Entonces, ayer apareció la nota en la sección Sociedad
Cultura. Me dije: no está mal para que hable de la web. El tema no era
solamente Leppe. Recordé que en el convenio del Fondart había una línea
relativa a la difusión del proyecto. Con eso basta, pensé. Además, ya hemos hecho presentaciones
formales de la web. Todo bien, hasta ahora.
Lo que me sorprendió fue el título: “Arte y
provocación”. No para mal, sino en
cuanto señala una diferencia de sensibilidad en las lecturas, entre lo que se
podría entender como provocación en 1982 y en el 2017. Bueno, sobre todo, porque en 1982 no hubiese
sido posible publicar la foto que aparece ilustrando la crónica. Todo ese material gráfico apenas circulaba en
un ambiente cerrado, simbólicamente
protegido, remitido a una circulación restringida. No digo que no fuesen
conocidas, pero todo lo relativo a la participación chilena en la Bienal de
Paris era un asunto que solo interesaba a una parte muy mínima de la izquierda.
Es decir, los principales detractores del trabajo de Leppe se situaban en (una
parte de) la izquierda. Lo mismo, el
trabajo de Dittborn. Lo podemos
discutir, en otra columna, si alguien se interesa por el tema.
El caso es que una foto como esa, relativa a un trabajo de
acción corporal de 1982, impresa hoy día, no tiene nada de provocación. O sea,
si se piensa que ayer se cumplió un nuevo aniversario del descubrimiento (1979)
de los hornos de Lonquén, la foto de Leppe, en 1982, en la portada de un
diario, no significaba nada provocativo.
Pero, las fotos de acciones de arte, siempre poseen un “aura” que las
inscribe en una historia de registros. Porque la historia del arte se convierte
en la historia del registro de obras. De
lo contrario, un tipo como Galaz no se hubiese hecho tan famoso por registrarlo “todo” (que equivale a “casi
todo”). La pasión de registro es una
pasión nueva que ha determinado algunas pautas en la edición fotográfica. Todo
esto viene, desde ya, del diario La Epoca, que renovó la práctica de la edición
fotográfica en una prensa imaginalmente obsecuente, hasta ese momento.
De modo que no fue el efecto de una provocación el ver la
foto de Leppe en la XII Bienal de Paris. Leppe está tendido en el suelo. Varado
como un cachalote herido, con la cabeza emplumada, respirando apenas, sobre la moqueta ordinaria (manchada) del
museo francés, en un pasillo de acceso (o deceso) al baño de hombres. Ningún francés se sintió provocado. La mitad
de los pocos chilenos que asistieron a la acción lo único que deseaban era que
terminara, porque no daba una buena impresión de la lucha contra la
dictadura. Así eran las cosas. Y un dato muy importante: Brugnoli no estaba
allí. Bueno, lo encontraremos en
1989, exponiendo en un museo de Berlín,
junto a Leppe, sobre una moqueta similar.
Hoy día, ese museo de Berlín es un mall. Pasó de la cultura, por así decir, al “otro consumo”. Interesante regresión.
Pero ahora que veo la foto con detención, y a la luz de lo
que le declaré a Francisca Gabler en la entrevista, la mancha en la moqueta del
museo parisino es análoga al cuerpo de Leppe en expansión, como si fuese la
figura de una gran ameba, una gran materia mórbida, emplumada, que se expandía sobre ese cubre-pisos dispuesto a contener el
derrame de la grasa corporal venida del extremo sur a indisponer la
incombustible musealidad francesa. Le dije: “Leppe da espacio a elementos como
la humedad, la suciedad y los gestos patéticos”. Lo que hemos hecho en la web es recomponer la
secuencia de dichos gestos, hasta confirmar la existencia de “verdaderos y
estrictos guiones” que lo regían, estableciendo una distancia con la noción de
“happening” inscrita en su obra anterior.
Digámoslo así: nunca, en Leppe, la memoria del happening surrealistizante
fue totalmente modelada por la faja de yeso de un “conceptualismo curioso”, que
para darle un estatuto propio lo hemos denominado conceptualismo
caliente, próximo a la humedad y a la suciedad implicada en las
operaciones internas, que tenían su
correspondencia en la gestualidad con
que Leppe desmontaba la sentimentalidad homosexual que ponía en jaque la
virilidad de la izquierda, que a su vez dependía de una concepción genital de la
vanguardia, incorporada como ciencia externa “en el seno de las
masas”.
Aquí, Leppe era una sola masa de cuerpo que buscaba regresar
a las condiciones originales de lo informe.
La crónica de Francisca Gabler describe el propósito de la
web como un dispositivo de trabajo que se ubica antes de la metáfora, para dar
acceso a la “materialidad gestual” del trabajo de Leppe. En cambio, el trabajo de la interpretación adquirió un
soporte específico, en el formato del Boletín Nº 1 del Centro de Estudios de
Arte (CEdA), para dar curso a intervenciones que se proponen abrir el debate
sobre la historia de las obras.
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