domingo, 19 de marzo de 2017

LA FALSA MEDIDA (2).


En esta gran maquinaria de re/significación del cuerpo, que es un hospital, Francisca Aninat recupera, registra, traslada, transforma, los relatos críticos de una recuperación de las trazas visibles como hilachas de dolor. Las letras reemplazan a las cifras que dan cuenta de las medidas canónicas que definen la normalidad. El habla de un paciente o el relato de un doctor que narra las vicisitudes enfrentadas durante el golpe militar, son fuentes de información que alteran la consciencia de los hechos y de sus efectos en la reconstrucción de sus biografías.  Pero la expresión gráfica no llega a formular palabras, sino a recuperar marcas a-significantes, que Francisca Aninat traspasa a un libro de apuntes que maneja como un incunable, para remitir la “actualidad” del gesto pictórico a su determinación primera y primaria (“arcaicidad”). 

Sin embargo, selecciona algunos fragmentos de frases que condensa el estado del trauma. Es así como transcribe  el rango afectivo de una acción: “En 1985 llegó al hospital una joven. Se había introducido un tallo de perejil para abortar”.   Después, la caligrafía se hace irreconocible, porque los síntomas de la degradación del relato se presentan en un grado de opacidad  que no se logra descifrar. 


En este punto,  Francisca Aninat plantea un problema crucial: el de la decibilidad concreta del dolor en su traspaso a la tela-página-sábana. Lo que no sabe-sabiendo es que es en esta triple función que se juega la cuestión de la materialidad contingente.  Lo que tenemos en evidencia es el afecto inscrito en un procedimiento de registro sobre un material que posee una autonomía que es conducida y modelada por la complejidad del procedimiento arcaico que lo precede.  Afecto portador de la complicidad que proporciona  al “artista la oportunidad especulativa para ver su obra como un reflejo de los materiales contingentes en sí misma, sus conclusiones secretas, conspiraciones, antagonismos, actitudes indiferentes y sus torsiones dentro y fuera de las posibilidades que se presentan”.

Tela-página-sábana: materiales contingentes que comprometen la historia de la cultura.  El orden debiera ser distinto: tela-sábana-página. Tenemos, en las dos primeras materialidades, una historia de representación (el paño de la Verónica) y una historia de sepultación (el santo sudario).   Es la tela que entra en contacto directo con el cuerpo de Cristo y de paso, se instala como el origen católico de la pintura.  Ya se sabe que hay otra historia, pagana, ligada al relato de la hija del alfarero de Corinto. Esta vez, nada. Estamos en la historia cultural católica, que ya he abordado en otros escritos, hace (muchos) años.  Recuerdo que lo hice a propósito del rol diagramático que jugaba  la matriz del via crucis en la obra de un insigne artista totémico. Lo cual quiere decir que hay problemas que nunca envejecen, y que jamás son “superados”. Lo nuevo está en el acontecimiento de su retorno.

Veamos: Francisca Aninat dobla la ropa de cama; la re/pliega para formar con ella un cuadernillo.  Es la ropa sucia del hospital.  Por eso, el apego a la lavandería como fábrica de re/puesta en condición higiénica, que es una  versión moderna de la re/virginización del soporte.  Lavado profundo de superficies de contacto, para terminar autorizando la página como objeto de acometida de una pluma sustituta; es decir, una situación en que la aguja será reemplazada por la pluma. Ese solo paso hace que nos introduzcamos en el universo del  libro.  Lo cual determina en el carácter del montaje en D21 y obliga a definir el mobiliario adecuado a su soporte.  Porque también, en el terreno de la disposición se juega la contingencia de la materialidad elaborada.

Para terminar esta columna, me remito a una historia de hilo que tiene lugar en el campo italiano cercano a Mantua, en 1970. En esta región se tejía a domicilio hasta comienzos del siglo XX, donde existía un rito de viudez que consistía en la destrucción del telar de la mujer. Esta es la historia de Clelia Marchi, campesina, madre de ocho hijos, cuatro de ellos muertos a baja edad, que pierde a su marido, con quien estaba casada desde los catorce años.  A los sesenta años Cleclia queda sola y desamparada. Duerme mal. Entonces comienza a escribir sobre papel grueso de envolver que luego cose con lana roja, como si fueran expedientes en un juzgado.  A través de dicho texto recoge los recuerdos de la familia, del pueblo, entre fotos personales y recortes de diarios.  Pero luego viene la noche y no teniendo ya más papel donde escribir, Clelia abre su armario y decide comenzar todo de nuevo.  Su deseo es escribir toda su vida, desde su encuentro con su marido. Entonces, escoge una gruesa tela de “sábana de abajo” y comienza a escribir sobre la prenda las razones de semejante gesto. Ella, de niña, había escuchado de boca de su institutriz, una historia en que los “truscos” habían envuelto a un muerto en un pedazo de tela escrita. Ella pensó que si ellos lo habían hecho, ella misma podría hacerlo. Si ya no podía usar esas sábanas con su marido, bien podía utilizarlas para escribir sobre ellas[1].  







[1] Anna Iuso, « Ma vie est un ouvrage à l’aiguille »
Écrire, coudre et broder au XIXe siècle
« (My Life is a Needlework ». Writing, Sewing and Embroidering in the XIXth century), Clio. Femmes, Genre, Histoire 35 | 2012.

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