La ponencia que escribí y que está publicada en
el libro de las Octavas Jornadas, tiene su punto de partida en una obra pequeña
de Dittborn, perteneciente a la Colección
Pedro Montes. Podríamos decir que es una obra
insignificante. Una pieza que no es más
grande que una hoja de máquina de escribir con unos trazos inclinados que se
llaman “palotes” y que corresponden a las primeras líneas que dibujan los niños
cuando están aprendiendo a escribir.
Es
una broma gráfica con la que Dittborn pretende intimidar a su destinatario,
agregando a lo que debe pasar por primera tarea escolar, un título: “Esta es
una calcografía de Eugenio Dittborn”, precedida del título “Veamos si eres tan
bueno como yo”. El título está
originalmente en inglés.
En
esta pieza, el calco remeda en forma primitiva la tecnología del block
mágico (wunderblock). Dittborn no dibuja sobre el cartón, sino que
sobre éste ha dispuesto una hoja de papel carbón sobre la que ha realizado los
trazos, ciegamente, si se quiere. El
trazo es el efecto de la presión del lápiz sobre el papel calco.
De
esta forma desmonta el propósito explícito de la obra de otro artista que ha
trabajado una serie serigráfica con
dicho modelo. Dittborn le responde con
un witz sobre el origen de las
transferencias, si de serigrafía se trata. Es decir, el oficio sencillo de la calcografía
supera con creces todo lo que se pueda hacer respecto de la historia de los procedimientos
técnicos de reproducción de la imagen.
Con lo cual, Dittborn le recuerda al otro artista la paternidad de los
procedimientos en las polémicas por ocupar un lugar eminente en la escena
plástica.
Una
polémica es eso: una cuestión de ocupación, de instalación, de colocación, de
soberanía final mediante el discurso. Está organizada como una representación
teatral sobre un escenario a la italiana,
para distribuir la visibilidad de la tensión de fuerzas. Los artistas luchan por ocupan la primera
línea de la escena, que no necesariamente coincide con el mercado, sino con una
escena simbólica internacional de validación.
Solo
que en este caso Dittborn introduce la distanciación brechtiana, buscando desarmar el teatro a la italiana,
sustituyéndolo por un dispositivo de desmontaje de la representación política,
poniendo la atención en las formas de las transferencias técnicas de la imagen.
Entonces,
le responde a Gonzalo Díaz, a nivel de título: “veamos si eres tan bueno
como yo”, en 1987, después de haber tenido que compartir, muy a su pesar, el
envío a la Quinta Bienal de Sidney, que fue una ocasión en la que se marca el
momento de una variante en la relación de fuerzas de la escena. En1983, sin embargo, Dittborn tiene la certeza de haber consolidado su
modelo de trabajo y por eso concibe un envío diagramático que titula Un día entero de mi vida. Lo que hace Díaz es parodiar esta
consolidación.
Un día entero de mi vida es el título de la obra que Dittborn envía a
Sidney y que actualmente es propiedad de la Colección Carlo Solari. Proviene de
un título encontrado en una revista (Reader Digest) que relata la forma en que
un niño ensucia la camisa en el curso de sus juegos. Ahí están las marcas del frotage social. Pero luego Dittborn
emplea el mismo título para señalar un libro de ejemplar único que produce en
1981 y en el que declara mediante fragmentos de textos, dibujos, diagramas e
impresiones, los elementos básicos de su método.
Luego,
en el envío a Sidney expone las impresiones de tres imágenes: un nadador, una
momia y un boxeador que cae a la lona.
El primero es la máxima tensión del movimiento en un espacio de
reminiscencia uterina; la segunda es efecto de la excavación y expone las
condiciones de descongelamiento de su condición, desde el momento en que fue
saqueada su tumba en las alturas cordilleranas
y su arribo al Museo de Ciencias Naturales, cuya directora viajó a
buscarla para dibujar las marcas gráficas
que esta tenía en su rostro, porque era muy posible que se borraran con
la descomposición en curso. Y la tercera imagen, del boxeador, está destinada a
mimar el gesto de la “pietà”. Ese es su
programa.
Pero
Díaz, el otro involucrado en esta polémica, a nivel de título, lo agrede
formalmente sosteniendo la pregunta siguiente: “¿A ver si puedes correr tan
rápido como yo?”, en abierta alusión a una exposición de Dittborn, de 1978, en
cuyo catálogo publica un manifiesto de trabajo con el nombre de un cuento
infantil anónimo, que se llama “la
tortilla corredora” y que se hace leer
en voz alta a los escolares en sus inicios a la lectura.
Tenemos,
entonces, dos recursos a la infancia, un
trazo gráfico y un cuento. El cuento es
horrible porque trata la historia de una tortilla que huye para no ser comida. Al final, creyéndose a salvo, es devorada por
un cerdo. Y el rol del cuento se asemeja al rol del relato Un día entero de mi vida. Sabiendo, todos, que no se hace una tortilla
sin quebrar huevos.
Díaz
se instala como aquel animal que al
correr más rápido que la tortilla, estará en condiciones de atravesar el río
y convertirse en un cancerbero para el
trabajo metodológico de Dittborn. Es
preciso señalar que Díaz posee una etapa
anterior en la pintura chilena, en la que se hace famoso por ser un artista-de-escuela que pinta escenas dantescas; es decir, el
paisaje de la Laguna Estigia, el rio Leteo, la barca, el cancerbero de la otra
orilla. Es un gran lector de Virgilio,
mientras Dittborn lee el capítulo primero de El Pensamiento Salvaje de Levi-Strauss. No deja de ser curioso que el cancerbero de
las profundidades ancestrales devore la tortilla del método de la
contemporaneidad.
La
polémica se convierte en un exceso lingüístico. La sirvienta en el cuadro de Díaz para la
Bienal de Sidney expone en una de sus manos el paquete de detergente que tiene
impresa la imagen de una sirvienta que exhibe un paquete que tiene impresa la
imagen de una sirvienta. Es la puesta en abismo de una figura que Díaz bautiza como la madonna del arte chileno. En
Dittborn, la virgen está asociada al
descendimiento de la cruz desde el modelo renacentista. En su obra para Sidney,
en cambio, Díaz imprime dos imágenes
procedentes de la cultura popular de las marcas de productos cotidianos: un paquete de detergente y una etiqueta de
vino. En ambas imágenes los personajes sirven
a alguien y Díaz los pone en condición de representar el estado actual del arte
de la performance, en el arte chileno.
Esta es una agresión en contra de Leppe, el más grande artista del arte
corporal, y luego, en contra de Dittborn, el imprentero.
La
marca del detergente es KLENZO es empleada a partir de su función como
efecto fonético evidente con el verbo inglés to clean; de ahí, to cleanse, depurar.
Díaz
ha venido a desengrasar con su pintura, trayendo consigo la figura de una
sirvienta que premunida de su paño de
servicio, concibe la propia práctica de la pintura como una
actividad de servicio que va a limpiar
el relieve de la impresión serigráfica
monocroma ejecutada por Dittborn, que habría
pasado a fijar el
espesor graso de la escena chilena.
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