Mejor no hablar de ciertas
cosas. Para eso, es preciso dar la vuelta larga y seguir escribiendo
comentarios sobre esta distinción que, al final de cuentas, no tienen ningún
efecto. Sobre todo cuando se constata
que en galería Die Ecke se acaba de inaugurar una de esas exposiciones que
demuestran el alcance de la victimación como recurso de obra. Apelando a un incidente ministerial por el
manejo del misterio y de sus efectos en la reconstrucción de una idea de
coleccionismo, la exposición reproduce de manera incompleta y hasta
irresponsable la falta de información veraz sobre el tema, habilitando la
hipótesis que compara la adquisición de obras de Rugendas como si fuera una
(nueva) expoliación territorial.
A estas alturas, nadie
entiende nada, porque ni la propia galería ha hecho el relato del incidente que
origina la muestra. Más bien, redacta un comunicado de prensa parcial destinado
a sembrar sospechas acerca de los
propósitos de coleccionistas chilenos comprometidos en lo que se da a entender
como una afrenta.
El comunicado de la galería señala lo siguiente: “El 15 de diciembre del 2016, la casa de subastas Christie’s en Londres libera al mercado nueve cuadros emblemáticos del pintor viajero alemán Mauricio Rugendas que retratan su paso por Chile y Perú durante los primeros años de la República. Ante la oportunidad única de recuperar estas obras patrimoniales, hasta entonces parte de una colección corporativa inglesa, una delegación viaja desde Perú a Londres con el propósito de adjudicarse los cuatro cuadros sobre la Lima del S. XIX. A pesar de los fondos recaudados, ésta sucumbe en una reñida puja ante un grupo de coleccionistas chilenos, cuyos nombres permanecen en la penumbra. Este evento frustra, al menos en un futuro cercano, la misión de poner por primera vez éstas pinturas al alcance del público”.
Sin
embargo, no se describe el carácter de la delegación que parte desde Lima. ¿Era
una delegación oficial o solo estaba conformada por coleccionistas reputados
que hacían gala de representar oficiosamente al Estado peruano? Sería oportuno
que la galería suministrara los nombres de quienes formaban parte de dicha
delegación, porque hasta el momento parecen configurar un equipo negociador de
cancillería, cuyos esfuerzos habrían sido frustrados por coleccionistas
chilenos cuyos nombres permanecen en la penumbra. Es decir, el Estado chileno,
a través de estos coleccionistas, se ha adjudicado las pinturas. Es lo que se
da a entender en la insuficiente relación del incidente. De modo que son los
chilenos que permanecen en la penumbra los responsables de que el público peruano
no pueda ver estas pinturas. El alcance de la ofensa patrimonial es colosal por
sus efectos simbólicos, ya que pone a los “buenos” del lado de la conservación
patrimonial y a los “malos” en el campo
de un poder económico que es empleado como arma de de una determinada voluntad política.
El
planteo del comunicado comete varias imprecisiones y fundamenta el trabajo de
la artista Cosima zu Knyphausen como una restitución
reparatoria en el seno de una investigación multidisciplinaria sobre problemáticas de
apropiación y pertenencia.
Estos
dos últimos problemas son los que definen la ministerialidad del asunto, al momento que la galería es avara para poner
en evidencia los efectos del misterio. Más que nada, todo queda reducido al
carácter del relato: el cuento. Como si la galería fuese una especie de centro
cultural sustituto destinado a fijar
pautas de comportamiento institucional que –a lo mejor- no le
corresponden.
En
todo caso, ¿a quien le podría importar todo esto? De hecho, todo esto carece de importancia. Solo me
detengo en la materialidad de los argumentos.
En una escena cultural donde domina la academia de la disidencia como decurso retórico a través del cual
se produce la mayorización hegemónica de
las minorías, lo que importa es el fortalecimiento de la reproducción de las políticas de enclave, como preparación preventiva ante la
posibilidad de abandono de posiciones en la perspectiva de un cambio de
gobierno.
En un
plano de macro-ficción ministerial, la articulación del Envío a Venecia con el
MNBA a propósito de las obras de Bernardo Oyarzún no podía haber sido más
efectiva. Si Camilo Yáñez lo hubiese diseñado
esto no hubiera resultado. Todo
esto debe ser remitido al inconsciente
del Estado. El misterio de su obra ha sido manejado por el defecto de un
ministerio que recurre con toda su Inteligencia a la antropología cultural de servicio,
para proporcionar soporte
simbólico a una política museal de pacificación de la Araucanía.
A lo
que me refiero es a la justeza y justicia de una decisión que combina una
iniciativa exterior (Venecia) con una fabulación interna (MNBA: El Bien Común),
en una misma coyuntura, destinada a demostrar –según lo declarado por la
revista de relaciones públicas
Artishock- que a Venecia “llevamos la visibilidad del estado de guerra”,
en el mismo instante fecundo en que la Presidenta Bachelet presentaba el Plan
Araucanía. Lo que no quedaba claro era que el estado de guerra se había
instalado en la inscriptividad de los nombres en la archividad del Estado, ya
que el papel fiscal había sido el terreno anticipado en que se habría hecho
manifiesta la política de aniquilación. La paradoja es que al escribir los
nombres en papel fiscal, ya se
habría inscrito la desaparición del
referente toponímico. Y claro, este se ubica en el lado del misterio,
mientras que el referente topográfico se resume al dominio del ministerio
militar.
En
esta operación política de articulación institucional, galería Die Ecke toma el
relevo de una agencia gubernamental para delatar la voracidad anti-estatal de
un (determinado) coleccionismo privado,
mientras que CNCA/DIBAM regulan por su
lado la visibilidad de un estado de guerra que el Ejecutivo no declara.
No hay comentarios:
Publicar un comentario