En diciembre del 2013 le envié un correo a Mario Navarro en
el que le decía que no me había gustado para nada su exposición en el MAVI. Ahora, que no me haya gustado la exposición
de Mario Navarro, no significa –necesariamente- que haya sido una “mala
exposición”; sino solamente que no respondía a mis expectativas. Lo cual, tampoco es grave. Bueno. Sostengo,
igual, que con buenas piezas se puede
hacer malas exposiciones.
Buscando en mis archivos unos materiales para trabajar sobre
la crítica, me encontré con la carta
enviada en diciembre del 2013. La he
tomado como punto de referencia. Me
niego a reproducirla. Es corta. Le debo avisar a Mario y solicitar su
acuerdo. Prefiero comentar algo que
escribí y sobre lo cual el lector no tendrá ninguna prueba. Mario tendrá que
guardar silencio y hacer como que la recibió. Pero aún así, la ficción es más
que verosímil. Hagamos como que,
efectivamente, acusó recibo.
Le mencionaba en ese correo que en la exposición había
piezas que por si solas cumplían el rol de “cabezas de serie” para enfrentar la
filialidad de penetraciones en
profundidad sobre la estructura interna de las obras. Entonces, había demasiadas “puntas” y eso me
incomodaba enormemente. Por ejemplo, unos tapices de referencia “olla común” que
ostentaban su propia contradicción como “relatoras de historias
significativas”, y que en el negocio de la memoria han adquirido un alto valor cultual, pasaban a
convertirse en momentos generativos, en enunciados gráficos inicializantes
de una historia. Inicializar es una
palabra que proviene de las ilustraciones (iluminaciones) de las
primeras letras de un capítulo. El espacio de la letra devenía un espacio
visual. La letra hacía efecto de
figuración significativa. Los tapices,
ilustraban, no ya un programa partidario, sino el programa del dolor, que en
algunos niveles se convertía, a su vez, en un programa del dolor. Recuerden: zonas de dolor, en la poesía primera de Zurita.
El trabajo de la crítica está en la historia común de los días y no
puede pasar por alto el estudio de las palabras empleadas por Carolina Tohá
para des/entenderse de las sospechas que le caen encima. Su lenguaje dice más que ella misma. Ela es su modo de expresión. Las palabras de
desestimiento terminan por hundirla.
Esta tarde, en Bio-Bio, la recordaré: quien se explica, se complica.
Mario Navarro fabrica un hundimiento de sentido en el uso de
ciertas palabras, asociadas a ciertas imágenes transcritas gracias a los
hilvanes y los pespuntes. Lo hace de
manera metódica, siguiendo las leves variaciones de las homofonías parciales. ¡Genial!
Hace-hacer los “hilvanes y
pespuntes” de su propia procesualidad de
trapero de la historia.
Es lo que ocurre con Dean Reed, que no puede dejar de ser
asociado a John Reed, el autor de Diez
días que estremecieron al mundo.
Este viene a ser el fondo de referencia.
Sin embargo, la total desmarxistización del medio artístico actual y actualizado impide recuperar el
potencial revolucionario de estas asociaciones.
Dean Reed fue muy
conocido en la democracia de antes. Esa
es la democracia en que existe Editorial Quimantú, que imprime la obra de John
Reed y que era vendida en los kioskos. Después
vino la película –Reds- en que trabaja Warren Beaty y que es sobre la vida de
John Reed. Un actor seductor que no hace más que promover simpatía hacia el izquierdista
noramericano.
La película era una intriga que hacia ostentación del heroísmo miserabilista del militante derrotado como
condición de la complacencia comprensiva de una historia que ya no se puede
leer (read). Y lo que hace Dean Reed al lavar la bandera
es lavar la sangre (red)
derramada por sus compatriotas. En es
época, el Doctor Spock se declaró en
contra de la guerra de Vietnam. Dijo que no había escrito sus libros ni traído
a tantos niños al mundo para que terminaran muertos en los arrosales del
sudeste asiático. Hay que decirles a los estudiantes de hoy que Vietnam era un
asunto muy serio, en el discurso, en la conciencia y en las acciones de los
estudiantes de 1967, por ejemplo.
Mario Navarro se
ocupa del segundo Reed; el cantante de rock que lava la bandera en la Embajada de los EEUU
mientras el presidente Johnson ordena los bombardeos estratégicos sobre Vietnam
del Norte. Siendo ésta, una época
próxima a la primera exposición de arpilleras en el MNBA, organizada por
Nemesio Antúnez, porque amaba las expresiones artesanales más auténticas del
pueblo. Esas arpilleras de Isla Negra
son la proto-historia de las
arpilleras de las (otras) mujeres
durante la dictadura.
Ya hice la mención a Jean Lancri, nuestro amigo francés que
vino a colaborar con la Maestría en la PUC, a fines de los noventa. Uno de sus aportes, entre otros muchos, fue
haber mencionado la tragedia de Filómela
y Tereo. El Tío Permanente que corta la lengua de su Sobrina para impedir que
ésta Hable. Entonces, ella borda sobre un tapiz la historia de su
violación. El Partido, es decir, la
categoría de partido político puede ser asimilada al gesto de Tereo: cortar la
lengua de los otros para poder hablar por ellos. Sin embargo, no calcula que la víctima de la
mutilación se tomará en las manos, literalmente, la facultad de decir lo suyo. Pero también, Jean Lancri nos introduce en
las subordinaciones conceptuales que provienen de la segmentación tipográfica
de la formula duchampiana ready-made y
su transformación en “read” y “made”, que viene a significa aquí como una
“lectura hecha a la medida”. (Pero esto ya lo dije en un ensayo sobre
Dittborn que escribí en ¡1988!)
Mario Navarro resitúa
en el gesto de Nemesio Antúnez una
locación para recuperar las relaciones diagramadas entre artes populares y arte
contemporáneo. De todos modos, Mario
Navarro hace-hacer un trabajo sobre arpillera que se des/solidariza
de la historia oficial y que convierte a Dean Reed en un objeto perdido,
recuperado en el tapiz, disimulado en la
silueta del vaquero en la publicidad de
Marlboro.
Había que imaginar que de todos modos ese tipo de tapiz de las “tejedoras” de Isla Negra
es contrario al tapiz triunfante de Gracia Barrios confeccionado especialmente
para el edificio de la UNCTAD III. Este
último era un tapiz-mural que se abanderaba
como el programa de un enunciado que correspondía a su título y al carácter de
la coyuntura: Muchedumbre. Era una gran “pintura” confeccionada con
trozos de género, en que los trapos reemplazaban las zonas de color como si fueran
las “sopas” de un procedimiento
serigráfico.
Los de antes saben a que me refiero al hablar de
“sopas”. Se trata simplemente de
figuras planas sobre una cama de tinta. Sopa y cama son palabras inusuales para
designar este tipo de procedimientos de mecánica simple. Al final, el tapiz es una pieza emparentada
con el cubre-cama, que viene a cubrir y metamorfosear la función del
sudario. Pero a fuerza de desconfiar de
los efectos del traspaso de los residuos del cuerpo, las tapiceras han remarcado enfáticamente el
contorno de los indicios de narración, asegurados con un punto de hilo, para rematar la decisión de hacer
visible aquello que ha sido
escamoteado.
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