La historia de toda sociedad hasta nuestros
días, no ha sido más que la historia de la lucha de clases. Opresores y
oprimidos han desarrollado una lucha constante, han conducido una guerra ininterrumpida,
tanto abierta como disimulada. En el caso que abordaré, se trata de trabajar
sobre esta noción de lucha disimulada, que aparece planteada por Marx en el
primer párrafo del “Manifiesto”. De este modo, no me aparto de la referencia a
la comunicación de Butor del año 1961, que ya he mencionado en una columna
anterior, donde sostiene que la epopeya medieval pertenece a una sociedad de
antiguo régimen, fuerte y claramente jerarquizada, en la que existe una
nobleza. En el conjunto de individuos que componen la sociedad, destaca un
sub-conjunto perfectamente delimitado, que aparece como evidente para todos y
que ejerce la autoridad. Aquellos que no están en este grupo son los oscuros.
Esto es muy interesante. ¿Quiénes son los
oscuros, para Butor? Aquellos que no son conocidos más que por sus prójimos; por
sus cercanos del barrio. Por el contrario, el noble es saludado como tal por
todos aquellos que lo reconocen en como sinónimo de su país y de los países
vecinos. La autoridad del noble descansa a tal punto en su ilustratividad, que
nuestra tierra se solo se hace conocida en el exterior gracias a él. Sin él, caemos en la oscuridad; es decir, no se nos toma en cuenta. De manera que para ser vistos debemos
pertenecer a otro noble.
Como se podrá apreciar, la jerarquía del antiguo
régimen no es solamente política, sino semántica. Las relaciones de fuerza y de
dominio están sometidas a relaciones de representación. El noble es un nombre. Estas
son palabras de Butor, con las que arma una argumentación que lo va a conducir
a otro lugar. Por el momento, bástenos la utilidad de este fragmento en el
movimiento del discurso. La fuerza bruta no otorga nobleza.
Para que la fuerza del nombre pueda expandirse
es necesario una escena donde la ilustración pueda ser ejercida; por ejemplo,
un campo de batalla.
El relato de Butor es magistralmente simple en
este sentido, porque describe que en el combate, aquel que golpea con más
fuerza puede ayudar a aquellos que están alrededor suyo, que será la cabeza de
un pequeño cuerpo que se disolverá si este es abatido. Basta con saber que
alguien tient bon, para saber que el
grupo de sus compañeros tient bon
también. No hay manera de designar al grupo más que por su nombre[1].
Hay que seguir al detalle el movimiento que hace
Butor. Desde el momento que un noble pronuncia un nombre, todo lo que designa aparece
detrás suyo, como su sombra acarreada, configurando un fondo sobre el que su
figura se destaca, luminosa. Sin embargo, todo lo que se despega de dicho
fondo, que es lo que se ilustra y puede ser identificado, produce una
segregación del conjunto. La luz que el individuo proyecta sobre sí mismo
reaparece iluminando a aquellos que lo rodean. ¡Aquí aparece la clave! Esta diferencia
no es puramente individual, sino que corresponde a la diferenciación de un
grupo que todavía no aparecía. El noble, en consecuencia, debe continuar
ilustrando su nombre, ya que su vida y sus éxitos deben alimentar
constantemente la circulación metafórica que lo vincula con aquello que
designa.
Todo lo anterior se justifica para comprender
cuál es el rol de la epopeya en el equilibrio del antiguo régimen. Porque si
ocurriera que durante un tiempo largo, la “enseña” del duque, del conde o del
marqués, no hiciera hablar de sí en las regiones vecinas, es todo su pueblo el
que sufre. Si sus vasallos dejan de hablar de él entre sí, ya no puede
depositar en él su confianza. ¡Y esto es lo más importante! Van a ir a
preguntarse si no habría otro que pudiera designarlos de mejor manera. Porque
cuando en la historia de las luchas entra a faltar la palabra; cuando ya no hay
cómo hacer el relato de actos heroicos, el poeta entra a ejecutar el trabajo de
reemplazo.
Frente al vacío de ser, las palabras van a
adquirir solidez sustituta y la familia caída en desgracia recibirá la garantía
del trovador de servicio. De este
modo, habrá que comprender que en los momentos en que la organización feudal
corre el riesgo de disolverse por la incapacidad de ciertos nobles, la epopeya
puede salvar de la oscuridad a una familia en desgracia, que amenazaría con
acarrear en su caída al conjunto del pueblo y sumir a la sociedad en el caos.
¿Qué termina diciendo Butor en los párrafos finales
de la página 118 de este cuaderno de marzo de 1962? Simplemente, que “Jerusalem
libertada” (Tasso) viene a ser el último y no menos genial esfuerzo para
intentar devolver a las familias nobles el lustro que en ese momento están
comenzando a perder.
[1] Es preciso recordar que el título del texto de Butor es “Individuo
y grupo en la literatura…”. El ejemplo medieval es muy significativo si se
piensa en que en esos años sesenta los historiadores como Duby y Le Goff
instalan una lectura sobre los “intelectuales del siglo XIV”, sus compañeros en
la polémica. De ese modo, Butor acude “al domingo de Bouvines” para hablar de
los nombres.