Este fin de semana funciona –mal que mal-, la feria.
De las buenas cosas que han ocurrido es que una exposición como la de
Guillermo Deisler, haya sido en D21 y no en otro lugar. De este modo se establece una distancia entre las
exhibiciones de mayor densidad con aquellas que solo ilustran una fracasada
política de invención de “marca-país”. A
lo que se agrega el cierre de la
exposición de Juan Domingo Dávila, en Matucana 100, que significó hacer
evidente la prolongada “afluencia” de su pintura, en un escenario corrompido
por el amiguismo y el comentario de glosa.
Y que se conecta con la próxima exhibición de Martin Gusinde en el
MNBA, para cerrar la operación de “re-antropologizar” unos
documentos que habían sido “des-antropologizados” para servir de herramienta
crítica a la invención de la “mirada” americana. Lo cual viene a demostrar que
los “fotógrafos oficiales” jamás se
pudieron tragar ciertas aceleraciones formales de las que jamás fueron sujetos. De modo que la “tendencia Quintana” en la
recuperación de los activos plebeyos de
la “otra fotografía”; es decir, de la que no requiere “reclamarse” deudora del
“primer” Sergio Larraín, ha podido finalmente convertirse en un gesto
patrimonial de la USACH. Aunque tengamos
que rendirnos a la policíaca “confección
de listas” de apoyo a una campaña por un premio, ya condicionada para
satisfacer la equidad de género y proporcionar estatuto a la “otredad”
reivindicada como corrección referencial, en lo que a Venecia se refiere, si
terminamos hablando de la bienal, a la que acudirá como representación nacional
la “visualidad mapuche” (Mercurio dixit). Sin embargo, un artista totémico ya
intentó llegar agua a Venecia y nunca entendió que la definición de la ciudad dependía
de los relatos de la peste, bien antes que Dirk Bogarde interpretara a quien
debía interpretar, sin poder encubrir la
sobredeterminación germana de la garantía que el artista buscaba, como efecto
teosófico austro-húngaro. Venecia es barroca y clásica. Los que deben entender, que entiendan, y los
que no, les basta con comprar números
antiguos de una prestigiosa y fenecida
revista de crítica cultural , en la era del ascenso de la french theory y su desborde financiado
para promover a los lacayos del continente sudamericano que buscaban pasantías
en universidades americanas de la costa oeste.
Todo bien.
Para no quedar mal, Dávila tuvo que instalar un
proyector destinado a difundir su obra
“anterior”, no para que se entendiera la obra actual, son para declarar la
naturaleza del corte y confección con que tendría que remodelar la memoria de
su recepción, a un año del fallecimiento de Leppe. Entre tanto, nos cae encima una exposición de
Sebastián Salgado, traída
inconscientemente para denostar la obra de Alfredo Jaar y declarar la anticipación -ignorada hasta
ahora- de un insoportable humanitarismo que lo conduce a preparar especialmente
para nosotros 65 imágenes de campesinos y de indígenas del continente, para que
nos enteremos de las “otras américas latinas”, cuando tenemos nuestro propio
patio trasero en la Araucanía y en momentos en que el ministro de simulación
programada censura la obra de artistas de la “otredad” y castiga a fotógrafos
que arriesgan la vida en los territorios reivindicados por las comunidades que jamás ocuparán la
escena estetizada por Salgado, quien se
ha hecho merecedor de un film realizado
por el propio Wim Wemders, que probablemente no leyó a Todorov para hacer este
documental.
Entonces, entre la re-antropologización de Gusinde y
las informaciones provenientes del
ministerio de la vivienda acerca de los planes de vivienda para Cerrillos, Díaz y Dittborn ocupan sus asientos en el directorio de la sociedad de responsabilidad limitada (SRL) del arte chileno contemporáneo, para
ejercer sus funciones como agentes de justicia
correctiva, en la época de la
reproductibilidad institucional de su naufragio como (ex)cena eucaristizada y revertida en cita
bíblica, desplegando las figuras retóricas del descendimiento declinante, como
ejercicio eyaculatorio de la seminalidad del ahorcado conver,
que definió el carácter de la propiedad, fijando en el mapa las línea
violenta de los cursos de agua.
Al final, esta no ha sido más que otra semana extremadamente
ordinaria, en el curso de la cual le ha
sido rebajado todo presupuesto al ministro de escenografía, demostrando con
ello que
carece de uno que por mérito propio lo sustente. Pero esto es lo que ocurre cuando la política
de Estado se convierte en el objeto de
explotación de capas plebeyas ascendentes con el rencor sublimado, cuando apenas habían abandonado el cerco
de la hacienda. De modo que, en
este punto, lo que está por saber es si dichas capas son capaces de ejercer la
facultad de la soberanía que les hace (la) falta de clase. Lo cual, deja a los artistas visuales en la posición
de los poetas inofensivos del platonismo y los conmina a subordinar sus deseos
a la pentecostalidad de los poetas que fungen
de artistas visuales (solo) para diversificar la política editorial, y
demostrar algún grado de anticipación diagramática pre-verbal.
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