domingo, 22 de noviembre de 2015

LOS PALOTES, LA TORTILLA Y LA SIRVIENTA.



La  ponencia que escribí y que está publicada en el libro de las Octavas Jornadas, tiene su punto de partida en una obra pequeña de Dittborn, perteneciente a la Colección  Pedro Montes.   Podríamos decir que es una obra insignificante.  Una pieza que no es más grande que una hoja de máquina de escribir con unos trazos inclinados que se llaman “palotes” y que corresponden a las primeras líneas que dibujan los niños cuando están aprendiendo a escribir. 



Es una broma gráfica con la que Dittborn pretende intimidar a su destinatario, agregando a lo que debe pasar por primera tarea escolar, un título: “Esta es una calcografía de Eugenio Dittborn”, precedida del título “Veamos si eres tan bueno como yo”.  El título está originalmente en inglés.

En esta pieza,  el calco remeda  en forma primitiva la tecnología del block mágico (wunderblock).   Dittborn no dibuja sobre el cartón, sino que sobre éste ha dispuesto una hoja de papel carbón sobre la que ha realizado los trazos, ciegamente, si se quiere.  El trazo es el efecto de la presión del lápiz sobre el papel calco.

De esta forma desmonta el propósito explícito de la obra de otro artista que ha trabajado una serie  serigráfica con dicho modelo.  Dittborn le responde con un witz sobre el origen de las transferencias, si de serigrafía se trata.  Es decir, el oficio sencillo de la calcografía supera con creces todo lo que se pueda hacer  respecto de la historia de los procedimientos técnicos de reproducción de la imagen.  Con lo cual, Dittborn le recuerda al otro artista la paternidad de los procedimientos en las polémicas por ocupar un lugar eminente en la escena plástica.  

Una polémica es eso: una cuestión de ocupación, de instalación, de colocación, de soberanía final mediante el discurso.  Está organizada como una representación teatral sobre un escenario a la italiana,  para distribuir la visibilidad de la tensión de fuerzas.  Los artistas luchan por ocupan la primera línea de la escena, que no necesariamente coincide con el mercado, sino con una escena simbólica internacional de validación.

Solo que en este caso Dittborn introduce la distanciación brechtiana,  buscando desarmar el teatro a la italiana, sustituyéndolo por un dispositivo de desmontaje de la representación política, poniendo la atención en las formas de las transferencias técnicas de la imagen.

Entonces, le responde a  Gonzalo Díaz,  a nivel de título: “veamos si eres tan bueno como yo”, en 1987, después de haber tenido que compartir, muy a su pesar, el envío a la Quinta Bienal de Sidney, que fue una ocasión en la que se marca el momento de una variante en la relación de fuerzas de la escena.  En1983, sin embargo, Dittborn  tiene la certeza de haber consolidado su modelo de trabajo y por eso concibe un envío diagramático que titula Un día entero de mi vida.  Lo que hace Díaz es parodiar esta consolidación.

Un día entero de mi vida  es el título de la obra que Dittborn envía a Sidney y que actualmente es propiedad de la Colección Carlo Solari. Proviene de un título encontrado en una revista (Reader Digest) que relata la forma en que un niño ensucia la camisa en el curso de sus juegos. Ahí están las marcas del frotage social. Pero luego Dittborn emplea el mismo título para señalar un libro de ejemplar único que produce en 1981 y en el que declara mediante fragmentos de textos, dibujos, diagramas e impresiones, los elementos básicos de su método.

Luego, en el envío a Sidney expone las impresiones de tres imágenes: un nadador, una momia y un boxeador que cae a la lona.  El primero es la máxima tensión del movimiento en un espacio de reminiscencia uterina; la segunda es efecto de la excavación y expone las condiciones de descongelamiento de su condición, desde el momento en que fue saqueada su tumba en las alturas cordilleranas  y su arribo al Museo de Ciencias Naturales, cuya directora viajó a buscarla para dibujar las marcas gráficas  que esta tenía en su rostro, porque era muy posible que se borraran con la descomposición en curso. Y la tercera imagen, del boxeador, está destinada a mimar el gesto de la “pietà”.  Ese es su programa.

Pero Díaz, el otro involucrado en esta polémica, a nivel de título, lo agrede formalmente sosteniendo la pregunta siguiente: “¿A ver si puedes correr tan rápido como yo?”, en abierta alusión a una exposición de Dittborn, de 1978, en cuyo catálogo publica un manifiesto de trabajo con el nombre de un cuento infantil  anónimo, que se llama “la tortilla corredora” y que se  hace leer en voz alta a los escolares en sus inicios a la lectura. 

Tenemos, entonces,  dos recursos a la infancia, un trazo gráfico y un cuento.  El cuento es horrible porque trata la historia de una tortilla que huye para no ser comida.  Al final, creyéndose a salvo, es devorada por un cerdo. Y el rol del cuento se asemeja al rol del relato Un día entero de mi vida.  Sabiendo, todos, que no se hace una tortilla sin quebrar huevos.

Díaz se instala como aquel animal  que al correr más rápido que la tortilla, estará en condiciones de atravesar el río y  convertirse en un cancerbero para el trabajo metodológico de Dittborn.  Es preciso señalar que  Díaz posee una etapa anterior en la pintura chilena, en la que se hace famoso por ser un artista-de-escuela  que pinta escenas dantescas; es decir, el paisaje de la Laguna Estigia, el rio Leteo, la barca, el cancerbero de la otra orilla.  Es un gran lector de Virgilio, mientras Dittborn lee el capítulo primero de El Pensamiento Salvaje de Levi-Strauss.  No deja de ser curioso que el cancerbero de las profundidades ancestrales devore la tortilla del método  de la  contemporaneidad.

La polémica se convierte en un exceso lingüístico.  La sirvienta en el cuadro de Díaz para la Bienal de Sidney expone en una de sus manos el paquete de detergente que tiene impresa la imagen de una sirvienta que exhibe un paquete que tiene impresa la imagen de una sirvienta. Es la puesta en abismo de una figura que  Díaz bautiza como la madonna del arte chileno.  En Dittborn, la  virgen está asociada al descendimiento de la cruz desde el modelo renacentista. En su obra para Sidney, en cambio, Díaz   imprime dos imágenes procedentes de la cultura popular de las marcas de productos cotidianos:  un paquete de detergente y una etiqueta de vino. En ambas imágenes los personajes sirven a alguien y Díaz los pone en condición de representar el estado actual del arte de la performance, en el arte chileno.  Esta es una agresión en contra de Leppe, el más grande artista del arte corporal, y luego, en contra de Dittborn, el imprentero.



La marca del detergente es KLENZO es empleada a partir de su función como efecto   fonético evidente con el verbo inglés to clean; de ahí, to cleanse, depurar.

Díaz ha venido a desengrasar con su pintura, trayendo consigo la figura de una sirvienta que premunida de su  paño de servicio, concibe  la  propia práctica de la pintura como una actividad de servicio  que va a limpiar el  relieve de la impresión serigráfica monocroma ejecutada por Dittborn,  que habría pasado a  fijar    el espesor graso  de la escena chilena. 




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