En
un antiguo catálogo de arte de mediados de los años ochenta, el poeta Raúl
Zurita escribió un texto paradojal. Lo habían invitado a escribir sobre pintura
chilena para una exposición colectiva en Amsterdam, organizada nada menos que
por el Stedelij Museum y que reunía a
artistas de Argentina, Brasil, Chile y Uruguay. De ahí el nombre de la
exposición: ABC-U.
El
gesto de la institución de solicitar un texto introductorio a un poeta y no a
un crítico o a un historiador del arte instala una duda. No se trata de criticar el privilegio de la
institución en escoger la escritura de un poeta, sino de trabajar este gesto
como síntoma. El texto de Raúl Zurita va a proporcionar de inmediato el
argumento a favor de su invitación. Lo primero que hace es comparar a los
poetas chilenos con los pintores chilenos y sostiene que no ha habido pintores a la altura de lo que la poesía le
ha dado al país.
En
Chile se habla de los “cuatro grandes” de la poesía: Neruda, De Rokha,
Huidobro, Gabriela Mistral. No hay cuatro grandes de esta estatura en la
pintura. ¡Que buena introducción sobre pintura chilena en un catálogo
internacional, en una época en que el arte chileno apenas circula! Pero hay más. Raúl Zurita agregó lo siguiente:
es la poesía la que ha inventado el paisaje chileno. Es la poesía la que lo ha
nombrado. Y los ejemplos estaban inmediatamente a la vista: Alonso de Ercilla,
Alonso de Ovalle, los primeros cronistas, no describieron ni representaron el
paisaje; lo inventaron.
Los
artistas chilenos que participaban en dicha muestra eran pintores que se
calificaría d expresionistas y por una fotógrafa. Todo hablaban, si se quiere,
de paisajes humanos. Nueva retracción para la visualidad! Solo le era posible
ilustrar el drama. Para ese entonces, yo
había comenzado a trabajar sobre una hipótesis según la cual, la pintura
chilena no había hecho más que ilustrar el discurso de la historia; y que este
discurso, estaba garantizado por la poesía. Cuando fallaba el mito de completud, venía la poesía a colmar la
falla.
Pensé
si era posible pensar en una pintura que pudiera sustraerse simbólicamente de esta determinación
ilustrativa. Me fue posible demostrarlo solo en dos ocasiones, en dos momentos
que es posible de reconocer como
momentos de mayor densidad en a historia del arte del siglo XX. A lo menos dos. La irrupción de la pintura de
José Balmes, en 1965, y la recepción de la pintura de Eugenio Dittborn en 1982. Estos artistas representan estos dos momentos
de mayor densidad des-ilustrativa y
proclaman la relativa autonomía respecto de la solicitud implícita del discurso
de la historia. Les adelanto que en el
sistema de interpretación que puse en pie, Balmes es sinónimo de las Artes de
la Huella, mientras que Dittborn es el
gran articulador de las Artes de la Excavación.
Entonces, de este modo, en el curso de mi trabajo, he intentado explicar
cómo se instaló un período corto de des-ilustración del discurso de la
historia; es decir, de cómo desde la pintura se disputaba al menos por un corto
tiempo la primacía del Verbo.
No
han sido pocos mis encuentros con Raúl Zurita desde entonces y cada vez que
puedo le cobro el hecho de haber escrito esas palabras y de cómo ha sido para
mi sobrellevar esa carga. He intentado demostrar que en al menos dos casos, lo
que él sostiene, de manera estructural, no se cumple. Pero de que el paisaje chileno ha sido
inventado por el Verbo, no me cabe duda alguna.
La ponencia que escribí y cuya versión
integral está publicada en las Actas de las Octavas Jornadas, tiene su punto de
partida en una obra pequeña de Dittborn, que actualmente es parte de la
Colección Pedro Montes. Colección
privada que tiene en su fondo de obras las principales piezas del arte chileno
contemporáneo que corresponde a los momentos que he mencionado. Sin esta colección sería difícil hoy día
realizar un trabajo, porque posee las piezas más significativas de las
polémicas que diseñaron el espacio plástico entre 1977 y 1984.
Podríamos
decir que esta obra que me sirvió de punto de partida es una obra
insignificante. Una pieza que no es más grande que una hoja de máquina de
escribir con unos trazos inclinados que se llaman “palotes” y que corresponden a las primeras líneas que
dibujan los niños cuando están aprendiendo a escribir.
Es
una broma gráfica con la que Dittborn se propuso intimidar a un destinatario, agregando a lo
que debe pasar por primera tarea escolar, un título: “Esta es una calcografía
de Eugenio Dittborn”, precedida del título “Veamos si eres tan bueno como yo”. La tarea escolar de los “palotes” remite a la
tarea escolar de la crítica.
En
esta pieza, Dittborn dibuja sobre papel carbón aplicado sobre la página de
cartón y el trazo resultante proviene de la aplicación del lápiz sobre el primer
soporte, de tal modo que el dibujo sobre calco remeda
en forma primitiva la tecnología del block mágico. De esta forma, Dittborn le responde a otro artista con un
chiste (witz) sobre el origen de las transferencias, si de
serigrafía se trata. Lo que le dice es
que el oficio sencillo de la calcografía
supera con creces todo lo que se pueda hacer en otra tecnología. Con lo cual, Dittborn le recuerda al otro
artista la paternidad de los procedimientos en las polémicas por ocupar un
lugar en la escena plástica.
Una
polémica es eso: una cuestión de ocupación, de instalación, de colocación, de
soberanía final mediante el discurso. Está organizada como una representación
teatral sobre un escenario a la italiana,
para distribuir la visibilidad de la tensión de fuerzas. Solo que en
este caso Dittborn introduce la distanciación brechtiana, no solo en su
trabajo, sino en la forma como discute con los artistas.
Entonces,
le responde a Gonzalo Díaz, a nivel de
título: “veamos si eres tan bueno como yo”, en 1987, después de haber tenido
que compartir, muy a su pesar, el envío a la Quinta Bienal de Sidney, que fue
una ocasión en la que se marca el momento de una variante en la relación de
fuerzas de la escena. En1983, sin
embargo, Dittborn tiene la certeza de
haber consolidado su modelo de trabajo y por eso concibe un envío diagramático
que titula Un día entero de mi vida.
Un día entero de mi vida proviene de un
título encontrado en una revista (Reader Digest) que relata la forma en que un
niño ensucia la camisa en el curso de sus juegos. Ahí están las marcas del frotage social. Pero luego Dittborn
emplea el mismo título para señalar un libro de ejemplar único que produce en
1981 y en el que declara mediante fragmentos de textos, dibujos, diagramas e
impresiones, los elementos básicos de su método.
Luego,
en el envío a Sidney expone las impresiones de tres imágenes: un nadador, una
momia y un boxeador que cae a la lona.
El primero es la máxima tensión del movimiento en un espacio de
reminiscencia uterina; la segunda es efecto de la excavación y expone las
condiciones de descongelamiento de su condición, desde el momento en que fue
saqueada su tumba en las alturas cordilleranas
y su arribo al Museo de Ciencias Naturales. Sabemos que su directora
viajó a encontrarse con la momia para
dibujar las marcas gráficas que esta
tenía en su rostro, porque era muy posible que se borraran en la descomposición
que podría acompañar a su traslado. Y la tercera imagen, del boxeador, está
destinada a mimar el gesto de la “pietà”.
Ese es el programa de Dittborn.
Pero
Díaz, a nivel de título, lo agrede
formalmente sosteniendo la pregunta siguiente: “¿A ver si puedes correr tan
rápido como yo?”, en abierta alusión a una exposición de Dittborn, de 1978, en
cuyo catálogo éste publica un manifiesto
de trabajo con el nombre de un cuento infantil
anónimo, que se llama “la tortilla corredora” y que se les hace leer en
voz alta a los escolares en sus inicios a la lectura.
Tenemos,
entonces, dos recursos a la infancia, un
trazo gráfico y un cuento. El cuento es
horrible porque trata la historia de una tortilla que huye para no ser comida.
Al final, creyéndose a salvo, es devorada por un cerdo que le promete ayuda
para atravesar el río. El rol de este cuento se asemeja al rol del relato Un día entero de mi vida.
Díaz
se instala como aquel animal que al
correr más rápido que la tortilla, estará en condiciones de atravesar el río
y convertirse en un cancerbero para el
trabajo metodológico de Dittborn. Es
preciso señalar que Díaz posee una etapa
anterior en la pintura chilena, en la que se hace famoso por ser un artista-de-escuela que pinta escenas dantescas; es decir, el
paisaje de la Laguna Estigia, el rio Leteo, la barca, el cancerbero de la otra
orilla. Díaz se revela por ese entonces
como un gran lector de Virgilio, mientras Dittborn ha leído al dedillo el
capítulo primero de El Pensamiento
Salvaje de Levi-Strauss. No deja de
ser curioso que el cancerbero de las profundidades ancestrales devore la
tortilla del método de la contemporaneidad.
La
polémica se convierte en un exceso lingüístico.
La sirvienta en el cuadro de Díaz para la Bienal de Sidney expone en una
de sus manos el paquete de detergente que tiene impresa la imagen de una
sirvienta que exhibe un paquete que tiene impresa la imagen de una sirvienta.
Es la puesta en abismo de una figura que
Díaz bautiza como la madonna
del arte chileno. En Dittborn, la virgen está asociada al descendimiento de la
cruz desde el modelo renacentista. En su
obra para Sidney, en cambio, Díaz
imprime dos imágenes procedentes de la cultura popular de las marcas de
productos cotidianos: un paquete de
detergente y una etiqueta de vino. En ambas imágenes los personajes sirven a alguien y Díaz los pone en
condición de representar el estado actual del arte de la performance, en el
arte chileno. Esta es una agresión en
contra de Leppe, el más grande artista del arte corporal, y luego, en contra de
Dittborn, el imprentero.
La
marca del detergente KLENZO es empleada
a partir de su función como efecto
fonético evidente con el verbo inglés to clean; de ahí, to cleanse,
depurar.
Díaz
ha venido a desengrasar con su pintura, trayendo consigo la figura de una
sirvienta que premunida de su paño de
servicio, concibe la propia práctica de la pintura como una
actividad de servicio, por que va a
limpiar el relieve de la impresión
serigráfica monocroma ejecutada por Dittborn,
que habría pasado a fijar el espesor graso de la escena chilena.
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