En
la comuna que publiqué el 5 de enero hice referencia a las “intervenciones
gráficas” de Leppe en las páginas de
Revista CAL, en las semanas previas a la realización de la “Acción de la
estrella”. Ahora tengo la duda de si no fueron publicadas después,
con el solo propósito de legitimarla de
manera suplementaria. El propio Leppe se
referirá a ellas, años más tarde, como
“ocupaciones editoriales”, usando un léxico de “toma de terreno”.
Aprovecho
para decir que me resulta sorprendente que los artistas totémicos de los años ochenta
hayan estado siempre fascinados con el léxico de las luchas urbanas. Todos
apelan a la seminalidad vanguardista de ocupar de “sentido” los “sitios eriazos”
de la cultura y de la política. Parece que ni siquiera habían leído a T.S.
Elliot, porque si hubiese sido el caso no sostendrían la ingenua impunidad que
los caracterizaba en el uso político de las metáforas de sustitución.
Luego,
en la columna del 5 de enero mencioné la
“intervención gráfica” de Leppe en el
número de revista Art Press de septiembre de 1982. En este
caso, la imagen de Leppe no era la ilustración de los otros textos;
ni de Dittborn, ni de Richard. Era una “intervención” a secas en el corpus de
la revista; es decir, era el “texto visual” de Leppe, que debía ser considerado “obra”, en una
condición similar a lo que ya había realizado en revista CAL.
Pero
me faltó decir que en mayo de ese año, Juan Domingo Dávila había viajado a
Santiago trayendo ejemplares de sus propias ediciones realizadas en Australia, que empleaban el formato de la foto-novela
para elaborar un intervencionismo gráfico desde la crítica homosexual del familialismo
chileno.
Si
alguien pone en duda lo que digo me basta con conducirlos al magnífico catálogo
en línea que ha logrado editar el equipo
de trabajo de colecciones del MAC. Busquen
las obras de Dávila que hay en esa colección. Son dos cybachrome de tamaño
“afiche” en que están reproducidas las portadas de estas producciones gráficas
radicales que realizó Dávila, y que estuvieron presentes en el sitio de
realización de la acción corporal conocida como “La Pietà”, realizada por
Leppe/Richard/Dávila, como dije, en mayo de 1982, mientras preparaban el viaje
a la Bienal de Paris, donde Leppe editaría otra “interferencia gráfica” para
dar cuenta de su acción en el baño de hombres del Museo de Arte Moderno de la
Ville de Paris.
Todas
las referencia a lo que acabo de decir se encuentran en www.carlosleppe.cl,
de modo que todo esto (a)parece estar convenientemente documentado.
Pero
regreso a la columna del 5 de enero,
porque en ella hago mención a una
ocupación gráfica ejemplar, realizada por Dittborn en una doble-página del
catálogo de la exposición “Face à l´histoire”, organizada en el Centro Pompidou
en 1996. A los pocos días de haber sido
publicada, mi amigo Antonio Guzmán, pintor que vive en Quilpué y que hace
clases en Santiago en una escuela de arte, me pregunta de donde había sacado la imagen que “subí”
para ilustrar el texto. Hasta que se trasladó a mi escritorio en el CEdA y
quedó pasmado por la riqueza informativa que proporcionaba el catálogo y por la
utilidad que le podía brindar para sus propios cursos. Sin embargo, lo que llamó poderosamente su atención fue la
doble-página de Dittborn. Entonces, vino
a verme nada más que para “tocar con los
ojos” ese impreso.
Frente
al catálogo, caí en cuenta del poder que ejercía el objeto de varios kilos de
peso que me traje en una valija de mano, de Paris, en un viaje diez años
después de la realización de esa exposición en el Pompidou. Y lo compré,
justamente, en la librería Flammarion, en el rez-de-chaussée, porque estaba en el estante de saldos y a un muy
buen precio. O sea, lo estaban rematando. Confieso mi predilección por
recuperar libros de arte y catálogos de exposiciones en saldos, varios años
después de haber tenido lugar. Es una manera de luchar en contra de la
instantaneidad letal de un arte que ha perdido toda consistencia. Al menos vivo
la ficción de que el peso del catálogo reemplaza la densidad del arte perdido.
Más bien, que un saldo diferido me restituye la idea de una densidad que ya se
había desvanecido.
Tratándose
de Dittborn, nada se desvanece en el aire, porque está impreso, y esas manchas si que no salen con nada[1].
De modo que lo primero que había que ver era, justamente, la portada del
catálogo. Hela aquí:
Como
se puede apreciar, sobre fondo rojo, las palabras están impresas en blanco y
negro; es decir, colores que remiten al imaginario nazi. Ciertamente, es un detalle. El sub-título de
la exposición, en un cuerpo de letras desproporcionadamente pequeño, instala
una idea que en nuestro medio puede causar unos efectos insospechados. Veamos
la traducción: “El artista moderno delante
del acontecimiento histórico”.
Primera
noción que tengo sobre el carácter “moderno” de Dittborn como artista. Yo
siempre lo percibí como un “artista contemporáneo”. Pero un catálogo de este
rango impone sus condiciones. A Dittborn no le cupo más que aceptar
“comparecer”, como si el modo de
presencia de un artista estuviese determinado
por un léxico judicial que lo convierte
de antemano en un imputado.
Entonces,
Dittborn, como imputado ha sido obligado a comparecer en el tribunal distintivo de la historia del arte, que
sanciona un crimen de pertenencia. ¿Contemporáneo o moderno? Esa es una pregunta
que Pablo Chiuminatto planteó en la jornada de simulación que el CNCA organizó
el 2016 en el Ex Congreso, para dirimir sobre el destino del arte en Chile.
Es
muy probable, y la intervención de Chiuminatto me parece que iba en ese
sentido, que vivamos la nostalgia de un modernismo pictórico tardío que se
habría vuelto interminable, y del que la marca “escena de avanzada” no sería
más que la “completación” de un ciclo y no la apertura de uno nuevo. No habría
arte contemporáneo, en Chile, sino un arte moderno interminable e interminado.
¿Ven
lo que ocurre cuando uno compra catálogos viejos a precio rebajado en una
librería adjunta a un museo/centro de arte? Quiere decir que se estaban
des/haciendo de un stock de libros que ocupaban un espacio que la editorial
necesitaba para exhibir sus novedades.
La
suerte es que nadie leyó el libro en Chile. Nadie supo. Nadie quiso saber. Hasta que en el 2006 debo haberlo encontrado
en las condiciones que acabo de relatar. Lo inquietante es cómo la portada de
un libro puede determinar la comprensión entera de un período. Dittborn,
que comparece en el tribunal como un artista contemporáneo, parece
injustamente acusado de ocupar una denominación que no le corresponde. ¡Eso no
puede ser! Debiéramos acudir a la asesoría jurídica de Cancillería, porque esta
situación modifica drásticamente la percepción que podemos tener de nuestra
inserción en el campo diplomático del arte contemporáneo.
Déjémoslo
ahí. El sub-título en la portada del catálogo es “lo que hay”. Veremos cómo, en
su interior, Dittborn aprovecha “lo regalado”[2]
para insertar en el corpus su doble-página infractora. Lo cual me habilita para pensar que acepta la
indisposición nominal promovida a nivel de portada, para re/posicionar
materialmente una indicación de contemporaneidad semiológica y no “hermenéutica”.
La
portada del catálogo, sin embargo, prosigue con su lógica de presentación de
manera impecable e implacable. Porque lo que tenemos por encima del bloque
tipográfico del sub-título es la reproducción de una pintura de Victor Brauner,
realizada en 1934 y que pasa a ser el emblema de la exposición. Es decir, para una exposición periodizada
entre 1933 y 1996, la “emblematización” corre por cuenta de la historiografía
anti-fascista, que acompaña heroicamente la capitulación de las democracias
occidentales ante el ascenso del nazismo.
Lo
que ocurre es que para el período cercano a 1996, no hay emblema de forzamiento.
Es aquí donde Dittborn entra a editar la
infracción de la doble-página; en el sentido que su concepto editorial solo
puede ser concebido como fractura en la historia, de los modos de hacerle
frente. A estas alturas, Antonio Guzmán
me conmina a trabajar abiertamente la hipótesis de la infracción, porque es la
que más le conviene, siendo como es, un respetuoso absoluto de la obra
dittborniana. Pero sobre todo, de sus procedimientos. Que de hecho, pasaron
desapercibidos para los grafistas del catálogo y para los curadores. Aunque, en
algún lugar, toleraron su insistencia para organizar su defensa jurídica. Es
decir, siguiendo las pautas de la
“jurídica y verdadera razón de Estado católica”[3],
teniendo al significante-santo-sudario
como plataforma contemporánea de lo
no-contemporáneo.
[1]
Referencia a una página de la “edición de grabado” realizada por Dittborn bajo
el título “Fallo fotográfico” en que afirma que “una fotografía es un papel
lleno de manchas que no salen con nada”.
[2]
Esta es una mención al título de la obra presentada por Dittborn en el envío hors-contingent a la Bienal de París de
1982: “A caballo regalado no se le mira el diente”.
[3] Deferencia a Pedro Barbosa Homem,
jurisconsulto portugués que publica en
1626, “Discursos de la jurídica y verdadera razón de Estado católica”.
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