La distinción practicada en la última columna
supone aceptar la existencia de dos invenciones narrativas durante el periodo
compartido entre 1970 y el 2000; a saber, la Invención Perrault/Forsyth y la Sujeción
Garretón/Moulián. Vale decir, novela
del exterior y novela del interior;
intriga fatalizante y subordinación presupuestaria; para cada momento,
entonces, el modelo que da cuenta de la configuración orgánica de la historia
de los discursos y de sus modos de financiamiento y reproducción ampliada como
insumos de la industria de la gobernabilidad. Ahora, como he sido fiel a la
persecución novelística del informe político como novela chilena del período, sostengo
que John Le Carré corresponde al momento de aparición de la literatura de la
descomposición, cuando la derrota política de un conglomerado determinado resulta
de envergadura y no queda más que el recurso a la poesía chamánica para
sobrevivir en medio de las ruinas. De ahí que su última novela, “La herencia de
los espías”, trabaje la epopeya de HIJOS, acarreando consigo algunos problemas
que recién han podido ser tematizados. La pista me ha sido proporcionada por el
propio autor, al momento de hacer evidente sus agradecimientos, como final de
la novela, en que hace manifiesta su gratitud hacia Philippe Sands, que con su
ojo de jurista y con la sensibilidad de ser un gran escritor, lo condujo a través
del maquis de las comisiones
parlamentarias y de los procedimientos jurídicos. Justamente, porque siendo una
novela de espías, trata de las responsabilidades individuales. Es decir, la
vieja cuestión de saber dónde se detiene la obediencia a las órdenes venidas
desde arriba y dónde comienza la responsabilidad cuando se toma iniciativas
individuales. No era necesario haber leído ningún tratado de teoría militar
soviética para montar la ficción de una guerra popular de masas, en el final de
la guerra fría. Tampoco era necesario recorrer las acumulaciones de citas sobre
el doble poder en Lenin, acomodando los párrafos a las necesidades inmediatas
del discurso. Ni tampoco había que recurrir al Foucault express para demostrar las virtudes de la micro política del poder.
Bastaba con leer una novela de espionaje. (Risas). Siempre he incluido en las columnas estas palabras.
Algunas personas no saben a qué corresponde esta mención. Son notas terminales
para poner en evidencia los momentos relevantes de una oratoria-río. Estas servían de pausa para reforzar las virtudes de
la oralidad referencial del comandante supremo. Entonces, el discurso era
publicado en separatas /suplementos de revista Punto Final, con observaciones
de aprobación oficial: Risas, Aplausos, Aplausos prolongados. Luego, todo era (a)firmado
por el Departamento Revolucionario de Transcripciones Taquigráficas. Para luego
pasar a la Historia absolvente. De modo que en la novelística chilena del interior, la
Sucesión Moulián/Garretón pasaba a constituir el caudal decisivo desde el cual sería
posible reconocer la narrativa del período ascendente de las luchas, pero en el
terreno de las representaciones, que es donde finalmente se define la
distribución de los fondos adquiridos para poder seguir funcionando como
productora de insumos para la industria de la gobernabilidad. Pero en
la filigrana, lo que se editaba era la novela de unos HIJOS que aparecerían en
un momento determinado a reclamar su derecho a la herencia. ¿Y cual podría ser?
¿Reconocimiento filial? ¿Qué es eso? ¿Saber, simplemente, de donde se viene? ¿No
involucra, acaso, saber sobre las condiciones de la muerte de los padres,
cuando éstos tomaron el camino opuesto en la industria señalada? Al menos, se
podría hablar de tres herencias: la de los padres que son inscritos en la
escuela de guerrillas, la de los padres que son enviados al interior a formar
la guerrilla de Neltume, y la de los padres que cayeron en las operaciones del
FPMR o que son responsables de haber “encarnado” una política militar
determinada. Los HIJOS tienen derecho a hacer todas las preguntas, aún a
sabiendas de no saber si tendrán la fortaleza para soportar la verdad. ¿Cuándo será
el día en que sean citados los responsables de haber practicado una lectura de
la fase, cuyas conclusiones condujeron a producir una interpretación de las
luchas, según las cuales unas personas fueron enviadas a sostener determinados
combates, que estaban perdidos de antemano? Es decir, de cómo una dirección
política se hace responsable de haber
enviado a la muerte a sus militantes, en virtud de una ficción arbitraria. Digamos,
por el solo deseo de cumplir con un imperativo destinado a acomodar la voluntad
de una dirección política con las ruinas de un mito fundador. De eso no hay
historia. Los narradores de la Sucesión Oficial en el dominio y manejo de las ciencias
ya presupuestadas no dirán una sola palabra. Porque también habrá que preguntarles
hasta donde y en qué medida se hacen responsables de sus omisiones y manejos de
tolerancia analítica, redoblando las funciones de policía en el discurso de la
corrección forjado a la medida de sus inversiones tribales, sobre todo cuando
difieren las preguntas y definen el rango de lo tolerable, para no tener que
responder de manera directa si el Cuba existe o no, verdaderamente, la
dictadura del proletariado. Finalmente,
no son más que eso: una tribu académica (alternativa) que se encargó de
mantener levantado el andamiaje nocional de los operadores de marca, que
esperaban “dormidos”, como agentes congelados, mientras los otros reparaban la
plataforma de regreso para los amigos que ya se habían construido las normas de
regreso gracias al apoyo solidario de las socialdemocracias homeopáticas y los
comunismos pasteurizados. Lo que será preciso saber es si todavía existen HIJOS
que estén dispuestos a acudir a tribunales
con el propósito de exigir responsabilidades penales para quienes hicieron que
reconocer responsabilidades políticas fuera solo una figura coreográfica acorde con
los usos actuales de la memoria.
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