Es en 1971, un año antes del
Paro de Octubre, que José Balmes produce un afiche que estará en el origen de
una de sus pinturas más emblemáticas, “No”, que será realizada en 1972. El
afiche está impreso sobre un fondo ocre. Aparece, en su mitad superior, en
negro, un detalle de un fusil, reproducido en la zona del gatillo. Sobre la
tinta negra, la palabra NO en rojo, ocupa la casi totalidad del fragmento de
fusil, al punto de quedar las letras apoyadas, en equilibrio, sobre la imagen
del gatillo.
En la mitad superior del afiche,
bajo el gatillo, continua la frase “a la sedición”, ya iniciada con la palabra
“no”. Dicha palabra opera como el cargador visual de la consigna. La zona del
gatillo resulta ser el gancho del que se han desprendido las otras palabras,
que parecen flotar en el vacío. Palabras que son atraídas por la gravedad del
corte inferior del afiche y que aparecen escritas-pintadas con una caligrafía
ejecutada con pincel. En términos estrictos, Balmes pinta un afiche. Aunque en
la palabra NO, no haya huella de pincel alguna. Esta parte ha sido calada, para
facilitar el calce de la serigrafía, de la letra roja sobre fondo negro. Lo
mismo ocurre con “a la sedición”, en que el calado respeta la caligrafía, pero
no alcanza a fijar la designación del objetivo político. Justamente, porque el
afiche de Balmes no está hecho para comunicar una consigna, sino para anticipar
una amenaza de hecho.
La palabra “sedición” contiene la palabra “edición”,
mediante la deportación de la letra “s”. ¿Qué se está editando, en el país, en
la escena plástica? Por homofonía, la sedición, que Es una palabra que proviene
del léxico conspirativo, Es erróneamente, forzadamente, cercana a la “cesión”
(de ceder). El peligro es interno. Interno, quiere decir, respecto de la
alianza política y social en que se sostiene el gobierno de Allende. Más que un
gobierno, un programa de reivindicaciones que combina “tareas” de
profundización democrática y de “construcción socialista”. ¿De qué tipo, dicha
“construcción”?
Lo que ocurre en el campo plástico con la re-puesta en
circulación autoritaria del muralismo como política expresiva del programa,
termina por desplazar los esfuerzos desilustrativos del arte contemporáneo
desarrollado desde los años 60 en adelante. La amenaza implícita que se cierne
sobre los artistas de la Facultad se yergue por el lado de la culpabilización
social, que elabora unos argumentos que deprecian las actividades artísticas no
directamente ligadas al desarrollo de la “cultura popular”, que en esa
coyuntura las organizaciones políticas identifican con el folklore y las
artesanías campesinas.
Para la escena plástica, la Unidad Popular configura el
marco en que tendrá lugar esta dramática paradoja, que consiste en que
actividades de reivindicación de imaginerías y tecnologías populares, logran
generar en la clase política un sentimiento de destierro de las conquistas de
la contemporaneidad artística. Contra esta política, los artistas de la
Facultad no estuvieron jamás en posesión de los recursos políticos,
discursivos, para llevar a cabo una lucha demostrativa que validara la
coexistencia de ambos campos de operaciones plásticas. El afichismo de los
artistas de la Facultad fue una plataforma temporal, precaria por lo demás, a
través de la cual se hacía visible la presencia de sus obras en el seno de un
proceso que, finalmente, comprensiblemente, los excluía.
El peligro sintomatizado por el
afiche de Balmes no solo era interno de la alianza política y del espacio
plástico, sino interno del país. Ante la amenaza de las armas, Balmes, en
sentido estricto, pinta otra frase: “No a la cesión” (No vayamos a ceder ante
la amenaza de las armas). Porque políticamente, Balmes expresa, públicamente,
su propia desconfianza en la unidad de la alianza. Su “publicidad”, no es
leída.
Ahora bien: ¿de qué armas se
trata? Ciertamente, sus únicas armas, las de Balmes, son las armas de la
crítica pictórica. En un contexto de crisis política en situación de
generalización total, la crítica pictórica de la visualidad, así como la
crítica política implícita en la crítica pictórica, no se hacen “visibles” ni
“legibles”. La Dirección Política, como figura de un significante social que se
modela para conducir una “guerra”, solo posee la habilidad para jerarquizar los
problemas relativos a la conducción de la “guerra”.
El espacio artístico, en
general, la escena plástica, en particular, sufrirán los efectos de dicha
jerarquización de “intendencia”. Por eso, Balmes opera con colores de
“intendencia” política. ¿Y de qué colores se trata? Rojo y negro. Son los
colores emblemáticos del Movimiento de Izquierda Revolucionaria; uno de los grupos
que, desde la extrema izquierda, buscan la “radicalización del proceso”, para
“asegurar el triunfo del pueblo” adquirido en las urnas. Ello significaba,
descriptivamente, pasar de las tareas de “profundización de la democracia” a
las tareas de “construcción socialista”. Significaba, discursivamente, revertir
el orden de las tareas. Invertirlo en provecho de una interpretación
sintomática de los Textos que fundaban una “tradición de lectura”. Esta
tradición comentaba la necesidad de la insurrección popular a partir del uso
discursivo de una plataforma citacional leninista, que era respondida, desde la
oficialidad del gobierno, con otra batería de citas leninistas, adecuadas a las
necesidades de legitimación de su política de conducción de un gobierno.
En esta
“querella de interpretaciones”, Balmes interviene señalando la amenaza de la
sedición de izquierda, en un momento de graves dificultades en el seno de la
alianza. Lo propio de un ciudadano políticamente informado e informado era
estar prevenido contra la sedición militar de la derecha. La frase implícita
que le atribuyo –“no vayamos a ceder ante la amenaza de las armas”–, significa,
en el fondo, “no vayamos a ceder ante la extorsión de la extrema izquierda. Su
experiencia infantil de la guerra española y, posteriormente, la experiencia
como hijo de refugiados políticos que reelaboran constantemente las condiciones
de esa derrota, lo habían puesto en una situación extremadamente atenta, frente
a un cierto “fatalismo de la repetición”.
Pero, además, la extrema izquierda
universitaria combatía violentamente la política de Balmes, al interior de la
Facultad, desarrollando iniciativas que –a esas alturas- ya no tenían relación
con perspectivas de desarrollo académico, sino con la petición de formación de
una alianza de “obreros, soldados y estudiantes” que pusiera a la Facultad, a
la Universidad, en la lógica de la “conquista del poder”.
Regreso a la empuñadura del
arma. En verdad, no es una empuñadura, sino la sombra recortada de un fragmento
del arma. El diseño de la imagen ha sido realizado recortando papeles, para
bloquear sin complicaciones la malla de seda del bastidor de serigrafía. Este es un dato importante: en 1971, el gobierno de Allende comienza a enfrentar
serias dificultades económicas, provenientes, en parte, de un bloqueo
encubierto que dificulta el acceso a la adquisición de insumos para la
industria gráfica. En efecto, en ese momento el espacio gráfico experimenta un
gran carestía de kodalit y de material fotográfico en general. Gran parte del afichismo
político producido por los artistas de la Facultad Es realizado mediante el
dispositivo serigráfico más simple, por bloqueo directo de la malla. De ahí que
haya sido concebida una línea de diseño de la que estaba ausente el recurso a
la fotomecánica del afichismo cubano de inicios de los 60, vinculada al proceso
de distribución del cine cubano.
Pues bien: en este afiche que me
ocupa, Balmes recorta la sombra de la empuñadura del fusil. No puedo dejar de
mencionar una asociación inmediata, no menos artificiosa, al mito de “origen”
de la pintura, ya suficientemente referida a partir de Plinio el Viejo y
retomada por la pintura neo-clásica: la hija de un alfarero de Corinto trazó en
el muro el contorno de la sombra de su amante que partía de viaje, proyectada
por una lámpara. ¿Qué Es lo que importa en este caso? La relación de origen
entre el deseo y la representación; entre la representación y su objeto.
La ausencia del fusil y el deseo
de su presencia: expresión máxima del desarme, enfatizado por la sección de la
empuñadura. Ese es el objeto que no se posee y cuya presencia es denegada por
la irrupción de la palabra NO, también recortada, sobre la sombra figurada de
la empuñadura. Dos veces no: como ausencia, como rechazo (no la hay, porque
no deseo tenerla). Desde la extrema izquierda, esa posición será calificada
de defensismo político militar. El afiche está destinado a ser “leído” por dos
contingentes que se han inhabilitado para la “lectura”: la extrema derecha y la
extrema izquierda. El “resto” de la sociedad, debe “leer” la frase como una
declaración de intenciones, más que nada de carácter testimonial, de un
artista, que lee con preocupación fundada lo que el futuro depara. Balmes
señala simplemente que la sombra no es la cosa, sino que la repite, a una
cierta distancia, de manera imperfecta. A lo único que puede apelar es a la
distancia analítica.
Es decir, el límite de las
posibilidades de la representación y de su deseo: “no a la sedición” Es una
frase que tiene una palabra con una letra de más. En términos concretos,
debiera leerse como “no a la edición” (de una guerra). La sombra de la
empuñadura se viene a configurar como la metonimia de la amenaza.
El
afiche está en el origen del cuadro que en 1972 llevará escrita, simplemente,
la palabra NO. La situación política general se ha deteriorado
considerablemente en el conjunto del país. La segunda parte de la consigna será
omitida del cuadro. La sedición, como actividad política, ya no requiere ser
“denunciada”: su visibilidad es manifiesta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario