En otra columna hablaré del catálogo en línea. Cuando visité
la exposición no me fue obsequiado el ejemplar físico. ¿Qué pasó con los 10.000 ejemplares? ¿Se
agotaron? ¿Tanto fue el éxito de esta exposición?
Valga señalar, en lo inmediato, la fotografía de portada,
que reproduce la imagen de un avión de juguete, que sintomatiza la exposición
como el-juguete-del-curador, en su acepción más estricta, como un objeto
transicional. La “madama” del arte no le
ha dado suficientes garantías de maternación
político-discursiva. Fort! Da!
Sin embargo, en su afán, el curador ha realizado una
jugarretas totalmente “inconscientes”, pero que hacen que la exposición sea un
espacio de rendición de cuentas. Es el caso, en el subterráneo, cuando al bajar
por la escalera, el curador dispone la obra de Smythe como antesala para el
acceso a la obra de Díaz. ¿Lo pensó a propósito? No le podría haber salido
mejor. La obra de Smythe es de 1978 y el
curador la conoció cuando ésta fue expuesta en Galería D21 en el 2015. En esa ocasión, Paulina Humeres presentó dos
bloques de obras, que correspondían a dos momentos expositivos muy precisos. De
modo que se entendiera en qué momento estas obras habían sido ya sancionadas en
términos de inscripción en la escena. De
modo que resulta ofensivo para Díaz, que le recuerden la proximidad de una obra
que en 1978 ya tenía efectos rupturales, cuando él todavía pintaba sus
“cancerberos”.
Pero el asunto se agrava cuando junto a dos láminas de gran
formato de 1978, el curador cuelga dos láminas de un formato oficio fiscal,
dentro de unas carpetas/camisas de plástico transparente, convenientemente
enmarcadas. Puedo advertir que ese tipo
de obra proviene de un momento posterior, que se ubica en el entre-medio del
viaje a Florencia y que antecede la serie de collages que Smythe envía para ser expuestos en Galería SUR, en
1981, pero que por razones que no es del caso –por ahora- mencionar, la exposición fue cancelada.
El curador comete la imprudencia de exhibir las pruebas de
la dependencia smytheana/schiffaniana de
la obra del Díaz que regresa de Florencia en 1981, y que recién comienza a ser reconocido en el espacio plástico
dominado –diferenciadamente- por Dittborn/Richard.
Sin embargo, en inconsciente gráfico del curador lo obliga a
ser fiel a las determinaciones del “sistema gráfico” de la Facultad de Bellas
Artes de la Universidad de Chile, que funciona durante poco más de una década;
es decir, entre 1965 y 1978. De modo que el curador no puede renunciar a una
historia que le hace falta para redorar su propio mito de pertenencia a una
“plástica republicana”. El curador
denota su pulsión smytheana, se delata y no puede evitar cometer un lapsus decisivo. La obra de Smythe de 1978 es dispuesta delante
(de costado) del acceso estrecho a la sala en que Díaz monta una obra fabricada
para Gabriela Mistral en 1998, con el título Quadrivium: ad usum delphini.
Esta es una obra que proviene de una época en que Díaz se
puso a leer a los retóricos y aprendió de unos catálogos de la obra de Luis
Fernando Benedit, de donde sacó la idea de los proyectores de diapositivas
sobre objetos. Aunque ya desde su época de los “cancerberos”
ya leía a los clásicos latinos. En
Quadivium celebra los diez años exactos
que han pasado desde que hiciera sus primeras lides en la objetualidad dura,
cuando “editó” en Arte Actual la famosa instalación Banco/Marco de Pruebas
(1988). Es decir, recién
diez años después de que Smythe expusiera la expresión máxima del “sistema gráfico” de “la
Chile”, del que es su más digno representante.
Lo que logra el curador con esta juntura de obras es
declarar el valor de dos momentos terminales: 1978 y 1998. En noviembre de este último año fallece
Smythe. En 1978 expone el límite del
sistema que ya he mencionado y sobre el que he realizado un estudio que se
puede encontrar en www.justopastormellado.cl bajo el título Segunda Entrega. En 1998 Díaz expone lo que ya será la
expresión más elaborada, por no decir amanerada, de su modelo
scripto-objeto-visual, en lo que se puede considerar una “obra finita”,
más que terminada. De hecho, Quadrivium
es de tal modo un diagrama “expresivo”, que no se entiende por qué en esta
exposición no ocupó un lugar eminente, como
obra de referencia que elevaba la dignidad de su propio título: una
imagen llamada palabra. Y más aún: ad usum delphini. Por lo cual, reclamaba su autonomía en una
compañía que articulara la especificidad de la problemática arte/palabra en una
coyuntura de repliegue formal, cuando Díaz pasa a ser un artista oficial de
la segunda fase de la post-dictadura
(del significante gráfico). Bajo esta consideración reclama un abordaje
analítico estrictamente auto/remitido a las condiciones retóricas de su aparición. No hay que meter a todas las poéticas en un
mismo saco. Ya que en esta perspectiva
tampoco se entiende por qué el curador no hizo primar su criterio y escogió los
libros de poesía de Dittborn, que
hubiera sido un momento ejemplar de articulación crítica con la visualidad de
los poetas, en el caso reversivo, en el que Dittborn es un artista que produce
escritura, haciendo figurar el pie de la
letra.
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