En poco más de un centenar de páginas, lo que parece una
novela de aventuras se muta en un relato imposible que termina por convertirse
en un meta-relato de su propia parodización.
En el fondo, Conrad termina en el parlamento, como legislador de todo
aquello que la ficción de N le ha señalado como su “espacio de acá”. De todos
modos, en el relato de Conrad, el
propio, me hace pensar por momentos en
la modélica del “Diario del Ché”, pero
habiendo tomado en serio el estatuto de la ficción, porque termina como un
vulgar comité de activación territorial,
similar al que aparece escenificado y
dramaturgizado en “A Valparaíso”, el documental de Joris Ivens, en que se reproduce la trama de un comité de
adelanto, a partir de la cuestión del acceso al
agua como principio de soberanización, garantizado por los expertos de
un instituto de altos estudios cuyos miembros reemplazan al motor de la
historia, siendo ésta, la gran parodia del método, como si todo el viaje de
Conrad terminara en una asamblea del Pacto La Matriz.
Es en este pacto narrativo que se localiza el punto de
deflación del relato general que articula los tres regímenes de discursividad
sobre los que se construye la novela, porque el relato de Conrad realiza, en el
sentido de satisface, el regreso al orden como una especie de prefiguración de
lo que podría significar el relato de N como amenaza: “ No fue el otro del
otro, siempre descolgado del mundo de los otros. N, yo y el otro” (página 118).
Ësta, siendo una frase que está casi al
final de la novela. Hasta ese momento, solo había existido Otro como exceso de
N. O bien, tendremos que pensar que N es
la medida del vacío de Otro. ¿Y el yo? Es el único momento en que alguien
escribe “yo”. Es un lapsus. Otro se coloca en ese lugar. A N le hace la falta
del yo.
¿Qué significa este “yo” instalado como tercero excluido
desde donde el propio N puede hacerse Otro? ¿Hacerse (el) Otro?
Para venir hasta aquí, leí primero como se debía, siguiendo
el protocolo, en el orden de cada régimen. Lo que está muy bien. Sin embargo, al interior de cada régimen
existen zonas de desviación que se infiltran afectando capas internas que
provienen de otros regímenes.
Tomo el régimen de N, para verificar el indicio de las infiltraciones y desde un
comienzo, Marcelo Mellado declara una dependencia gráfica por partida triple; a
saber, El Peneca, El Okey y Adios al septimo de línea ilustrado. Pero estos tres yacimientos estaban en casa,
desde siempre, de modo que su consumo estuvo diferido por el efecto de la gran
migración familiar y la experiencia de N anticipada en la corporalidad
deslocalizada de Otro y sus hermanas, que significó no solo un desplazamiento
territorial sino una pérdida de lengua. En
términos estrictos, Otro fue N por dislocación urbana y destitución barrial.
Perdimos el punto de referencia fundamental de nuestras vidas, que era la
esquina de Pelantaro con Maipú, también llamada “la esquina de la muerte”.
Había dos almacenes. Dos ciudades, cruzando la calle. En una
fase tecnológica en que la economía general del relato dependía de un
octavo de aceite y el medio kilo de porotos era entregado en papel de envolver
y amarrado con hilo de empaquetar. Por eso, la insistencia de Marcelo Mellado
para hacer decir a Otro que toda la navegación orillera de Conrad está pensada
para regresar a la casa materna.
Respecto del abandono la orilla, todo lo que implique
comercio con las tierras altas significa depender de la dudosa filialidad del
universo caravanero, dando lugar a una “poética del sobresalto” regida por una
narrativa centrada en la primacía de la acción. En cambio, el relato de N solo
acoge la punción épica de un relato de
aventuras que solo puede ser admisible como expresión de una ingenuidad épica
que solo puede dar lugar a una historieta pastichera de una patria imposible.
Las Notas están puestas en este orden, para demostrar que la
navegación es la matriz del reato y que la ingenuidad épica es el síntoma de la
historia convertida en pastiche estilístico,
como aquella expansión
retórica a la que hace alusión el título
del ensayo de Gabriel Salazar: La insoportable levedad histórica de nuestra
clse política civil.
Ahora, la “poética del sobresalto” que ha anegado el relato
de las Notas, Marcelo Mellado la
convierte en “poética del desagrado” en el relato de N, porque es el único
recurso que tiene para introducir el “significante-isla” en la construcción de
MONROE. Solo concibe la isla como el
único lugar que puede servir como catapulta para un relato posible. En esa isla, N vio una chalupa, como las que
aperecen en los videos de Juan Downey, y
todo eso lo conectó con velas izadas y con el desembarco de los piratas, como
en Las tres coronas del marinero, de Ruiz.
La isla fue la ruta para llegar a MONROE. Pero sobre todo,
la isla fue declarada como un lugar, que en la república, vivía un tiempo más
lento. El relato aceleró el discurso y MONROE pudo fijar las condiciones para
establecer un mundo corregido, promotor de nuevas certidumbres, que son, en
definitiva, el sustrato de la novela, el lugar de origen de una práctica de
escritura en la que Marcelo Mellado, tomando el nombre prestado de N, hace de
la instancia Monroe el país ficticio
donde instala su residencia.
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