Había dos palabras en la columna anterior: arreo y desvarío. La primera fue escrita para designar el funcionamiento
del área de artes visuales. Arrear
bueyes; conducir un piño. Supone la
figura del artista como un arriero. Es
así como entienden hacer política. Pasar
animales de contrabando a través de pasos
cordilleranos no habilitados. La segunda fue inscrita para designar la
impostura de las artes mediales, en su fuga respecto de las exigencias del
espacio audiovisual, porque de lo contrario, Rivera estaría frito. Solo puede especular en el terreno de la
“medialidad” porque no es capaz de levantar nada serio en el terreno de los
Medios, en sentido estricto. Lo único que hace bien es diseñar dossiers
con citas bien diagramadas destinados a embaucar a incautos funcionarios.
La “medialidad” chilena parece justificarse por la sola
realización de una bienal de post-video, cuando en términos estrictos su
destino está en el área de la “industria creativa”, apegada a la industria de
la entretención (videojuegos) y de la inteligencia policial. La fotografía es la sección subordinada entre
la visualidad y la medialidad de servicio, sin saber a qué atenerse,
subordinada a la voracidad de operadores de festivales que le consumen parte significativa
del presupuesto.
Todo parece conducir al mantenimiento subsidiario de las
artes visuales, la fotografía y las “artes mediales” como una sobra
institucional jamás consolidada en el terreno de las Industrias
Culturales. En la medida que (de)muestran
su imposibilidad estructural de constituirse en industria son protegidas como
zonas precarias de una creatividad desfalleciente. El problema no son los
artistas ni los fotógrafos ni los “artistas mediales”, sino los funcionarios
que determinan la calidad y cantidad de los créditos. Por ejemplo, el destino
de la fotografía es la industria editorial a través de la promoción de este
nuevo formato de salvación que es el foto-libro. Ya no debiera haber festivales de fotografía
sino ferias de foto-libros. El soporte “natural” de la fotografía es el libro y
no la sala de exhibiciones.
Los video-artistas no existen ya como secta minoritaria,
porque el video ha devenido soporte mayoritario de artistas en el seno de
escenas post-pictóricas, con fuertes alianzas con una post-musealidad de primer mundillo. Desde su fracasado intento por incorporarse a
la televisión cultural y a la exhibición medial musealizada, los video-artistas
tienen que rendirse a la evidente exigencia de ser simplemente, artistas visuales,
y competir por una lonja de espacio de
sobrevivencia con los operadores de
dispositivos objetuales y de intervención social en el mercado de la Alternativa. Si a este contingente le agregamos a las
coreógrafas y coreógrafos que no participan de la industria de la programación-a-mil y buscan un hueco
entre las ruinas (escenografías
encontradas), tenemos una “nueva invención” presupuestaria: la transdisciplina frágil e indocumentada.
En relación a lo anterior, el área de artes visuales,
fotografía y medialidad del CNCA refleja la realidad de un síntoma de
in/constitución programada. Ante este tipo
de fracaso, hay quienes piensan que la manipulación de los archivos y la
conversión de los documentos en piezas visuales de una literalidad ilustrativa
puede ser una política ministerial, que
no hay que entender como expresión de una “política pública” sino –simplemente- como la
voluntad despótica de un ministro, asesorado por operadores que han abandonado
la Obra en provecho de una Colusión destinada a reproducir la sabiduría docente como soporte de la mediocridad del arte
chileno contemporáneo.
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