas bien, en “la sociedad en su conjunto”, y
no simplemente en sectores calificados como vulnerables. A menos que
consideremos desde ahpra que es la “sociedad en su conjunto” la que está
vulnerabilizada, y que por eso, se hace necesario restablecer la confianza en
las políticas de reparación simbólica.
Lo curioso es que a días de la resolución de la Justicia
acerca del destino del Mall Baron, en Valparaíso, la Asociación de
Desarrolladores Inmobiliarios publica una declaración que resitúa el debate cultural, porque lo
sitúa directamente en la primera línea de trato relacional con los habitantes.
Primera vez que leo una declaración de esta envergadura en que se reconoce que
el desarrollo inmobiliario debe ser
consciente del entorno. Lo cual
significa aceptar que hasta la fecha, no era una realidad. La adquisición de
dicha consciencia implica un cambio cultural en las maneras de concebir el
negocio del desarrollo, porque esta declaración es una llamado contra la voracidad.
Ese es el gran cambio: desterrar la voracidad. Es lo que el “pueblo”
deseaba, en los textos de Maquiavelo: no ser dominado por los Grandes. ¿Y cuando los Grandes son conscientes de
dicho dominio, que hacen? Renuncian. La consciencia es una renuncia. Ya lo
dije: renuncia a la voracidad. Incluso: la voracidad de la mirada. Eso es
acoso.
Regreso a la nueva consciencia de los desarrolladores, que
se traduce en el reconocimiento de tres ejes de trabajo: ordenamiento
territorial, gobernanza urbana y
participación ciudadana. Nada que no se esté haciendo ya, en gran medida, a
través de la experiencia de jóvenes arquitectos y desarrolladores de
Valparaíso, que desde hace años han estado trabajando esta idea de “desmantelamiento de voracidad” respecto del
entorno, dando curso a experiencias de participación ciudadana complejas,
contradictorias y no exentas de
conflictividad.
No soy optimista, sino realista crítico, porque puede que me
digan que todo esto llega muy tarde y que es preciso desconfiar de los
desarrolladores, porque cuando cambian de estrategia de ventas es porque de
todos modos, lo único que les preocupa es el desarrollo del mercado. Si, si, todo eso puede ser. Incluso,
entendamos que la nueva consciencia es tan solo el producto de una nueva lectura de las dificultades del propio
mercado, que se recompone a condición de elaborar un discurso sobre la
necesidad de desinflamiento de la voracidad
pulsional constitutiva de los negocios.
Sin embargo, hay dos hechos nuevos: el primero es la enunciación inédita
del problema; el segundo es la propuesta de tres ejes de trabajo.
En la misma doble-página, como he señalado, aparece otra
columna relativa a los desafíos de las
políticas culturales, en unos términos que renuevan el arsenal de argumentos ¡en
favor de la creación artística! Si hay
una cosa que ha sido castigada por la ideología culturalista de la
Concertación/Nueva Mayoría en Cultura, ha sido la creación. Todo está puesto en
el activismo, la compensación y los subsidios encubiertos. Todo está puesto en la propuesta de una
“política de desgaste” de los nuevos desafíos. El mal proyecto de ministerio es
un programa de gobierno implícito, que tendrá que poner en pie el próximo
gobierno. Es un gol de media cancha tan
explícito que no da ni para celebrar audacia alguna.
Pero la columna “Desafíos en políticas culturales” insiste
en decir, que el problema crucial de la política no reside donde “ellos”
quieren que resida; en el desgaste de
montaje del nuevo ministerio, ni tampoco
en la inflación de infraestructura que inaugura centros que carecen de modelo
de gestión; sino en cómo responder a las demandas de una ciudadanía globalizada
de manera a fortalecer el profesionalismo y acrecentar la capacidad instalada
que se debiera traducir en mayor calidad y alcance público.
Lo anterior es una declaración que debe ser tomada en cuenta, como otro polo
de los que han declarado por desarrolladores inmobiliarios, y que apunta no
solo a legitimar el financiamiento mixto, sino sobre todo, apunta a afirmar la
primacía de la creación artística. Finalmente, es lo que mas se distancia de un
ministerio de propaganda y de una
oficina de relaciones públicas de un gobierno, como lo ha hecho ineficazmente
Ottone, porque se da por entendido que la creación fija los rangos de calidad y
pertinencia de las decisiones formales y de sus efectos éticos y estéticos.
Entonces, resumo: consciencia del entorno y exigencia formal (calidad creativa) son dos
exigencias planteadas como desafíos para la “nueva institucionalidad”; porque
en sentido estricto, no se trata de que ésta responda a estas exigencias,
porque no está diseñada para eso, y en eso consiste la trampa, la bomba de
efecto retardado que nos deja esta
administración saliente. A lo que apostamos, en definitiva, es a la institución de una creatividad cuyos efectos estéticos sean señales de transformación de las prácticas. Solo existe una política cultural (política
pública) coherente en la medida que su diagrama ya haya sido anticipado por
una ética de la creación.
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