En esta gran maquinaria de re/significación del cuerpo, que
es un hospital, Francisca Aninat recupera, registra, traslada, transforma, los
relatos críticos de una recuperación de las trazas visibles como hilachas de
dolor. Las letras reemplazan a las cifras que dan cuenta de las medidas
canónicas que definen la normalidad. El habla de un paciente o el relato de un
doctor que narra las vicisitudes enfrentadas durante el golpe militar, son
fuentes de información que alteran la consciencia de los hechos y de sus
efectos en la reconstrucción de sus biografías.
Pero la expresión gráfica no llega a formular palabras, sino a recuperar
marcas a-significantes, que Francisca Aninat traspasa a un libro de apuntes que
maneja como un incunable, para remitir la “actualidad” del gesto pictórico a su
determinación primera y primaria (“arcaicidad”).
Sin embargo, selecciona algunos fragmentos de frases que
condensa el estado del trauma. Es así como transcribe el rango afectivo de una acción: “En 1985 llegó al hospital una joven. Se había
introducido un tallo de perejil para abortar”. Después, la caligrafía se hace
irreconocible, porque los síntomas de la degradación del relato se presentan en
un grado de opacidad que no se logra
descifrar.
En este punto,
Francisca Aninat plantea un problema crucial: el de la decibilidad concreta del dolor en su
traspaso a la tela-página-sábana. Lo que no sabe-sabiendo es que es en esta
triple función que se juega la cuestión de la materialidad contingente. Lo que tenemos en evidencia es el afecto
inscrito en un procedimiento de registro sobre un material que posee una
autonomía que es conducida y modelada por la complejidad del procedimiento
arcaico que lo precede. Afecto portador
de la complicidad que proporciona al “artista la oportunidad
especulativa para ver su obra como un reflejo de los materiales contingentes en
sí misma, sus conclusiones secretas, conspiraciones, antagonismos, actitudes
indiferentes y sus torsiones dentro y fuera de las posibilidades que se
presentan”.
Tela-página-sábana:
materiales contingentes que comprometen la historia de la cultura. El orden debiera ser distinto:
tela-sábana-página. Tenemos, en las dos primeras materialidades, una historia
de representación (el paño de la Verónica) y una historia de sepultación (el
santo sudario). Es la tela que entra en
contacto directo con el cuerpo de Cristo y de paso, se instala como el origen
católico de la pintura. Ya se sabe que
hay otra historia, pagana, ligada al relato de la hija del alfarero de Corinto.
Esta vez, nada. Estamos en la historia cultural católica, que ya he abordado en
otros escritos, hace (muchos) años.
Recuerdo que lo hice a propósito del rol diagramático que jugaba la matriz del via crucis en la obra de un insigne artista totémico. Lo cual
quiere decir que hay problemas que nunca envejecen, y que jamás son “superados”.
Lo nuevo está en el acontecimiento de su retorno.
Veamos:
Francisca Aninat dobla la ropa de cama; la re/pliega para formar con ella un
cuadernillo. Es la ropa sucia del
hospital. Por eso, el apego a la
lavandería como fábrica de re/puesta en condición higiénica, que es una versión moderna de la re/virginización del
soporte. Lavado profundo de superficies
de contacto, para terminar autorizando la página como objeto de acometida de
una pluma sustituta; es decir, una situación en que la aguja será reemplazada
por la pluma. Ese solo paso hace que nos introduzcamos en el universo del libro.
Lo cual determina en el carácter del montaje en D21 y obliga a definir
el mobiliario adecuado a su soporte.
Porque también, en el terreno de la disposición se juega la contingencia
de la materialidad elaborada.
Para
terminar esta columna, me remito a una historia de hilo que tiene lugar en el
campo italiano cercano a Mantua, en 1970. En esta región se tejía a domicilio
hasta comienzos del siglo XX, donde existía un rito de viudez que consistía en
la destrucción del telar de la mujer. Esta es la historia de Clelia Marchi,
campesina, madre de ocho hijos, cuatro de ellos muertos a baja edad, que pierde
a su marido, con quien estaba casada desde los catorce años. A los sesenta años Cleclia queda sola y
desamparada. Duerme mal. Entonces comienza a escribir sobre papel grueso de envolver
que luego cose con lana roja, como si fueran expedientes en un juzgado. A través de dicho texto recoge los recuerdos
de la familia, del pueblo, entre fotos personales y recortes de diarios. Pero luego viene la noche y no teniendo ya
más papel donde escribir, Clelia abre su armario y decide comenzar todo de
nuevo. Su deseo es escribir toda su
vida, desde su encuentro con su marido. Entonces, escoge una gruesa tela de
“sábana de abajo” y comienza a escribir sobre la prenda las razones de
semejante gesto. Ella, de niña, había escuchado de boca de su institutriz, una
historia en que los “truscos” habían envuelto a un muerto en un pedazo de tela
escrita. Ella pensó que si ellos lo habían hecho, ella misma podría hacerlo. Si
ya no podía usar esas sábanas con su marido, bien podía utilizarlas para
escribir sobre ellas[1].
[1] Anna Iuso,
« Ma vie est un ouvrage à l’aiguille »
Écrire, coudre et broder au XIXe siècle
« (My Life is a Needlework ». Writing, Sewing and
Embroidering in the XIXth century), Clio. Femmes, Genre, Histoire 35 |
2012.
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