El viernes 6 de
octubre debo hablar sobre Dittborn en Montevideo. Haré la presentación de una obra recuperada, realizada en 1981, que reúne el “manual de lectura” que proporciona el primer acceso sistematizado
a su modelo de producción de obra.
La presentación de un libro se hace describiendo la portada.
Primero, el soporte: un cartón llamado “cartón madera” cortado en formato A4,
que se emplea en Chile para realizar trabajos gráficos, particularmente
maquetas de arquitectura. El verso es blanco
y en su opacidad presenta una
perfecta continuidad; mientras que su el reverso es de color beige y expone
tenuemente alguna que otra texturación en su factura. Dittborn escoge el revés
para escribir el encabezado, no sin antes haber usado la lámina como soporte de
una fotocopia del regreso a la tierra del
trasbordador espacial Columbia, bastante deslavada. Es lógico puesto que
ha empleado la fotocopia de una fotocopia de una fotocopia de la imagen
asegurando el registro de la merma de transferencia, para finalmente imprimirla
sobre un cartón cuyo espesor no es apto para “ser pasado” por una fotocopiadora de uso
comercial en 1981. Sobre esta lámina ya preparada, Dittborn hace escribir con pluma a una persona semi-alfabetizada el
título de la obra: “Un día entero de mi vida (hilvanes y pespuntes para una
poética)”.
La transcripción del título experimenta un error de manuscripción señalado mediante cuatro cortos trazos que borran
el acceso a la palabra mal escrita y preceden la caligrafía de la palabra
“entero”. La visibilidad de la merma no
es omitida como parte del mismo
procedimiento de titulación. La primera
parte del enunciado describe una condición de existencia, mientras la segunda señala,
por un lado, el método –hilvanes y pespuntes-, y por otro lado, el objeto –una
poética-.
Esta portada soporta dos acometidas tecnológicas: primero,
la impresión de la fotocopia de una
fotografía obtenida de un periódico; segundo, la escritura con pluma y tinta de una título,
obtenida luego de una solicitud personal.
Es decir, impresión mecánica simple (distancia) e inscripción de una
caligrafía de un sujeto que está aprendiendo a escribir (proximidad), que al
comenzar a hacer su tarea comete un error de transcripción.
La impresión de la fotocopia de una fotografía impresa en un
diario realiza el camino inverso de aquel que se produce conscientemente en el error de
transcripción, interviniendo voluntariamente en la perturbación de la dinámica de la inscripción.
En la escritura no hay maquinismo sino
repetición de un gesto que experimenta agotamiento; es decir, que
concibe en su propia reproductibilidad
la posibilidad de una merma de
origen.
La imagen borrosa de la fotografía reproduce la vista del
regreso del Columbia. En general, los
aviones despegan, para poder regresar. En
este caso, el énfasis está puesto en las condiciones de aterrizaje, como una
muestra material y literal de la inversión del procedimiento del “collage”.
Dittborn imprime la imagen mermada y pegada (collée) de un aterrizaje,
que reafirma su condición de “pegada a la tierra”.
Regresa, entonces, a su origen, ya que antes de dé/coller (despegar) ya estuvo en tierra, de un modo análogo a
como la frase del título de la obra fue “despegada” del corpus de un monumento
literario determinado, que fue donde Dittborn la encontró. Sin olvidar, por un lado, que el Columbia es
un transbordador, y que Dittborn afirma su decisión de realizar “transbordos”
de imagen que provienen de procedimientos de registro diferenciados. Y por otro, que regresa del espacio –fuera de la Tierra-, como un dato
que no deja de ser significativo respecto del carácter “arqueológico” implícito
en el procedimiento dittborniano.
En este caso, lo que hace es remitir a la proyección
espacial un propósito que no deja de ser polémico, ya que se enfrasca en un
debate directo con artistas chilenos que hacen ostentación de los signos que
están escritos en los cielos, que es hacia donde los hombres dirigen su cabeza buscando respuestas a sus
preguntas; respuestas que son vehiculadas por sujetos que encarnan –en la
escena plástica chilena de 1981- visiones chamánicas que interpretan los signos
que ya han sido escritos y que solo hace falta identificar y traducir.
Dittborn responde de manera paródica a este procedimiento
que caracteriza el discurso de los
cultores del “arte/vida”, poniendo el
énfasis en el transbordador; es decir,
en la existencia de un objeto técnico volador que ha realizado un viaje
al espacio para recabar información “en
la fuente” y regresa con sus “exploradores”, homologando el trabajo de los
arqueólogos en la tierra. Estos últimos realizan
excavaciones para encontrar las huellas
de una historia. Los tripulantes del Columbia satisfacen el propósito de Dittborn en cuanto a exponer
un dispositivo de transferencia y declarar por anteposición la voluntad de
excavar en la tierra. Por esta razón
hace copiar el título a un sujeto pre-alfabetizado, ya que en ello le otorga a
la letra manuscrita el papel de representar un espacio estelar invertido: el
cielo en la tierra. Ya que es solo en la
tierra que se puede poner en función “un día entero de mi vida”. ¡Y qué mejor que realizar la portada sobre una
lámina de cartón ordinario de color ocre!
Sabiendo, antes que nada, que
Dittborn conoce el valor simbólico atribuido por Edgar Morin a dicho color en
el capítulo sobre pintura y sepultación en “El paradigma perdido”. Ya se verá de qué manera, en el conjunto de
la obra dittborniana, las relaciones entre pintura y sepultura adquieren un rol
decisivo.
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