En
Chile, ¡quien no lo sabe!: las palabras “estado de emergencia” forman parte del
léxico común desde que tenemos uso de memoria.
Nuestro actual concepto de estado de excepción viene de una ley que data del año 1969, pero que proviene de
la época del terremoto de mayo de 1960 en Concepción y Valdivia, en que por vez
primera se hizo uso del concepto de
calamidad pública como causa para decretar una zona de emergencia.
Edgar del Canto, Antonio Guzmán y Henry Serrano residen y
trabajan –mayoritariamente- entre Quilpué, Limache, Valparaíso y Santiago; de modo que conocen
las relaciones entre los imaginarios de
la ruralidad y del borde costero, en sus diversas fases de des-constitución
(incendios, explosiones de gas, derrumbe de cerros, terremotos, marejadas, etc.). Digámoslo de otra manera: en Valparaíso, la
emergencia ha pasado a constituir la normalidad de una ciudad inviable, cuya autoridad solo se amarra a la nostalgia
de la pérdida, como insumo para una
industria del turismo que apenas puede sostenerse como inversión, porque
habilita la destrucción del objeto que sostiene simbólicamente su negocio.
Edgar del Canto es un pintor que para esta muestra en Buenos
Aires ha resuelto realizar una serie de cuadritos con recortes de noticias
catastróficas, como apuntes para la confección de un libro de imágenes
enigmáticas, donde la calamidad pública se reproduce como “reflejo
objetivo”. Lo que hace es re-encuadrar
el drama de los voluntarios y desplazar el régimen de la letra a funciones de
marcación de un “real problemático”.
(Edgar del Canto)
En cambio, Antonio
Guzmán ha transferido al terreno del
dibujo su hostilidad gráfica mediante
epigramas falsamente líricos, que
remiten a maquetas teatrales de la pedagogía como sometimiento. De este modo,
se valida como testigo de cargo en el juicio entablado, por un lado, a los historiadores del arte que niegan la
historia política, y por otro lado, a aquellos que hacen del la historia del
arte una ilustración diferida de la historia política.
Henry Serrano, por su parte, ensaya un momento singular de
des-hilachamiento del arte, perturbando los géneros para configurar un montaje
de imágenes disímiles que tienen por
efecto poner en crisis el “mensaje” del que son portadoras.
Estos tres artistas tienen en común el entendimiento de que
las imágenes poseen una materialidad adecuada
que sostiene un tipo de conocimiento que
va a desmontar la impostura que
sostiene la noción de calamidad pública, con el propósito manifiesto de
remontar hacia el origen –demasiado humano- de la vulnerabilidad, porque en el
terreno de la imagen no es posible montar
la noción de “catástrofe natural”.
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