El malestar de las escuelas de arte y los celos atávicos,
tribales, arcaicos, que animan la escena de arte en su conjunto, reproducen
una situación de la que no se debe ya esperar nada.
Las escuelas forman parte de la escena bajo
la configuración de un mercado de la
docencia. No es más que eso. En Chile
funcionan, más mal que bien, unas
catorce escuelas. Y ese número no se traduce en una mejor colocación del
arte chileno en la escena internacional.
Ni tampoco se traduce en una mejor condición de vida de los profesores
de arte y artistas locales que mantienen
en regiones una tasa mínima de institucionalización de las prácticas. Hago mención a una preocupación que ha sido
constante a lo largo de mi trabajo; a saber, la articulación de la
internacionalización y el fortalecimiento de las escenas locales, como polos de
un mismo proceso.
A lo anterior se suma que las escuelas solo inciden parcialmente en
los destinos de colocación de sus
egresados. Resulta patética la experiencia
de escuelas exponiendo en galerías, donde
los docentes “hacen vivir” a
los egresados una ficción de ingreso en
el mercado real. Hay escuelas que disponen de un museo para
exhibir -por secretaría- las producciones
de sus licenciados, diplomados y
magister(s). No significan nada más que la satisfacción de haber llegado a un
museo por la vía de la extensión de la docencia.
Los estudiantes de la Chile, por poner un caso, simplemente participan del
rencor anti-mercadista de sus profesores
más eminentes. Todo -en ellos- no es más que un clamor por el restablecimiento
del Estado providencial. Sus profesores ya no tuvieron carrera. Ya no hay nada que
hacer. No inscriben a nadie y no se
inscriben en nada. Es una escuela que forma derrotados-orgullosos-de-serlo.
La escuela de la PUC,
por su parte, pasó a ser la matriz referencial para todas las escuelas de universidades privadas. La merma de transferencia es un punto
relevante en la descripción de la miseria de la enseñanza. Al menos
inventó dos formatos que han
pasado a estructurar un campo de docencia, no un campo
de arte. Es decir, un campo
subordinado y preparatorio, a la vez, de una gran inadecuación que se traduce,
al final de cuentas, en un gran fraude a nivel de las ofertas implícitas en
los folletos de promoción
universitaria.
Esta es una hipótesis que trabajé desde mediados de los años
noventa en Valparaíso, a través de una publicación local que tenía el nombre de
El Colector, y que estudiantes de la
UPLA enviaban por fax a las oficinas del Congreso para denunciar el fraude de
enseñanza.
En la PUC, desde
comienzos de los ochenta, el primero formato inventado fue la academia de los desplazamientos del grabado. En fin, es un buen mito originario que no ha tenido inscripción suficiente en la
historiografía. El segundo formato, dependiente del anterior, consiste
en la metodología del Taller de
Grado; es decir, en la forma que todo
el mundo repite como un rito, trasladado desde el modelo de las entregas en la enseñanza de arquitectura, y que consiste en un momento analítico fuerte
acompañado de un tipo de producción de
obra que incluye la redacción de una “memoria
de obra”.
Sin embargo, el rito del taller de grado está armado
para compensar a los propios profesores.
Es un ejercicio de rigor que los confirma en su propia laboriosidad, y
de paso, juega como procedimiento de certificación terminal.
Se me dirá que el taller de grado es una realidad de todas
las escuelas y que ha sido implementado desde el modelo del magister de la
Chile. Eso es falso. El magister de la
Chile está destinado a los artistas que ya
están en el mercado de la docencia o pretenden ingresar a él, y que
están dispuestos a pagar para
recibir un maltrato académico
habilitador a través del cual esperan obtener una acreditación suplementaria. Lo curioso es
que esta práctica académica está a cargo
de profesores que experimentan procesos de desacreditación acelerada.
En concreto, ¿para
qué sirve, en artes visuales, un diploma? Solo para tener mejores opciones de pega en una escuela. ¿Qué ocurre si las escuelas están copadas y no ofrecen
ningún futuro? No existe una gran movilidad. Por lo demás, la gran mayoría de los
artistas-docentes están sujetos a contratos muy precarios.
En ese terreno, la escuelita montó un magister, también. Pero esa es una oferta para personas que toman cursos generales después
de su horario de trabajo. No es un magister para “profesionales” del medio. Es nada más un intento de ficción de ingreso
a la “profesión”. Nada serio.
Un fraude académico blando que
promete un reconocimiento para el que ni siquiera están epistémicamente
habilitados.
Por otro lado, convengamos en que seguir “el magister de la
Chile” es tan solo una oportunidad para ser visto por unos personajes a los que se les atribuye una
capacidad inscriptiva que, en verdad, no tienen. A falta de reconocimiento en el mercado, bien
se pueden pagar un reconocimiento
académico sustituto, pero que más allá de servir para hacer clases, no
significa absolutamente nada en términos de inscripción como artistas.
He sostenido la hipótesis del arte chileno como un arte de formularios. Es muy
útil. El arte de formularios reproduce las condiciones del rito
terminal del taller de grado como la máxima construcción del arte
chileno.
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