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jueves, 11 de julio de 2019

HIJOS




La distinción practicada en la última columna supone aceptar la existencia de dos invenciones narrativas durante el periodo compartido entre 1970 y el 2000; a saber, la Invención Perrault/Forsyth y la Sujeción Garretón/Moulián. Vale decir, novela del exterior y novela del interior; intriga fatalizante y subordinación presupuestaria; para cada momento, entonces, el modelo que da cuenta de la configuración orgánica de la historia de los discursos y de sus modos de financiamiento y reproducción ampliada como insumos de la industria de la gobernabilidad. Ahora, como he sido fiel a la persecución novelística del informe político como novela chilena del período, sostengo que John Le Carré corresponde al momento de aparición de la literatura de la descomposición, cuando la derrota política de un conglomerado determinado resulta de envergadura y no queda más que el recurso a la poesía chamánica para sobrevivir en medio de las ruinas. De ahí que su última novela, “La herencia de los espías”, trabaje la epopeya de HIJOS, acarreando consigo algunos problemas que recién han podido ser tematizados. La pista me ha sido proporcionada por el propio autor, al momento de hacer evidente sus agradecimientos, como final de la novela, en que hace manifiesta su gratitud hacia Philippe Sands, que con su ojo de jurista y con la sensibilidad de ser un gran escritor, lo condujo a través del maquis de las comisiones parlamentarias y de los procedimientos jurídicos. Justamente, porque siendo una novela de espías, trata de las responsabilidades individuales. Es decir, la vieja cuestión de saber dónde se detiene la obediencia a las órdenes venidas desde arriba y dónde comienza la responsabilidad cuando se toma iniciativas individuales. No era necesario haber leído ningún tratado de teoría militar soviética para montar la ficción de una guerra popular de masas, en el final de la guerra fría. Tampoco era necesario recorrer las acumulaciones de citas sobre el doble poder en Lenin, acomodando los párrafos a las necesidades inmediatas del discurso. Ni tampoco había que recurrir al Foucault express para demostrar las virtudes de la micro política del poder. Bastaba con leer una novela de espionaje. (Risas).  Siempre he incluido en las columnas estas palabras. Algunas personas no saben a qué corresponde esta mención. Son notas terminales para poner en evidencia los momentos relevantes de una oratoria-río. Estas servían de pausa para reforzar las virtudes de la oralidad referencial del comandante supremo. Entonces, el discurso era publicado en separatas /suplementos de revista Punto Final, con observaciones de aprobación oficial: Risas, Aplausos, Aplausos prolongados. Luego, todo era (a)firmado por el Departamento Revolucionario de Transcripciones Taquigráficas. Para luego pasar a la Historia absolvente. De modo que  en la novelística chilena del interior, la Sucesión Moulián/Garretón pasaba a constituir el caudal decisivo desde el cual sería posible reconocer la narrativa del período ascendente de las luchas, pero en el terreno de las representaciones, que es donde finalmente se define la distribución de los fondos adquiridos para poder seguir funcionando como productora de insumos para la industria de la gobernabilidad.   Pero en la filigrana, lo que se editaba era la novela de unos HIJOS que aparecerían en un momento determinado a reclamar su derecho a la herencia. ¿Y cual podría ser? ¿Reconocimiento filial? ¿Qué es eso? ¿Saber, simplemente, de donde se viene? ¿No involucra, acaso, saber sobre las condiciones de la muerte de los padres, cuando éstos tomaron el camino opuesto en la industria señalada? Al menos, se podría hablar de tres herencias: la de los padres que son inscritos en la escuela de guerrillas, la de los padres que son enviados al interior a formar la guerrilla de Neltume, y la de los padres que cayeron en las operaciones del FPMR o que son responsables de haber “encarnado” una política militar determinada. Los HIJOS tienen derecho a hacer todas las preguntas, aún a sabiendas de no saber si tendrán la fortaleza para soportar la verdad. ¿Cuándo será el día en que sean citados los responsables de haber practicado una lectura de la fase, cuyas conclusiones condujeron a producir una interpretación de las luchas, según las cuales unas personas fueron enviadas a sostener determinados combates, que estaban perdidos de antemano? Es decir, de cómo una dirección política se hace responsable  de haber enviado a la muerte a sus militantes, en virtud de una ficción arbitraria. Digamos, por el solo deseo de cumplir con un imperativo destinado a acomodar la voluntad de una dirección política con las ruinas de un mito fundador. De eso no hay historia. Los narradores de la Sucesión Oficial en el dominio y manejo de las ciencias ya presupuestadas no dirán una sola palabra. Porque también habrá que preguntarles hasta donde y en qué medida se hacen responsables de sus omisiones y manejos de tolerancia analítica, redoblando las funciones de policía en el discurso de la corrección forjado a la medida de sus inversiones tribales, sobre todo cuando difieren las preguntas y definen el rango de lo tolerable, para no tener que responder de manera directa si el Cuba existe o no, verdaderamente, la dictadura del proletariado.  Finalmente, no son más que eso: una tribu académica (alternativa) que se encargó de mantener levantado el andamiaje nocional de los operadores de marca, que esperaban “dormidos”, como agentes congelados, mientras los otros reparaban la plataforma de regreso para los amigos que ya se habían construido las normas de regreso gracias al apoyo solidario de las socialdemocracias homeopáticas y los comunismos pasteurizados. Lo que será preciso saber es si todavía existen HIJOS que estén dispuestos a  acudir a tribunales con el propósito de exigir responsabilidades penales para quienes hicieron que reconocer  responsabilidades políticas  fuera solo una figura coreográfica acorde con los usos actuales de la memoria.  

domingo, 14 de abril de 2019

MANO CORTADA


Si no hubiese asistido a la conferencia e el museo militar sobre los artistas y la guerra, no hubiese comenzado a leer “La mano cortada” de Blaise Cendrars. Resulta evidente la asociación con una imagen impresa en una aeropostal de Eugenio Dittborn que reproduce una fotografía de la mano cortada de un obrero chino. Pero el comienzo de esta obra de Cendrars me hizo recordar el comienzo de la novela de Theodor Plievier, “Stalingrad”, cuya versión francesa me había obsequiado Eugenio Téllez cuando desarmó su biblioteca santiaguina.

Encontré otra edición de la misma, a tres euros, en una librería de libros de ocasión a pasos de la estación de Metro Jussieu, pero como iba muy apurado  no me detuve a comprarla. Allí estará la próxima semana. No creo que a nadie interese, ahora, una novela como esa. Pero la incidencia de la mano cortada de Cendrars me hizo mucho sentido, porque en 1919 había escrito un pequeño texto en prosa que había titulado “Yo maté” y cuya primera edición llevaba las ilustraciones de Fernand Léger. Eran unos dibujos cubistas.

Pero la verdad es que la mano cortada es un significante que me vincula a la atención ejercida sobre la obra de Eugenio Dittborn, a través de un ensayo de título homónimo, publicado por ediciones Jemmy Button INK a fines de los años noventa. Allí hacía mención a la reproducción del fragmento de fotografía de la mano cortada del obrero chino, para hacer bloque con las zonas de papel cortado a mano (rasgado) como signo de sustitución del subrayado. Los bordes del papel rasgado ya de por sí constituían una fuente de reflexión inestimable sobre el carácter de las líneas limítrofes y los bordes. Tanta tinta derramada y desparramada para señalar las primarias apreciaciones de las tecnologías corporales involucradas en el acto de pintar.

Luego, he recortado tres imágenes en las que se reproduce el gesto de tres personajes concentrados escribiendo. Sócrates, José del Carmen Valenzuela, Lenin. Escena en las que alguien dicta. ¿Qué es lo que Platón le sopla al oído a Sócrates? Como los entendidos saben, es la tarjeta postal derridiana.  Los otros entendidos sabrán que el condenado a muestra recibe el dictado del periodista que le sopla la carta al presidente de la república para solicitar un indulto. El periodista-como-buitre sabe que no habrá respuesta, pero lo expone porque en eso consiste su trabajo. Sacar las castañas con la mano del gato. Entonces, en la final, a Lenin nadie le dicta nada. Es él quien escribe los decretos. Todo lo que escribe tiene ese sello: decretal. Compañeros, escribe, ya es hora. Y sabe que su palabra escrita se transformará en acción, gracias al rol de andamiaje del periódico del partido, y al trabajo de transmisión mecánica de los revolucionarios profesionales que convertirán una palabra escrita en programa de acción. Ninguno de los tres personajes que he retenido tiene su mano cortada.






Pero encuentro una fotografía de Blaise Cendrars que imprimo para recortar y pegar en el diario de trabajo. Está con su uniforme de la Legión Extranjera, sus medallas, un cigarrillo a medio consumir en la mano izquierda. Ni el brazo ni la mano derecha son visibles. Fue un fotografía  realizada después de su convalecencia. Pero leo en algún lugar que se refiere al abultado vendaje del brazo en el muñón como a la “guagua”, a un cuerpo de niño, que le es desde ya externo. Una especie de objeto transicional excesivamente próximo. Aprenderá a escribir con la mano izquierda. ¿Quién le dictó  “La mano cortada”, novela publicada en 1946, que no satisface el canon de la novela heroica establecido por Barbusse, Genevoix o Dorgelès?  Más bien lo encontramos más cerca de Céline o de Hemingway, en cuanto a describir el embrutecimiento de los sin-grado destinados a la carnicería.

¿Podemos hacer esta distinción sin cometer una grave injusticia? Comenzar hablando  de “manos cortadas” para terminar con los que ponen las manos (por otros) es una buena manera de abordar la crisis orgánica de la izquierda, que debe recurrir al modelo mosaico de la poesía chamánica (las tablas de la Ley).  Se lo preguntaré a Roberto Merino. Hablaremos de los que escriben bajo dictado y de los que escriben como si dictaran. ¿En cuál de los dos bandos nos reconoceremos? Más de un astuto lector tardío de Althusser dirá que tal disyuntiva no existe y que somos-dictados-por-la-estructura (como un significante imaginario).