jueves, 14 de septiembre de 2017

LA MECÁNICA DE UN MINISTERIO DE LAS CULTURAS PONE TÉRMINO A LA DINÁMICA CONTRA-ESTATAL DEL CNCA.

La  formulación de la hipótesis sobre la contra-estatalidad de los funcionarios de cultura ha sido celebrada en círculos vinculados al estudio de la administración pública. Hace meses, visionando un documental sobre los servicios secretos franceses, quedé maravillado por la  obscena lucidez y franqueza de un antiguo patrón de los servicios que al ser  entrevistado planteó  lo siguiente: la paradoja es que un Estado democrático deba “ponerse fuera” de ley para proteger a la democracia.  Esa noción de “ponerse fuera” es cuantificable dentro de márgenes restrictivos adecuados, que podemos designar  como  “fronterizos”.  Las acciones referidas nunca deben ser suficientemente extremas como para verificar una “puesta fuera” en forma.  De este modo, el ejercicio de producción de simulación resulta ser fundamental para definir la calidad de los grados que deben ser puestos en juego. 

He pensado en las palabras del patrón de los servicios al analizar la empresa de montaje de insubordinación  estatal de los signos  de gobernabilidad,  al analizar en profundidad la proyección del proyecto de formación de un ministerio de las culturas.  Aunque nada de eso garantiza  el fortalecimiento de la estatalidad, si se piensa en el rol que un “ministerio menor”  como Bienes Nacionales pudo tener en la producción de mecanismos de extorsión de la propia acción del Estado por parte de poblaciones vulnerables especialmente escogidas para cumplir un rol de “puesta simulada fuera de la ley” para poder garantizar, paradojalmente, la democracia inclusiva.  Funcionarios ministeriales invitan a conjuntos de no-garantizados a realizar en los “márgenes2 aquello que ellos, como funcionarios, no pueden poner en pié; solo que es en su provecho. En contrapartida,  les ofrecen apoyo legal para “soberanizar” las acciones y producir sentido de pertenencia gracias a un audaz manejo de los recursos de protección. 

Lo que hay que saber, hoy día, es si el proyecto de nuevo ministerio de las culturas apunta a definir  su ejecución como un “ministerio duro”, que  ha sido pensado para  destituir el potencial  que ejerce  el actual CNCA  en la producción de simulación, como si ésta hubiese sido una condición  en la “larga marcha” hacia la institucionalidad en forma.  La ministerialización del misterio de la creación y del simulacro puede, efectivamente, desmontar la retórica del desacato regulado como política de estado en el arte del encubrimiento del arte, como síntoma de una política de estado. Y lo que se espera es, justamente, el término de las estrategias concertadas para montar programas sucedáneos de contra-estatalidad, en que los  a los funcionarios de repartición  se les asignaba la tarea de definir “que es” y “que no es” un “intersticio”.  De ahí que generaciones de gestores culturales fueran formados para el goce del agenciamiento  intersticial,  sabiendo que para asegurar la democracia inclusiva se debía poner en función un indicio de  teatralidad cívica excluyente.  

Los profesionales de la inclusión debían inventar las condiciones de la exclusión y mantenerlas operativas para acreditar su necesidad y pertinencia como nueva categoría laboral  nacida en la post-dictadura, destinada  a administrar  las demandas simbólicas de poblaciones vulnerabilizadas a la medida de las necesidades de un funcionariato obscenamente lúcido.  Así fue como operó, por ejemplo, en Valparaíso,  Bienes Nacionales, cuando “sugirió”  a organizaciones que definió previamente como “ciudadanas”  llevar a cabo la ocupación del predio de la ex cárcel, no tanto para impedir su tugurización,  sino para establecer  la base  desde la cual sus funcionarios eminentes  debían iniciar una carrera hacia la alcaldía, que por lo demás, no tendría –con los años-  ningún destino.  No tomaron en consideración que la administración de los intersticios solo es eficaz cuando está al servicio de un gran patrón de la política, y no para hacer carrera enarbolando la contra-estatalidad como política de insurgencia de baja intensidad. En estas lides, la patronal simbólica elabora las condiciones de manejo de la contra-estatalidad, en provecho de la estatalidad.  Es decir, se afirma  temporalmente el valor de la discontinuidad para afirmar la continuidad.


La implementación del ministerio de las culturas, que incluye en su expansión nocional a las artes y el patrimonio,  debiera ser la gran construcción que señale el término de las “inversiones de desacato regulado” que  convirtieron al CNCA en un ineficaz dispositivo de “propaganda fide post-bolchevique”  y fije en el horizonte de espera de la clase política el cierre simbólico de la transición.

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