Guillermo Labarca me
pregunta: ¿Qué pito tocaba la Escuela de
Arte de la PUC en todo esto?
Fundada en 1959, es el producto de una inconsecuencia de los
arquitectos, ya que pudiendo haber montado una escuela hecha a la medida, se la
entregaron a artistas surrealistizantes, privilegiando el racionalismo en la
formación de una escuela de diseño, que le sería subordinada. De este modo, parece una escuela que se
justifica para acoger a los amigos desplazados de una oligarquía que no tiene
presencia en la Facultad. No hay un
proyecto académico, más que reparar de
manera inconsciente la exclusión de que es objeto Nemesio Antúnez y de su derrota a manos de la Facultad, ya
antes de la Reforma.
La formación de la escuela en la PUC no puede ser abordada sin ponerla en relación con el nombramiento de Antúnez como director del
MAC, bajo el decanato de Luis Oyarzún. El
director del museo debía ser un
académico. Le inventaron a Antúnez un taller en la Escuela de Artes Aplicadas,
para poder nombrarlo a la cabeza del MAC; lo cual produjo un gran malestar en
M.A. Bontá.
Pero luego, Antúnez
dejó el MAC para irse de agregado cultural a EEUU; con lo cual rompió sus lazos con los
muralistas comunistas, que eran los únicos que lo habían acogido cuando regresa
a Chile en 1952. Después, el se olvidó
de ellos.
Es fácil entender que en 1964, en un proceso que ya había comenzado en 1961,
sus relaciones con sus compañeros de
curso de la infancia ya habían sido
recompuestos y es entendible que Gabriel Valdés le haya conseguido este puesto-beca en Nueva York. Todo bien.
Cuando Antúnez se va a Nueva York deja en la escuela recién
fundada, su prensa de grabado. Cuando
regresa de España, a mediados de los ochenta, la recupera. La había dejado
prestada. Este era el ambiente familiar en el que la escuela afirmaba sus comienzos. Al punto de llegar a decir que la escuela fue
casi una prolongación académica que tuvo como núcleo el Taller 99. Lo cierto es que entre 1959 y 1962, es una
escuela que en el contexto de la Facultad de Arquitectura no juega ningún rol significativo. Al dejarla en manos de los surrealistizantes,
los arquitectos ponen en evidencia lo que entienden como arte contemporáneo y lo
que esperan de él. Nada serio. Nada riguroso. De verdad, piensan que ellos representan,
efectivamente, la contemporaneidad. He terminado por pensar lo mismo. Las artes
plásticas siempre han ido a la
zaga. Las artes visuales no lo han
hecho mejor.
Al menos, en la escuela
de la PUC de los años noventa se instala una enseñanza de dibujo que reproduce –a pesar de sus agentes- lo que ya había instalado en la escuela de diseño
y en la escuela de arquitectura, la visita de gente como Josef Albers y,
posteriormente, Sewel Sillman. En este
año de 1962, Eduardo Vilches obtiene una beca a EEUU. Su mentor es Sillman. Digamos, quien lo convence de partir. Cuando regresa, instaura el modelo del “curso
de color”, que se transformó, con los años, en
algo más que un simple curso de color. Los maestros-dibujantes
de los noventa tuvieron que soportar el peso simbólico y formal de Vilches,
aunque pusieron todos sus esfuerzos en
desmantelar su enseñanza. No pudieron. No les dio la obra. Agentes sin obra (suficiente). Contra el coto de caza de Cienfuegos, Jaime
Cruz, cuando fue director de la escuela implementó
el regreso de Balmes. Cienfuegos quedó
como el artífice de la banalidad pictórica.
Entonces, la escuela de la PUC se forma para acoger –en
parte- a los excluidos del sistema de glaciación; es decir, los postimpresionistas que dominan la Facultad de la Chile entre 1932 y 1962.
Solo que los
post-impresionistas domésticos no
previeron que en 1965 la correlación iba
a cambiar de manera radical y que el
conglomerado dominado por los manchistas balmesianos se hacen
de la Facultad, hasta 1973.
En esa lucha, no son pocos los estudiantes y profesores de
la propia escuela de la PUC que visitan demasiado la Facultad de la Chile y se
convierten en unos allegados
significativos. Muchos alumnos de la
PUC de ese entonces seguían cursos libres en la Chile. En este terreno, la política acercó las cosas.
La gente de la UC se vinculaba con el proceso político general a través de la
Chile, que era el espacio en el que a su vez los artistas se conectaban con la
ilusión movimientista que los hacía reconocerse como aliados de la clase
obrera. Y en esta condición de aliados siempre estuvieron a la defensiva.
Por eso, cuando Matta viaja en el 70 y dice lo que dice acerca de la BRP, lo que hace es
legitimar la voluntad de dominio de la dirección política del proceso sobre
estos agentes que, por lo demás, carecían de las ventajas de dependencia de
otros sectores, como los músicos y la gente de teatro. La juntura Matta/BRP marca la derrota
política del manchismo balmesiano.
Luego del golpe, la escuela de la Católica se vuelve un
lugar irrespirable. Es curioso que sea
el momento escogido -¿por quien?- para
el arribo temporal de Couve. Pero tres de sus profesores más importantes de
grabado, Vilches, Millar y Cruz, van a desarrollar una política ladina, destinada a asegurar una práctica sin levantar
olitas, manteniendo un rigor que los pintores no podían sostener.
Lo que se conoce como la gloria de esta escuelita de señoritas de
estética minimalista fue forjado por los
grabadores que he mencionado y que ya eran reconocidos desde sus experiencias
en el Concepción de 1957.
La escuelota viril-genital-expresionista de la Chile, en
cambio, sufrió los efectos de la violencia directa de aquellos profesores que
se habían organizado en contra de la hegemonía de Balmes, durante la UP. Y desde antes,
incluso. De este modo, muchos de esos profesores pasan a ocupar los cargos de
rigor, en dictadura. Lily Garafulic fue
designada directora del MNBA y Matías Vial decano de la Facultad.
En vez de “inventar” el asedio
militar al MNBA para exculpar a sus autoridades y convertirlas
en héroes de una resistencia inexistente,
hubiera sido más interesante enterarse de cómo fueron a cobrar su último
sueldo, quienes en el mismo instante en
que las esquirlas dañaban unos cuadros del MNBA, en la Facultad eran perseguidos por los
fiscales nombrados por la dictadura para enjuiciar a los responsables de lo que
Romera definió como la “destrucción del arte chileno”.
Lo curioso es que en el primer tiempo, en la
Facultad hubo gente que esperó que los acontecimientos se “aconcharan”, gracias
a que la primera razzia les había
sacado de encima a Balmes y su equipo más cercano. Ellos se jugaron a esperar
y se uniformizaron entregándose a la tarea docente.
Faltos de realismo, pensaron que si bien la sociedad estaba
en estado de excepción, ellos se salvarían en la Facultad, que de hecho había
sido su vivienda durante la última
década. Esperaban algo de la
“situación”. ¿Y qué hicieron? Empezaron a
perseguir a unas señoras que habían sido recientemente nombradas, sin prever
que estas irían a declarar en su contra, preguntándose por qué ellos seguían en
la Facultad, siendo que habían sido parte activa del régimen anterior.
Los echaron de inmediato. En verdad, su extraña ingenuidad los llevó a
pactar, en cierta forma, con las nuevas autoridades, abrigando que se resolviera una hipótesis, que más bien
era un deseo: que los militares le entregaran el poder a Frei Montalva. Así todo volvería a la normalidad y ellos
hubieran tenido la Facultad para sí. Dos más dos.
Sin embargo, los identificaron por sus actividades de
exclusión de estas señoras, como digo, y se vieron en serias dificultades.
Algunos de ellos estuvieron presos y lo pasaron mal. Pero habían apostado a una
posibilidad de sobrevivencia y asimilación, y perdieron. Los militares no le
entregaron el poder a Frei. Lo cual era un deseo que mucha gente compartía.
Entre ellos, Antúnez, que siguió siendo director del MNBA, hasta -por lo menos-
noviembre de 1973.
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