domingo, 3 de septiembre de 2017

EL ARTE CHILENO OFICIAL COMO CAUTELA DE SOBERANIZACIONES ANTICIPADAS.


 Los gestos contra-institucionales  forman parte de las baterías de recursos combatientes de quienes hacen de la infracción una política de conducta y de conducción de procesos.  Hago la distinción porque la conducta es un hábito masivo que no necesariamente participa de la conducción de un proceso. Este último le cabe a quienes hacer el trabajo de rentabilización de las conductas de otros.

La historia de las luchas urbanas en Chile proporcionan las bases, digamos, “arqueológicas”, de esta tendencia que adquirió carta de ciudadanía entre funcionarios estatales que desde sus instituciones salieron a buscar a la calle a las “fuerzas sociales” que podían encarnar sus proyectos de avance de carrera. Así las cosas, es comentado el caso de funcionarios que promueven actos de ocupación ilegal de predios,  no solo para impedir su rápida tugurización, sino para levantar demandas pro-patrimonialistas y contra-especulativas de fácil adscripción ciudadana, solo con el propósito de hacerse un nombre para una candidatura al municipio, que por lo demás, jamás prosperó.  El funcionario tenía una fuerza social de apoyo, pero no entendió que debía articular su ofensiva con una férrea y no menos elaborada intriga en las internas de su propio partido. No lo hizo y perdió, dejando abandonadas a las huestes iniciales, que dicho sea de paso, adquirieron una visibilidad que los llevó a desear unos objetivos que ya los funcionarios no podían satisfacer y se convirtieron en un incordio para las autoridades. Gran parte del poder extorsivo de lo que Guattari llama “no garantizados”  tiene su origen en esta primera tentativa de manipulación de la contra-estatalidad, por parte de agentes del Estado.

Lo descrito  con anterioridad forma parte de las mitologías de las soberanización, que consiste en hacer una toma, primero, consolidar una “cabeza de playa”, mantenerse durante una unidad de tiempo razonable, para solicitar protección en Tribunales argumentando, justamente, a partir de la experiencia de  “ocupación soberanizante”,  por efecto de legitimación de una ocupación ilegal, gracias a la acción de ayudistas expertos en recursos de protección.  No sin antes constituir una fuerza de choque y auto-defensa destinada, más que nada, a forjar una ilusión de fuerza en medio de un conflicto en el que se busca alcanzar un status quo de larga duración, hasta que la autoridad “no e queda otra” que acreditar un dominio.

La contra-constitucionalidad atribuida en la columna anterior a ciertas acciones de la  Señora Presidenta no es una construcción intelectual y política de la que haya que hacerla  directamente responsable, sino más bien ella resulta ser un personaje que resulta “ser trabajado” por la estructura paranoica   que la sobre/determina  en lo político y en lo militar.

No pudiendo sostener una política militar de insubordinación de los signos,  la Señora Presidenta resultó ser lo suficientemente hábil para encarnar el espíritu de una contra-estatalidad sustentada en una singular interpretación de la teoría leninista del “doble poder”,  reducida al espacio de maniobras que le proporciona el Poder Ejecutivo.  El conglomerado que la llevó a la primera magistratura solo deposita  en ella un cúmulo de esperanzas, muchas de ellas no cumplidas,  o pésimamente implementadas, da lo mismo, pero deja al Ejecutivo la responsabilidad de convertir el rencor en  horizonte de una pulsión constituyente,  dejando en estado de latencia el deseo de soberanización. 

En esta reflexión, repito un fragmento de la columna anterior, para insistir en un hecho que me resulta capital:

En esta misma lógica se planteó el envío de Bernardo Oyarzún a Venecia. Lo genial de todo este asunto es que el envío no es más que un síntoma distintivo de (todo) este significante político anticipativo contra-constituyente”.  

Al final, todo este rodeo no tendría  otro propósito que sostener la hipótesis según la cual, el arte sería aquel espacio simbólico privilegiado que anticiparía la contra-contituyencia de algo-que-no-sería-él, dando pie a pensar desde ya un ministerio destinado a formalizar actividades contra-estatales, al interior del propio aparato de Estado, con recursos de éste.  Este ha sido el gran diseño para el que se ha prestado Ottone, que vendría a ser como el “Eyzaguirre-de-la-cultura”,  por satisfacer la leal  condición de perro faldero. 

Sin embargo, para  gran pesar de los diseñadores de la infracción oficial convertida en academia,  en la escena chilena ya no hay artistas a la altura de semejante empresa de contra-instituyencia, de modo que  los actuales operadores de la anticipación intersticial deben  conformarse  con  recurrir a ilustraciones  de segundo orden de las recomendaciones de la UNESCO,   en lo que a diversidad cultural se refiere.


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