martes, 7 de noviembre de 2017

MONROE



En poco más de un centenar de páginas, lo que parece una novela de aventuras se muta en un relato imposible que termina por convertirse en un meta-relato de su propia parodización.  En el fondo, Conrad termina en el parlamento, como legislador de todo aquello que la ficción de N le ha señalado como su “espacio de acá”. De todos modos, en el relato de Conrad,  el propio,  me hace pensar por momentos en la modélica  del “Diario del Ché”, pero habiendo tomado en serio el estatuto de la ficción, porque termina como un vulgar comité de activación territorial,  similar al que aparece escenificado y  dramaturgizado en “A Valparaíso”, el documental de Joris Ivens,  en que se reproduce la trama de un comité de adelanto, a partir de la cuestión del acceso al  agua como principio de soberanización, garantizado por los expertos de un instituto de altos estudios cuyos miembros reemplazan al motor de la historia, siendo ésta, la gran parodia del método, como si todo el viaje de Conrad terminara en una asamblea del Pacto La Matriz.

Es en este pacto narrativo que se localiza el punto de deflación del relato general que articula los tres regímenes de discursividad sobre los que se construye la novela, porque el relato de Conrad realiza, en el sentido de satisface, el regreso al orden como una especie de prefiguración de lo que podría significar el relato de N como amenaza: “ No fue el otro del otro, siempre descolgado del mundo de los otros. N, yo y el otro” (página 118).  Ësta, siendo una frase que está casi al final de la novela. Hasta ese momento, solo había existido Otro como exceso de N.  O bien, tendremos que pensar que N es la medida del vacío de Otro. ¿Y el yo? Es el único momento en que alguien escribe “yo”. Es un lapsus. Otro se coloca en ese lugar. A N le hace la falta del yo.

¿Qué significa este “yo” instalado como tercero excluido desde donde el propio N puede hacerse Otro? ¿Hacerse (el) Otro? 

Para venir hasta aquí, leí primero como se debía, siguiendo el protocolo, en el orden de cada régimen. Lo que está muy bien.  Sin embargo, al interior de cada régimen existen zonas de desviación que se infiltran afectando capas internas que provienen de otros regímenes.

Tomo el régimen de N, para verificar  el indicio de las infiltraciones y desde un comienzo, Marcelo Mellado declara una dependencia gráfica por partida triple; a saber, El Peneca, El Okey y Adios al septimo de línea ilustrado.  Pero estos tres yacimientos estaban en casa, desde siempre, de modo que su consumo estuvo diferido por el efecto de la gran migración familiar y la experiencia de N anticipada en la corporalidad deslocalizada de Otro y sus hermanas, que significó no solo un desplazamiento territorial sino una pérdida de lengua.  En términos estrictos, Otro fue N por dislocación urbana y destitución barrial. Perdimos el punto de referencia fundamental de nuestras vidas, que era la esquina de Pelantaro con Maipú, también llamada “la esquina de la muerte”. Había dos almacenes. Dos ciudades, cruzando la calle.  En una  fase tecnológica en que la economía general del relato dependía de un octavo de aceite y el medio kilo de porotos era entregado en papel de envolver y amarrado con hilo de empaquetar. Por eso, la insistencia de Marcelo Mellado para hacer decir a Otro que toda la navegación orillera de Conrad está pensada para regresar a la casa materna. 

Respecto del abandono la orilla, todo lo que implique comercio con las tierras altas significa depender de la dudosa filialidad del universo caravanero, dando lugar a una “poética del sobresalto” regida por una narrativa centrada en la primacía de la acción. En cambio, el relato de N solo acoge la punción  épica de un relato de aventuras que solo puede ser admisible como expresión de una ingenuidad épica que solo puede dar lugar a una historieta pastichera de una patria imposible.

Las Notas están puestas en este orden, para demostrar que la navegación es la matriz del reato y que la ingenuidad épica es el síntoma de la historia convertida en pastiche estilístico,  como  aquella expansión retórica  a la que hace alusión el título del ensayo de Gabriel Salazar: La insoportable levedad histórica de nuestra clse política civil.

Ahora, la “poética del sobresalto” que ha anegado el relato de las Notas,  Marcelo Mellado la convierte en “poética del desagrado” en el relato de N, porque es el único recurso que tiene para introducir el “significante-isla” en la construcción de MONROE.  Solo concibe la isla como el único lugar que puede servir como catapulta para un relato posible.  En esa isla, N vio una chalupa, como las que aperecen en los videos de Juan Downey,  y todo eso lo conectó con velas izadas y con el desembarco de los piratas, como en Las tres coronas del marinero, de Ruiz.


La isla fue la ruta para llegar a MONROE. Pero sobre todo, la isla fue declarada como un lugar, que en la república, vivía un tiempo más lento. El relato aceleró el discurso y MONROE pudo fijar las condiciones para establecer un mundo corregido, promotor de nuevas certidumbres, que son, en definitiva, el sustrato de la novela, el lugar de origen de una práctica de escritura en la que Marcelo Mellado, tomando el nombre prestado de N, hace de la instancia Monroe el país ficticio donde instala su residencia.  


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