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domingo, 1 de abril de 2018

LA BIBLIA (3)



Lo prometido es deuda. Hablo del ejemplar de “La Biblia”.  Sostuve en la última columna que nadie conocía su contenido. Es decir, que solo algunas personas habían tenido el ejemplar en sus manos  y  que lo habían guardado por años, sin darlo a conocer.   En 1982,  entonces, era una obra que no podía ser difundida.

En mi interés por trabajar la historia de los documentos, debo declarar que en 1982, una publicación  como la designada fotonovela titulada “La Biblia”, en verdad,  es una obra  pensada para “intervenir”  de manera directa en el debate interno y que es necesario pensarla en relación a la producción de Eugenio Dittborn de 1981. Es preciso que se recuerde las dos producciones que edita en esa fecha: el libro único “Un día entero de mi vida” y la edición de grabado (realizada en 47 ejemplares en fotocopia).   Juan Domingo Dávila realiza uno de sus viajes  a Santiago desde Melbourne  en abril de 1982 y trae en su maleta una cierta cantidad de ejemplares de un impreso que mima la portada de revista “Times”.  Ante la artesanía local de las ediciones de Dittborn, Dávila presenta un impreso en forma.

En sentido estricto,  “La Biblia”  no es una fotonovela.  Más bien, solo algunas de sus páginas reproducen unas puestas en escena fotográficas sobre cuya configuración será necesario decir algunas cosas, en el terreno de las fuentes y de las tecnologías de reproducción. Lo cual no es un asunto menor en el análisis.

En “La Biblia”, formada por 16 páginas, 8 cuartillas, la doble página  central está ocupada por  una fotografía de doble página  en que se reproduce la pose de  Dávila-Virgen  tendido  de espaldas sobre una cama, en actividad auto-erótica, acariciando su tetilla derecha,  usando de mantilla una bata de boxeador, al tiempo que exhibe sus piernas  cubiertas por medias de malla agujereadas.  A un costado de su cuerpo se  encuentra una botella  de Coca-Cola  (1 lt) junto a cuya base  se distribuyen  tres polaroids que reproducen la escena ya descrita.  Frente a Dávila-Virgen se ubica un joven en paños menores que sentado  a sus pies,  observa a Dávila. La pose es ambigua porque sugiere que ya han consumado o están a punto de consumir un acto sexual.  

En la página de la derecha,  sobre el hombro del joven, se reproduce la frase “mi vida”,   situándola levemente sobre la reproducción de una escena fotográfica de un orificio en el muro de madera, como si fuera una sección de gloryhole, junto a la cual se advierten fragmentos de cuerpos desnudos.   Es como declarar que “mi vida es (gozar) del agujero de la Gloria”.  Más que nada, disfrutar la Gloria de tener (disponible) el agujero.  Aún en la descripción no se puede dejar de acumular una tasa mínima de interpretación.



En la zona superior de la página izquierda se introduce un brazo con el puño de la camisa adornada con barras de la bandera estadounidense, mientras los dedos índice y del corazón sostienen un billete de un dólar.  Eso indica la situación de meter la mano para prostibularizar toda relación posible.
En la zona inferior de la misma página, sobre el blanco de la cubierta de la cama Dávila ha escrito la frase “I´m no Angel”, subrayando la palabra no. Justamente, la frase ha sido escrita debajo de las tres polaroids que reproducen la escena (en abismo)  de la doble página.  

Los lectores se preguntarán cual será el propósito de describir una escena de la que existe reproducción fotográfica. El esfuerzo no es vano, porque  el objeto del trabajo, al menos en esta fase, es  poner  atención en los detalles de la configuración.  María-Virgen ha dejado de sostener al Niño entre sus brazos y lo dispone a sus pies, para hacerlo sujeto de contemplación de su auto-erotismo.  ¿Para qué lo tendría en brazos sino para depositarlo sobre la cama-cuna, convertida en el lugar de una “escena de origen”  incestuosa? , ¿Acaso Dávila no elabora una hipótesis acerca de la incestuosidad de la escena  chilena plástica “originaria”?

A la doble página central  le corresponden las páginas 8 y 9 de la publicación. Las páginas 4, 5, 6 y 7 acogen la impresión de una serie de viñetas de Tom of Finland, que continúa en las páginas 10, 11 y 12,  en que se despliega un catálogo de  estilos de la industria del porno gay.  Dávila traslada a su “fotonovela” una serie de dibujos del artista gay más relevante de la escena internacional.  Pero el relato queda encuadrado entre las páginas 1, 2 y 3, para el comienzo, para dejar las 13, 14, 15 y 16 como cierre. Entre las páginas, 8 y 9, como he señalado,  Dávila reserva  la escena de la doble página en  que el Niño contempla la escena auto-erótica de la Virgen-madre-puta. 

De acuerdo a esta distribución, las páginas propiamente fotográficas se localizan al comienzo y al final de la publicación,  como si estuvieran destinadas a contener el desborde   potencial del dibujo que proviene de otro autor –Tom of Finland-,  como si buscara  Dávila aprovechar su autoridad  garantizadora.  Tenemos dos regímenes gráficos: uno primer , en que Dávila recurre a la autoridad de otro;  uno segundo, en que Dávila  construye unas escenas fotográficas  a partir del registro de acciones.

Así las cosas, en página 2 y en página 15 están los cierres del modelo de la “pietà”, re/trasvestida. Lo cual, desde ya, en 1982,  expresa  una posición radical. Sobre todo, cuando en la escena de la página 2, una mamadera quebrada, partida en dos, remite a la situación dramática que señala que aquí ya no hay  nada para mamar.  Ni siquiera  (desde) las imágenes referenciales en la propia historia del arte local, ya que el único artista que emplea el modelo de “la pietà” es Dittborn.  Pero esta es una plataforma para sostener que, al no poder mamar, ya no hay consuelo.



Sin embargo, nadie desea leer en esa coyuntura que el travestismo y la homosexualidad pueden ser una plataforma de crítica de la cultura. Cuando de hecho, es una consideración común en algunos autores locales.

El desconsuelo por la rotura de la mamadera  es re/semantizado en la página 13, en que  Dávila reproduce la fotografía del descenso  inquietante de una aeronave hacia una zona (a)signada con la cruz beuysiana, que no hace más que “citar” la cercanía analítica, que para el arte chileno, tuvo la exposición de Vostell en Galería Epoca, organizada por Ronald Kay,  que hasta ese momento se ha ocupado de escribir sobre la obra de Dittborn.  Dávila hace una parodia del décollage vostelliano, invirtiendo sus términos para señalar  el colapso de la aeronave, habilitando una sinonimia entre “descendimiento de la cruz” y  “descenso catastrófico” de una máquina concebida para andar por los cielos. 

Hay que poner atención en la frase escrita en el cielo. ¿Disculpen? Me parece que es una directa alusión des/dramatizante de la acción del CADA (1981) “Ay, Sudamerica”.  Dávila no tiene empacho en darles una lección de realismo político, escribiendo sobre ese cielo, no un poema, sino un enunciado político: “La ley del Padre: norma semiótica oficial es símbolo de… “, para continuar en la página siguiente: “castración cultural”.  Aquí, en página 14, la imagen es  una descomposición de la referencia beuysiana anterior,  cometiendo el atentado  simbólico a la mano que se exhibe solo por la amenaza de mutilación del dedo(fálico).  La interdicción de paso, señalada por la mano, está marcada por un parche curita, que habilita la zona de victimación.

La frase “la Ley del Padre” puede aludir de manera verosímil a la ley que impone  la categoría del partido político.  En el fondo, toda organización autoritaria que encause la energía vital de las masas.  Esla hipótesis de Dávila  tiene como fondo la arguemntación de Marcise acerca de la “des/sublimación represiva”.  En nombre de la “unidad de acción” en contra de la dictadura, se somete el discurso crítico a la tolerancia  del  servicio de sustitución del partido político. Esta tarea de sustitución es realizada por Flacso y SUR,  eminentemente.



Hay que precisar la crítica de Dávila hacia las “escrituras en el cielo”.  Para eso no requiere montar el espectáculo de la producción que produjo la escena de fotografía en el cielo de Nueva York, sino que imprime sobre la zona  celeste de la fotografía que anuncia el crash, la sentencia  que declara que todas esas acciones son la expresión de la norma semiótica destinada a montar sustitutos compensatorios de lo irreparable.

En esta página, Dávila imprime la frase con letraset, que es otro guiño critico al uso que Dittborn hace de la letraset en sus trabajos. Pero es una letraset que simula una escritura manuscrita. Es decir, aquí es el propio artista que pone la mano, allí donde el otro la retira, porque manda a escribir a otros sus textos, para que quede la impronta de una caligrafía semi-analfabeta. Dávila no hace eso. Escribe directamente,  convirtiendo la manuscripción en una simulación cuyos signos le son proporcionados por la industria gráfica.  Esto quiere decir,  que Dávila toma a Dittborn  “al pie de la letra”.  

Para terminar con esta página: Dávila sigue parodiando a Dittborn y sus diseños en que exhibe las condiciones de su trabajo, marcando las cruces de calce  con un pincel y pintura. Eso no se hace en la industria gráfica, ya que los calces para establecer las señales de corte del papel deben estar identificados con líneas realizadas con un rapidograph. Aquí no. Lo que hace Dávila es poner cruces donde no se debe, con los utensilios que no se debe.  Poner cruces significa crucificar las condiciones de reproducción del texto, para destinarlo a hundirse en el  nicho señalado por la cruz que señala un espacio de atención médica de urgencia, que señala otra sustitución; a saber, la cruz  ya no señala un lugar de resurrección, sino de una posta de primeros auxilios, porque la pintura poseería una función balsámica que Dittborn y Leppe se encargarían de recusar.

Ahora,  no hay que dejar de tener en cuenta  que el interés en este documento está determinado  por el cierre del proyecto Fondart sobre la obra de Leppe.  He puesto atención en él, solo porque su portada ampliada estaba reproducida en unas láminas que ningún crítico ni historiador parece recoger, ya que se las trata, apenas, como simples láminas. Incluso, ambas ya pertenecen al acervo del MAC, pero no se tiene  un relato de cómo esas láminas ingresaron a su colección.


Lo curioso es que en la descripción de las “obras” que están en el MAC, se hace mención inmediata a la interpretación marial, pero se desestima completamente el rol activo que juega este documento en el debate interno de la escena plástica, sobre todo entre las obras de Leppe, Dittborn y Dávila, en la coyuntura de  abril-mayo de 1982. Entonces, espero haber constribuido a su difusión como un documento no suficientemente leído, por razones que habrá que investigar. Mi hipótesis ya ha sido formulada en las columnas anteriores y siempre estuvo clara, desde ese mismo instante:  Leppe/Richard no podían permitir que el trabajo de Dávila se convirtiera en un referente que pusiera por delante la homosexualidad como plataforma crítica, antes de que se hubiese  levantado el campo de la crítica feminista. En este sentido, Leppe/Richard jugaron un rol clave en la omisión y control del trabajo de Dávila, solo tolerando  su pintura y encuadrando todo lo que “se saliera de ella”, como el video que fuera reproducido durante la acción de Leppe/Richard/Dávila y la publicación “La Biblia”, firmada por María Dávila.

viernes, 1 de diciembre de 2017

HABLAR DE LA WEB DE LEPPE


 El 29 de noviembre, a la salida de la estación El Golf, recibí un llamado telefónico de Francisca Gabler, periodista de La Tercera.  El objeto de su llamada era que preparaba una nota sobre el trabajo que habíamos realizado con el equipo de www.carlosleppe.cl  De este modo, conversamos durante unas ocho cuadras. En verdad, ya tenía unas ideas muy claras sobre el asunto y me preguntaba para qué me llamaba. Quería confirmar algunas cosas y saber detalles que probablemente hacen la diferencia a la hora de redactar la crónica.

Entonces, ayer apareció la nota en la sección Sociedad Cultura. Me dije: no está mal para que hable de la web. El tema no era solamente Leppe. Recordé que en el convenio del Fondart había una línea relativa a la difusión del proyecto. Con eso basta, pensé.  Además, ya hemos hecho presentaciones formales de la web. Todo bien, hasta ahora.



Lo que me sorprendió fue el título: “Arte y provocación”.  No para mal, sino en cuanto señala una diferencia de sensibilidad en las lecturas, entre lo que se podría entender como provocación en 1982 y en el 2017.  Bueno, sobre todo, porque en 1982 no hubiese sido posible publicar la foto que aparece ilustrando la crónica.  Todo ese material gráfico apenas circulaba en un ambiente cerrado,  simbólicamente protegido, remitido a una circulación restringida. No digo que no fuesen conocidas, pero todo lo relativo a la participación chilena en la Bienal de Paris era un asunto que solo interesaba a una parte muy mínima de la izquierda. Es decir, los principales detractores del trabajo de Leppe se situaban en (una parte de) la izquierda.  Lo mismo, el trabajo de Dittborn.   Lo podemos discutir, en otra columna, si alguien se interesa por el tema.

El caso es que una foto como esa, relativa a un trabajo de acción corporal de 1982, impresa hoy día, no tiene nada de provocación. O sea, si se piensa que ayer se cumplió un nuevo aniversario del descubrimiento (1979) de los hornos de Lonquén, la foto de Leppe, en 1982, en la portada de un diario, no significaba nada provocativo.  Pero, las fotos de acciones de arte, siempre poseen un “aura” que las inscribe en una historia de registros. Porque la historia del arte se convierte en la historia del registro de obras.  De lo contrario, un tipo como Galaz no se hubiese hecho tan famoso por  registrarlo “todo” (que equivale a “casi todo”).  La pasión de registro es una pasión nueva que ha determinado algunas pautas en la edición fotográfica. Todo esto viene, desde ya, del diario La Epoca, que renovó la práctica de la edición fotográfica en una prensa imaginalmente obsecuente, hasta ese momento.

De modo que no fue el efecto de una provocación el ver la foto de Leppe en la XII Bienal de Paris. Leppe está tendido en el suelo. Varado como un cachalote herido, con la cabeza emplumada,  respirando apenas,  sobre la moqueta ordinaria (manchada) del museo francés, en un pasillo de acceso (o deceso) al baño de hombres.  Ningún francés se sintió provocado. La mitad de los pocos chilenos que asistieron a la acción lo único que deseaban era que terminara, porque no daba una buena impresión de la lucha contra la dictadura.  Así eran las cosas.  Y un dato muy importante: Brugnoli no estaba allí.  Bueno, lo encontraremos en 1989,  exponiendo en un museo de Berlín, junto a Leppe, sobre una moqueta similar.  Hoy día, ese museo de Berlín es un mall.  Pasó de la cultura, por así decir, al  “otro consumo”.  Interesante regresión.

Pero ahora que veo la foto con detención, y a la luz de lo que le declaré a Francisca Gabler en la entrevista, la mancha en la moqueta del museo parisino es análoga al cuerpo de Leppe en expansión, como si fuese la figura de una gran ameba, una gran materia mórbida,  emplumada, que se expandía sobre  ese cubre-pisos dispuesto a contener el derrame de la grasa corporal venida del extremo sur a indisponer la incombustible  musealidad francesa.  Le dije: “Leppe da espacio a elementos como la humedad, la suciedad y los gestos patéticos”.  Lo que hemos hecho en la web es recomponer la secuencia de dichos gestos, hasta confirmar la existencia de “verdaderos y estrictos guiones” que lo regían, estableciendo una distancia con la noción de “happening” inscrita en su obra anterior.

Digámoslo así: nunca, en Leppe, la memoria del happening surrealistizante fue totalmente modelada por la faja de yeso de un “conceptualismo curioso”, que para darle un estatuto propio lo hemos denominado  conceptualismo caliente, próximo a la humedad y a la suciedad implicada en las operaciones  internas, que tenían su correspondencia en la gestualidad  con que Leppe desmontaba la sentimentalidad homosexual que ponía en jaque la virilidad de la izquierda, que a su vez  dependía de una concepción genital de la vanguardia,  incorporada  como ciencia externa “en el seno de las masas”.

Aquí, Leppe era una sola masa de cuerpo que buscaba regresar a las condiciones originales de lo informe.


La crónica de Francisca Gabler describe el propósito de la web como un dispositivo de trabajo que se ubica antes de la metáfora, para dar acceso a la “materialidad gestual” del trabajo de Leppe. En cambio, el trabajo de la interpretación adquirió un soporte específico, en el formato del Boletín Nº 1 del Centro de Estudios de Arte (CEdA), para dar curso a intervenciones que se proponen abrir el debate sobre la historia de las obras.