El diagrama es un dibujo arcaico que reproduce
las intensidades de un problema y anticipa la representación de unas relaciones
entre fenómenos que anticipan una conducta del pensamiento. Esta es la frase
larga que daba comienzo al texto que debe ir impreso en el tarjetón de
invitación para la exposición de Eduardo Vilches en el Centro Cultural El
Bodegón de Los Vilos. Envié las trescientas palabras a Daniela Serani, su
directora. La exposición se titula “DIAGRAMAS”. Es el nombre que escogimos con Eduardo
Vilches para concebir la exposición que realizamos en noviembre del 2018 en el
Centro Cultural El Tranque (Lo Barnechea).
Sabía que
en Los Vilos, en el bodegón, hay un gran jardín. Y que el bodegón es una
edificación que se conecta con la tradición de la hacienda chilena clásica.
Eduardo Vilches provendría desde su casa, en Llau-Llao (Chiloé), que se parece
a un gran navío invertido. Lo que los conecta es la carpintería; es decir, la
estructura del tórax, como si fueran las costillas de una ballena de museo de
historia natural. Dos territorios, violentamente diferenciados. Los Vilos viene
a ser el lugar de arribo de los aluviones culturales y económicos de las
cordilleras transversales del interior. Minería y transhumancia. Extrema
sequedad. Entre lo húmedo costero y lo desértico de un interior ominoso, que me
hace recordar “Las brutas”, de Radrigán. La amenaza viene desde arriba y la
huella del aluvión cubre la carretera que conduce hacia La Serena. No hay
grafía para reproducir las tensiones del abandono en ese territorio. Sequía de
la letra.
Esta exposición en El Bodegón está pensada para
conectar Chiloé y Los Vilos. La casa chilota de Eduardo Vilches reclama una
complicidad material con el bodegón que alberga el centro cultural. Esta
conexión se realiza a través del trabajo material realizado por Eduardo Vilches
para intervenir el bosque como obra. La
naturaleza es indeterminada y no recibe determinaciones más que del arte. El
país se convierte en paisaje solo bajo la condición de ser un paisart; y esto, según dos modalidades[1]:
in visu e in situ. El país, en este sentido, corresponde al grado cero del
paisaje y precede a su artialización.
Es curioso (sic) que no haya pintura del gran norte. Tampoco la hay del gran
sur. Solo fotografía y cinematografía: dispositivos coloniales, destinados a “medir”
la monumentalidad de la maquinaria extractiva.
Pasemos. Eduardo Vilches hace fotografía porque
desplaza, simplemente, los principios de la xilografía. Solo está comandado por
la retórica de las sombras acarreadas. En
ella Eduardo Vilches aloja de manera primordial la mirada sobre el paisaje y
construye unas relaciones que ya han sido la base de su obra, desde fines de
los años cincuenta en adelante. Este trabajo realizado en el bosque de su casa
en Chiloé lo traslada a Los Vilos, para establecer conexiones que se validan en
la prolongación de un mismo gesto constructivo.
Tenemos, entonces, bosque y jardín. Falta un
tercer elemento: la plaza de Ñuñoa, frente a su casa santiaguina. Aquí, el
acontecimiento decisivo es la introducción de la ventana, que abre el cuadro
hacia afuera. La ventana es el encuadre que al montarse en el cuadro, instituye el país en paisaje. Y
separa el afuera del adentro. Sin profundidad de campo. Para fijar la “vista”
sobre la plaza como si fuera una pequeña escenografía. Por eso escogimos, para
Lo Barnechea, la serie de las ventanas. Aparece una reproducción fotográfica de
este montaje en El Mercurio, en la página de la edición del jueves 5 de
septiembre destinada a relevar “opiniones” de expertos sobre la reciente
atribución del Premio Nacional de Artes a Eduardo Vilches. Las “opiniones”
están de más. La ventana miniaturiza la representación y fija el encuadre en el
encuadre. En esta serie, lo principal, en verdad, es la ventana, que por lo
demás, reproduce el modelo del retablo. La
vista sobre la plaza se incorpora al cuadro, que es “encuadrado” –a su vez- por
la toma fotográfica. No existe la belleza natural.
Ahora, una selección de la muestra de Lo
Barnechea es presentada en Los Vilos. Un momento significativo de esta
muestra está constituido por dos videos, en los que Eduardo Vilches da cuenta
de su diagrama de trabajo; es decir,
expone las bases de su pensamiento visual.
Termino esta columna con lo siguiente: el jardín
del Bodegón es un espacio de reflexión que funda su propio gesto reflexivo,
como centro que acoge decisiones formales que hacen del arte un espacio de
organización simbólica donde el deseo de
casa marca la conversión del territorio en paisaje. Esta es la contribución
que la obra de Eduardo Vilches ofrece como ejercicio de una cómplice amabilidad
formal.
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