Hubo una época en que trabajé de dibujante de proyectos
eléctricos y me convertí en el rey del rapidograph. Nadie sabe que seguí como oyente el curso de Polo Benitez en la
Católica. Quise cambiarme de carrera y no me resultó. Me pasé noches enteras en el Campus Lo
Contador ayudando a pasar en limpio las entregas de taller de unos compañeros
que me enseñaron a imprimir en serigrafía.
Por eso, cuando conocí a Dittborn, a finales del año 80, entendí la fascinación
de éste por la regularidad del dibujo técnico y el valor de la densidad de la
tinta china. Recuerdo que es el año de mi primera lectura de los textos de Marc
Devade, el pintor y teórico francés, que falleció tiempo después a raíz de una
crisis a los riñones. En sus textos
hablaba de dibujos que hacía diluyendo tinta en agua destilada.
Entonces fui invitado por Dittborn a visitar la exposición
que montó en Galería SUR para servir de marco enunciativo a la presentación de
los dos libros canónicos del arte chileno.
Era una instalación realizada con láminas de cartón piedra dispuestas en
damero en la sala, que tenían
impresas en serigrafía tres regímenes de figuración: una fotografía de
paisaje, una manuscripción semi-alfabética y un retrato de delincuente excavado
desde las fosas de revistas policiales
perimidas. Estos regímenes estaban impresos en distinta proporción de puntos y
en distinto porcentaje de densidad.
Estas son las imágenes que instalaron el principio de la Letra que
(hace) Figura. Estoy hablando de
diciembre de 1980.
En 1985 hice clases de tecnologías de los medios en varios
institutos, algunos de los cuáles, en condiciones pedagógicas miserables.
Ganaba muy poco, gastaba muy poco, escribía mucho. Y conocía gente que podía transferir imágenes
a kodalit -en alto contraste- porque era mi conexión básica con la gráfica
de “antes”, cuando imprimíamos las portadas del folleto programático del
Movimiento 11 de Agosto y las colgábamos a secar en “el túnel”. La tinta que usábamos era untuosa y la malla
de punto grueso.
Por ese entonces, tenía relación con el grupo de amigos más
cercano de Juan Maino, detenido-desaparecido desde 19XX. Ese año resolvieron hacer una acción gráfica
para recordarlo. Imprimimos un centenar
de fotografías de Juan Maino, tamaño natural, que pegaríamos en los lugares de
la ciudad por los que él circulaba. Eso
quería decir frente al kiosko cercano a su casa, la puerta de su taller de
fotografía, la pared del edificio donde vivía, el muro de una agencia jesuita en la que
trabajó, la puerta de la capilla de Lo Hermida, por mencionar algunos. Así se hizo.
Amigas de su madre, amigos de trabajo, compañeros del MAPU, se organizaron para pegar esos impresos de tamaño natural.
Para la confección de la matriz me dieron un dato. Pero no
se podía hacer de una sola vez, ya que no existía en el mercado un rollo de
kodalith de ese tamaño. De modo que hubo una persona que hizo la ampliación
sobre una gran cantidad de láminas de kodalith de tamaño más pequeño, probablemente de tamaño carta, y
los hizo calzar con mucho cuidado. Así obtuvimos una matriz que luego llevaron
a ¡Estudios Norte! Donde fueron impresas.
Los amigos de Juan Maino no querían que fuese un “trabajo de
arte”, sino de denuncia directa, con
todas las restricciones y peligros que eso significaba en abril de 1985. El
punto de la discusión se centró en la necesidad de sobre imprimir la pregunta
“¿Dónde está?”, cruzada, en diagonal, sobre la imagen del cuerpo. Su condición enigmática, sin la frase, la
hacía quedar en la proximidad del acto performativo de unas personas que ponen
a circular en la ciudad la imagen-del-cuerpo-que-falta. La impresión de la pregunta, en cambio, era
interpelativa. Finalmente, resolvieron
sobre imprimir mediante un stencil, la pregunta que he mencionado.
Hablé de la tinta untuosa y del tejido grueso de la malla. Todo esto, para
decir que una vez impreso, la tinta forma un diminuto relieve que se hace perceptible al
tacto.
Cuando nos reunimos al final del día de la intervención en
una capilla a realizar un acto litúrgico
en su memoria, una de sus hermanas tomó el impreso y lo palpó,
percibiendo el relieve del grano de la imagen y dejó escapar la siguiente frase:
“Mamá, mira, tiene cuerpo”.
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