jueves, 13 de octubre de 2016

UNA SEMANA EXTREMADAMENTE ORDINARIA

Este fin de semana funciona –mal que mal-,  la feria.  De las buenas cosas que han ocurrido es que una exposición como la de Guillermo Deisler,  haya  sido en D21 y no en otro lugar.  De este modo se  establece una distancia entre las exhibiciones de mayor densidad con aquellas que solo ilustran una fracasada política de invención de “marca-país”.  A lo que  se agrega el cierre de la exposición de Juan Domingo Dávila, en Matucana 100, que significó hacer evidente la prolongada “afluencia” de su pintura, en un escenario corrompido por el amiguismo y el comentario de glosa.  Y que se conecta con la próxima exhibición de Martin Gusinde en el MNBA,  para cerrar  la operación de “re-antropologizar” unos documentos que habían sido “des-antropologizados” para servir de herramienta crítica a la invención de la “mirada” americana. Lo cual viene a demostrar que los “fotógrafos oficiales”  jamás se pudieron tragar ciertas aceleraciones formales de las que  jamás fueron sujetos.   De modo que la “tendencia Quintana” en la recuperación de  los activos plebeyos de la “otra fotografía”; es decir, de la que no requiere “reclamarse” deudora del “primer” Sergio Larraín, ha podido finalmente convertirse en un gesto patrimonial de la USACH.  Aunque tengamos que rendirnos a la policíaca  “confección de listas” de apoyo a una campaña por un premio, ya condicionada para satisfacer la equidad de género y proporcionar estatuto a la “otredad” reivindicada como corrección referencial, en lo que a Venecia se refiere, si terminamos hablando de la bienal, a la que acudirá como representación nacional la “visualidad mapuche” (Mercurio dixit). Sin embargo, un artista totémico ya intentó llegar agua a Venecia y nunca entendió que la definición de la ciudad dependía de los relatos de la peste, bien antes que Dirk Bogarde interpretara a quien debía interpretar,  sin poder encubrir la sobredeterminación germana de la garantía que el artista buscaba, como efecto teosófico austro-húngaro. Venecia es barroca y clásica.  Los que deben entender, que entiendan, y los que no, les basta con  comprar números antiguos de una prestigiosa y fenecida  revista de crítica cultural , en la era del ascenso de la french theory y su desborde financiado para promover a los lacayos del continente sudamericano que buscaban pasantías en universidades americanas de la costa oeste.  Todo bien. 

Para no quedar mal, Dávila tuvo que instalar un proyector  destinado a difundir su obra “anterior”, no para que se entendiera la obra actual, son para declarar la naturaleza del corte y confección con que tendría que remodelar la memoria de su recepción, a un año del fallecimiento de Leppe.  Entre tanto, nos cae encima una exposición de Sebastián Salgado,  traída inconscientemente  para denostar   la obra de Alfredo Jaar y  declarar la anticipación -ignorada hasta ahora- de un insoportable humanitarismo que lo conduce a preparar especialmente para nosotros 65 imágenes de campesinos y de indígenas del continente, para que nos enteremos de las “otras américas latinas”, cuando tenemos nuestro propio patio trasero en la Araucanía y en momentos en que el ministro de simulación programada censura la obra de artistas de la “otredad” y castiga a fotógrafos que arriesgan la vida en los territorios reivindicados  por las comunidades que jamás ocuparán la escena estetizada  por Salgado, quien se ha hecho merecedor de un film  realizado por el propio Wim Wemders, que probablemente no leyó a Todorov para hacer este documental.  

Entonces, entre la re-antropologización de Gusinde y las  informaciones provenientes del ministerio de la vivienda acerca de los planes de vivienda para Cerrillos,   Díaz y Dittborn  ocupan sus asientos en el directorio de  la sociedad de responsabilidad limitada  (SRL) del arte chileno contemporáneo, para ejercer sus funciones como agentes de justicia  correctiva,  en la época de la reproductibilidad institucional de su naufragio como  (ex)cena eucaristizada y revertida en cita bíblica, desplegando las figuras retóricas del descendimiento declinante, como ejercicio eyaculatorio de la seminalidad del ahorcado  conver,  que definió el carácter de la propiedad, fijando en el mapa las línea violenta  de los cursos de agua.


Al final, esta no ha sido más que otra semana extremadamente ordinaria,  en el curso de la cual le ha sido rebajado todo presupuesto al ministro de escenografía, demostrando con ello  que  carece de uno que por mérito propio lo sustente.  Pero esto es lo que ocurre cuando la política de Estado se convierte en  el objeto de explotación de capas plebeyas ascendentes con el rencor sublimado,  cuando apenas habían abandonado  el cerco  de la hacienda.  De modo que, en este punto, lo que está por saber es si dichas capas son capaces de ejercer la facultad de la soberanía que les hace (la) falta de clase.  Lo cual, deja a los artistas visuales en la posición de los poetas inofensivos del platonismo y los conmina a subordinar sus deseos a la pentecostalidad  de los poetas que fungen de artistas visuales (solo) para diversificar la política editorial, y demostrar algún grado de anticipación diagramática pre-verbal.   

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