En la III Bienal del Mercosur (2001), Carlos Leppe realizó una performance
en el Hospital Sao Pedro y dos instalaciones; la primera, sobre una balsa que
flotaba en las aguas del río Guaiba; la segunda, en un container especialmente habilitado para acoger la pieza, que
consistía en la intervención de la frase “Mi(ni)sterio de Economía” impresa
en pan de oro sobre una pintura colonial de autor anónimo que representaba a un
Cristo yaciente. La pintura estaba
colgada en el extremo del container que había sido pintado en su
interior en color berenjena. Para alcanzar a ver de cerca la pintura
intervenida era preciso que el público atravesara la extensión del dispositivo,
que había sido cubierto en el piso con varias capas de vidrios planos
quebrados, que seguían fracturándose en la medida que el público acudía a
verlo, produciendo un inquietante sonido mientras el público caminaba.
En ese entonces, mi
atención estuvo puesta en el concepto de Economía, que por vez primera mencionara
Nicéforo en el contexto de una disputa teológica, en su “Discurso contra los
iconoclastas”. Economía “es aquello por medio de lo cual Dios se manifiesta en
este mundo, ya sea por su Providencia, su Gracia o su Sabiduría. Es por sí solo
la indicación de una primera epifanía, que la encarnación crística no hará más
que magnificar”.
El párrafo que cabo de citar proviene del libro de Guy Le Gaufey,
“El lazo especular”, en el que el propio autor, para explicar su posición, cita
a su vez a una gran estudiosa de la imagen y de los íconos, M.-J.
Mondzain, que escribe el prefacio de la
traducción al francés de Nicéforo: “Todos los fenómenos naturales se convierten
en “económicos”, cuando manifiestan en lo visible la bondad de la divina
Providencia”. Se instala, entonces, todo
un pensamiento de la “economía encarnada” a favor de las tesis de los
iconodulos, en contra de los iconoclastas.
Escribe Le Gaufey: “puesto que ustedes reconocen como
nosotros que Cristo se encarnó, que el Hijo de Dios tomó forma humana, ¿cuál es
la dificultad para hacer ícono de esta encarnación?”. Es decir, si el Verbo se
hizo carne, entonces está circunscrito. Al tener dos naturalezas, divina y
humana, es decir, incircunscrita y circunscribible, resulta que un trazo
gráfico, en la medida que está circunscrito, pierde su naturaleza divina para
capturar solo su naturaleza humana.
En algún lugar he sostenido que la historia de las polémicas
de obra entre Leppe, Dittborn y Dávila, en la coyuntura de 1980-1981, no son más
que unas disputas sobre cual es la
preeminencia de la cita bíblica que los representaría. Para entender la
performatividad de Leppe no había que ir a buscar del lado del minimalismo
(teatral) de un protestantismo
anglosajón, sino que había que ajustarse a la sobredeterminación
católica de la encarnación.
Sin embargo, Leppe fija la representación de ésta en una
imagen pictórica desconocida, sin atributos, pero que resulta muy particular
porque reproduce una imagen de Cristo por los suelos, como si hubiese sido
abandonado luego de su descendimiento. Leppe recusa la fijación de Dittborn y
Dávila en la figura de la Pietà,
obligándolos a percibir a un Cristo que
no yace acogido por su madre después del descendimiento, sino que se presenta
en una de sus caídas durante el vía crucis. Jesús cae tres veces, según el guión romano,
agobiado por el peso de la cruz.
No deja de ser que un artista de la performance cuya obra es
calificada de “materialista”, realice
una instalación pictórica sobre la caída de Cristo como recurso para
figurar la letra de un inconsciente cristiano.
La frase titular ha
sido impresa para permitir la doble
interpretación mediante un a contracción de la palabra Ministerio hacia la
palabra Misterio, mediante la sustracción virtual de las letras “in”. ¡Puesto que se trata de una “in”-corporación
de la letra “para manifestar lo visible”!
Lo cual remite a una idea de inscripción que será una de las
palabras-valija para definir las estrategias de manifestación de lo visible
empleadas por las obras de Dávila, Dittborn y Leppe en la coyuntura ya
señalada.
Para reconstruir, entonces,
los diagramas de las obras referidas
se hace necesario recurrir a la historia problemática de la iconografía
cristiana y a la disputa de los iconoclastas, más que a la acomodación de los
gestos productivos de estos artistas con
el nuevo canon que (se) instala (en) la crítica, y que consiste en
acomodar las obras al molde de un
glosario formado por nociones extraídas
de Kristeva, Barthes, Deleuze, Lyotard, sin hacer distinción conceptual alguna. Siempre he pensado que el estudio de los
Antiguos proporciona unas maneras de
hilar que son decisivas para estudiar las filiaciones formales de unas determinadas construcciones analíticas.
Cuando Leppe imprime la palabra Economía sobre la superficie
de la pintura de autor anónimo, se apropia de un soporte para imprimir no solo
su sello, sino para demostrar que toda
pintura ya está suficientemente escrita y sugiere por consiguiente trabajar
sobre el uso del término en el debate sobre la “economía encarnada”. Pero cuando imprime la palabra Ministerio para
que sea leída como Misterio, instala un debate no ya sobre una filiación sino
sobre un tipo específico de funcionamiento
orgánico; es decir, obliga a pensar que la operatividad del Misterio no solo
depende de su Ministerialidad, sino que está sobre/determinada por ésta.
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