No se
toma a la ligera una invitación
desde blogdericardolagos@gmail.com Leo el encabezado del programa:
Pensar Chile: una tarea permanente. Recupero un fragmento que me parece capital: “ Hoy ha llegado el
momento de volver hacer un planteamiento del país al que queremos llegar,
definir en conjunto las metas compartidas para lo que queda del siglo XXI e
incorporar una nueva métrica, es decir, una nueva forma de medir el progreso de
Chile y de lo que los chilenos quieren alcanzar hacia delante”.
Definir
en conjunto metas compartidas para el país al que queremos llegar supone, sin
embargo, incorporar una nueva métrica.
La apuesta es radical: para determinar una medida del progreso del país,
Ricardo Lagos emplea una palabra que va buscar al léxico del análisis
literario. ¿Acaso va a comparar el progreso de la poesía con el progreso del
país? Siempre he sostenido que cuando la
política pierde su edificabilidad recurre a la poesía; es decir, al mito, para
recomponerse.
Fue la
manera que tuve para explicarme la
necesidad política de poder disponer de la poesía de Raúl Zurita, en el momento en que la recomposición cuasi fundacional de su espacio más lo requería. La poesía, entonces, permitió
que el mito encubriera la autocrítica y por eso la política quedó impune. Toda la responsabilidad de la catástrofe le
fue imputada a la monstruosidad del Otro. Pero luego, recuperó el poder de la
sangre como semen cristianorum.
La
poesía, sin embargo, pudo regresar a lo suyo, porque la política de la memoria pasó a cumplir con
el nuevo rol de encubrimiento esperado,
para pavimentar la fase de
radicalización de unas reformas que pasan a poner en peligro la estabilidad del
sistema. En este marco de inflación
discursiva que buscó ampliar el liberalismo social bajo léxico socialista
casi-bolchevique, Bachelet pasó a encarnar no ya la figura reparatoria de
Allende, sino la fisura vindicativa de Altamirano.
Ricardo
Lagos invita a incorporar una nueva métrica para medir el progreso de la
enunciación del Chile, como esfuerzo poético. Recuerdo que en los años de plomo
se mencionaba la figura del purgatorio como reverso del deseo que las
miradas del pueblo escribían con su dolor en los cielos. Matta se había quedado corto. La pintura se
había quedado corta. Por eso Matta “hablaba” en sus pinturas sobre tela y barro
enyesado que sobre su superficie se escribía el deseo de liberación del
campesinado pobre, que era el único
conjunto social que este conocía y en el que localizaba algo así como la
autenticidad eruptiva de sus morfologías psicológicas. Solo que no previó que
la poesía era la herramienta adecuada para escribir en los cielos aquello que
era negado en la tierra.
Ante el
“estado de guerra”, la poesía le indicó a la política la manera de incorporar
la métrica que la fase de legitimación del Estado Político Concertacionista
requería. Ha sido preciso que Ricardo Lagos declare la regresión al primer
estado señalado, para desplazar a los poetas y
asumir en persona la incorporación de una nueva métrica como la demanda
diagramática del período que se inaugura.
Que viene a ser como si dijera que ya basta de imagen; que incluso, ya
basta de inflación del imaginario mediante una ilustración insatisfactoria. Lo
que se viene es la fuerza de la Palabra y del Programa que asegura la
Permanencia de Chile en su modo de pensar/se.
Tarea, para la cual, la Imagen será, no
solo insuficiente, sino indebida, porque la “seminalidad” del Verbo debe
suplir la “sanguinidad”
que hasta ahora la sostiene.
Bajo
esta consideración, la reciente
inauguración de la exposición Una imagen
llamada palabra es el primer acto institucional a favor de la candidatura
de Ricardo Lagos, porque señala la dimensión faltante de una
Imagen que no logra representar
ni “poner en escena” la densidad de la Palabra; dejando la vía libre para que
se plantee la necesidad de una nueva métrica que sea capaz de proyectar la
nueva medida del Verbo Incorporante, como política.
Raúl
Zurita declaró hace muchos años que el Verbo
inventó el paisaje. Ahora, Ricardo Lagos aprovecha esta enseñanza y
modela la nueva métrica para la invención del nuevo paisaje cultural. Es un
desplazamiento retórico hacia una nueva
política de la enunciación, sobre
la cual sea posible construir el edificio del lenguaje para sostener la
seminalidad efectual de Chile, como palabra terminal impresa (grumo serográfico), convertible en Programa
de(l) Futuro.
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