Después de mi columna sobre cómo había que mostrar lo
invisible de la ciudad en los nuevos emprendimientos de arte político
neo-decorativo, apareció publicado un statement firmado por los curadores del mencionado
proyecto. Podrían haberlo hecho antes. De todos modos, aún de manera reactiva, conforma la operación
según la cual “a presentación de partes,
relevo de pruebas”.
El mencionado escrito que pretende poner en el lugar
adecuado la operación, comete un error gravísimo, que consiste en exponer los
principios de una supuesta innovación a partir de un análisis preliminar del
arte público, absolutamente regresivo. Es decir, que no se compadece con la más
mínima solicitud de pertinencia metodológica en el trabajo con las fuentes y en
el uso del ya dudoso concepto de precursividad.
A lo que se agrega que la segunda parte, la de la
fundamentación del proyecto actual, se
escuda por semejanza en los apuntes elaborados en las cercanías editoriales de
lo que el Reina Sofía comenzó a inventar, cuando le rebajaron sustancialmente
el presupuesto. Fue su mejor momento porque descubrió el “mundo de lo común” y
lo incorporó a su trabajo de legitimación barrial, que ya era lo último a lo
que podía recurrir cuando entró en crisis la urbanidad del arte.
Entonces, el statement de Rivera es un copy/paste de
la “mejor” teoría española de la Alternativa,
a costa de los dineros públicos y privados.
Es para la risa.
Rivera y asociados nos enseñan que El Quebrantahuesos y la interminada escultura de Lorenzo Berg son los
precursores del arte público chileno. Y
luego, que esta saga es continuada por la obra de Ortúzar y asociados en el paso bajo nivel
de Santa Lucía. Y luego, por cierto, el
CADA.
Es curioso como la
indolencia de los aprendices termina
siendo el eco de un discurso subordinado a la fuente que dicta el mito. Lo de Lorenzo Berg y lo de la vitrina del Naturista se aproximan temporalmente. El arte público -en su versión contemporánea- habría comenzado, entonces, en los inicios de
la década del cincuenta. En una
segunda etapa vendría el mural de
Ortúzar; es decir, el arte público
urbano de la pre-UP. Estamos a fines de
los sesenta. En diez años, dos etapas que afirmarían una continuidad de
propósito. De lo contrario, ¿cómo sería posible articularlos como momentos decisivos de un mismo ascenso formal?
Pero lo que aprendemos es que Lorenzo Berg terminaría, sin
saberlo, prefigurando el arte minimalista.
Lo cual es un forzamiento analítico de envergadura, porque Berg no
funcionaba con la conceptualización ni la analítica que conduciría al
minimalismo anglosajón a montar su epopeya. Es un escultor que no abandona el campo de la
escultura. A menos que nos vendan la pescada pasada de
que ya Lorenzo Berg era un precursor de la escultura
en el campo expandido. Solo puedo decir que esta denominación proviene de la crítica americana de los
noventa y que dudo que sea eficaz, conceptualmente hablando, proyectarla de
manera regresiva, a la situación de la práctica artística de mediados de los
cincuenta.
Ahora, hacer depender
de El Quebrantahuesos todo el programa de este encuentro, es de un
voluntarismo digno de un total abuso, similar al que pone en la misma línea a
La Lira Popular. Lo grave es que Rivera no señala la especificidad de las
condiciones de su aparición como arte
público en una coyuntura en la que no se concebía como tal, sino tan solo como
impreso mural. Ahora, que a todo impreso
mural lo denominaremos de ahora en adelante “arte público”, ello obedecerá a
una extensión voluntariosa del término hacia una situación que no había
producido el concepto tal como hoy lo conocemos.
Lo anterior es similar al forzamiento que hacen algunos
artistas cuando declaran que la primera performance
de arte público en Chile, ha sido el campo de prisioneros que se instaló en el
Estadio Nacional, en 1973.
Al final de cuentas, el statement
de Rivera termina asociando diversas disciplinas en busca de reconocimiento
rápido, tales como la instalación sonora, la dramaturgia desteatralizante y la formulación de
ortopedias para la medición de conductas sociales enfrentadas a situaciones de
excepción, con el objeto de ampliar la oferta al fraude comunitario, pero con
garantización institucional.
Los curadores del proyecto no resuelven su impostura
porque incorporen a los dirigentes de
juntas de vecinos, porque resulta
evidente que su rol de interlocutores
los valida en una mediación asegurada
por el interés de fortalecer su representación,
en contra de toda disidencia vecinal.
Está contemplado en el paquete de
la fabricación de verdad barrial de la que el arte público neo-decorativo se
hace vector. Justamente, porque las
condiciones de decoración se han visto severamente transformadas y pasan a
formar parte de la ilustración de acompañamiento en un proyecto gubernamental de mejoramiento barrial.
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