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sábado, 15 de septiembre de 2018

DISIDENCIA, DESINENCIA, DISONANCIA.


  

Hace años, Mario Navarro participó en una versión de la Bienal del Mercosur, como co-curador. Celebré dicha situación bajo la siguiente consideración: el diagrama de obra le permitía sostener una hipótesis exhibitiva. Todo tiene su punto de partida en la obra como un modelo activo de producción de relaciones entre una práctica artísticas y otros tipos de prácticas sociales y rituales, con las que comparte una cierta atractividad metodológica.

El asunto es que veinte años antes de esta experiencia de Mario Navarro, escribí un ensayo sobre el trabajo de Eugenio Dittborn. El título de la penúltima sección era “la pintura como etnografía”. Que no se me acuse de parodiar el título de Foster –el artista como etnógrafo- cuya traducción española data del 2001. Baste con leer a los antropólogos y etnógrafos franceses de entre-guerras para considerar que Foster es un comentarista de ingenuidad perversa, cuyo “giro etnográfico” viene a resolver el problema ético de accesibilidad laboral para curadores de izquierda que trabajan en el seno de instituciones, financiadas con dineros “autonómicos” para venir a hacerse la América a costa nuestra (Risas). Ya saben a qué me refiero.  

Mario Navarro, trabajando en el seno de una bienal sub-zonal brasilera experimenta el malestar de operar en el seno de una institución, con un modelo de trabajo que va contra la ideología implícita de los programadores culturales y los notables de la burguesía local.  Si convertía el diagrama de su obra plástica en modelo de producción de una bienal, eso lo convertía en un disidente. Fue lo que ocurrió.

Lo anterior apunta a sostener que el artista que se ubica en la posición del etnógrafo, se sitúa, de manera inevitablemente necesaria en una posición formal disidente,  que a la larga, se transforma en una desinencia política.

Así como Eugenio Dittborn sostiene en uno de sus textos (entrevistas) que el carácter político de su trabajo está en el pliegue, antes de que se popularizara la lectura de Deleuze al respecto, del mismo modo, Mario Navarro sostiene que lo político de su trabajo está en el método. En este sentido, los “antiguos marxistas” distinguían el método de la investigación respecto del método de la exposición. Me refiero a que Mario Navarro articula ambas acciones: la investigación de la expresión, haciendo de esta última una condición investigativa desde las variables que le proporciona el diagrama postulado en el curso de la investigación. Pero todo tiene, como punto de partida, un biografema.

Antes de que Foster instalara el canon del retorno a lo real como un verdadero modelo de negocios, Mario Navarro implementó la estrategia de Juan Downey, que nunca jamás había abandonado lo real, y por lo tanto nunca pudo gozar con su regreso.  Este introduce, entonces, una disonancia, sobre todo cuando debe enfrentar las amenazas de muerte que le son proferidas como condición de desarrollo de su propio trabajo, durante su estadía en territorio yanomani.  Claro: en la etnografía se pone el cuerpo (en cuestión).

Recuerdo que en 1969 el ICTUS realizó el montaje de “Introducción al elefante y oytras zoologías”, de Jorge Díaz, bajo la dirección de Jaime Celedón. Había una escena en la que se mofaban de los funcionarios que arriesgaban su vida en los pasillos de congresos, organismos internacionales y laberintos partidarios, mientras se encendía un cartel en el fondo del escenario donde las luces iban formando, de a poco, encendiéndose de manera progresiva,  la frase “el Che ha muerto”. Entonces vino Debray, imbuído con todo su prestigio de no haber muerto con el Che, a entrevistar a Allende desde La Teoría de la Revolución dentro de la Revolución. Ese era el título del ensayo con que este ex alumno de Althusser había impresionado tanto a los cubanos. Parece que era un mal lector de Voctor Segalen.

Cuando Herbert Fichte visita Santiago en 1971, se está en la etapa de fundación de un museo de la solidaridad, pero no menciona una sola palabra de eso.  Carlos Jorquera tampoco lo hace. No le interesan los museos sino la calle, las compras, las ferias, los saunas, las micros, etc. Y lo mejor: no le funciona la grabadora alemana. Todo mal. El inconsciente tecnológico le juega la pasada a Allende: no desea registrar lo que ya está escrito como dogma. Como dirían hoy día las especialistas en “insubordinación de los signos”, Fichte elabora una escritura quebrada, insumisa, diferente, ofuscada, omitida, remanente, fracturada, infractora. No estoy de acuerdo. Fichte es periodista alemán absolutamente sobre determinado por la radiofonía y su escritura es taquigráfica. El libro, de hecho, tiene dos partes: la primera es la escritura de Fichte, la segunda es la transcripción de la entrevista con Allende. Obviamente, hay interpolaciones. ¿De las debemos al editor? Suponemos que Ronald Kay (Ur) ya había comenzado a escribir “Variaciones ornamentales”, donde decía que anticipaba La Catástrofe.



domingo, 3 de septiembre de 2017

EL ARTE CHILENO OFICIAL COMO CAUTELA DE SOBERANIZACIONES ANTICIPADAS.


 Los gestos contra-institucionales  forman parte de las baterías de recursos combatientes de quienes hacen de la infracción una política de conducta y de conducción de procesos.  Hago la distinción porque la conducta es un hábito masivo que no necesariamente participa de la conducción de un proceso. Este último le cabe a quienes hacer el trabajo de rentabilización de las conductas de otros.

La historia de las luchas urbanas en Chile proporcionan las bases, digamos, “arqueológicas”, de esta tendencia que adquirió carta de ciudadanía entre funcionarios estatales que desde sus instituciones salieron a buscar a la calle a las “fuerzas sociales” que podían encarnar sus proyectos de avance de carrera. Así las cosas, es comentado el caso de funcionarios que promueven actos de ocupación ilegal de predios,  no solo para impedir su rápida tugurización, sino para levantar demandas pro-patrimonialistas y contra-especulativas de fácil adscripción ciudadana, solo con el propósito de hacerse un nombre para una candidatura al municipio, que por lo demás, jamás prosperó.  El funcionario tenía una fuerza social de apoyo, pero no entendió que debía articular su ofensiva con una férrea y no menos elaborada intriga en las internas de su propio partido. No lo hizo y perdió, dejando abandonadas a las huestes iniciales, que dicho sea de paso, adquirieron una visibilidad que los llevó a desear unos objetivos que ya los funcionarios no podían satisfacer y se convirtieron en un incordio para las autoridades. Gran parte del poder extorsivo de lo que Guattari llama “no garantizados”  tiene su origen en esta primera tentativa de manipulación de la contra-estatalidad, por parte de agentes del Estado.

Lo descrito  con anterioridad forma parte de las mitologías de las soberanización, que consiste en hacer una toma, primero, consolidar una “cabeza de playa”, mantenerse durante una unidad de tiempo razonable, para solicitar protección en Tribunales argumentando, justamente, a partir de la experiencia de  “ocupación soberanizante”,  por efecto de legitimación de una ocupación ilegal, gracias a la acción de ayudistas expertos en recursos de protección.  No sin antes constituir una fuerza de choque y auto-defensa destinada, más que nada, a forjar una ilusión de fuerza en medio de un conflicto en el que se busca alcanzar un status quo de larga duración, hasta que la autoridad “no e queda otra” que acreditar un dominio.

La contra-constitucionalidad atribuida en la columna anterior a ciertas acciones de la  Señora Presidenta no es una construcción intelectual y política de la que haya que hacerla  directamente responsable, sino más bien ella resulta ser un personaje que resulta “ser trabajado” por la estructura paranoica   que la sobre/determina  en lo político y en lo militar.

No pudiendo sostener una política militar de insubordinación de los signos,  la Señora Presidenta resultó ser lo suficientemente hábil para encarnar el espíritu de una contra-estatalidad sustentada en una singular interpretación de la teoría leninista del “doble poder”,  reducida al espacio de maniobras que le proporciona el Poder Ejecutivo.  El conglomerado que la llevó a la primera magistratura solo deposita  en ella un cúmulo de esperanzas, muchas de ellas no cumplidas,  o pésimamente implementadas, da lo mismo, pero deja al Ejecutivo la responsabilidad de convertir el rencor en  horizonte de una pulsión constituyente,  dejando en estado de latencia el deseo de soberanización. 

En esta reflexión, repito un fragmento de la columna anterior, para insistir en un hecho que me resulta capital:

En esta misma lógica se planteó el envío de Bernardo Oyarzún a Venecia. Lo genial de todo este asunto es que el envío no es más que un síntoma distintivo de (todo) este significante político anticipativo contra-constituyente”.  

Al final, todo este rodeo no tendría  otro propósito que sostener la hipótesis según la cual, el arte sería aquel espacio simbólico privilegiado que anticiparía la contra-contituyencia de algo-que-no-sería-él, dando pie a pensar desde ya un ministerio destinado a formalizar actividades contra-estatales, al interior del propio aparato de Estado, con recursos de éste.  Este ha sido el gran diseño para el que se ha prestado Ottone, que vendría a ser como el “Eyzaguirre-de-la-cultura”,  por satisfacer la leal  condición de perro faldero. 

Sin embargo, para  gran pesar de los diseñadores de la infracción oficial convertida en academia,  en la escena chilena ya no hay artistas a la altura de semejante empresa de contra-instituyencia, de modo que  los actuales operadores de la anticipación intersticial deben  conformarse  con  recurrir a ilustraciones  de segundo orden de las recomendaciones de la UNESCO,   en lo que a diversidad cultural se refiere.