Gloria Cortés fue mi alumna en la Universidad de
Santiago, en el campus del Tecnológico, cuando éste quedaba en Dominica y
comenzaban las primeras marchas en el patio en contra de la dictadura. Luego
llegaban las “fuerzas especiales”, lanzaban lacrimógenas y salíamos de las
salas de clases porque no se podía respirar. Estábamos en Comunicaciones y todo
indicaba que Gloria Cortés se especializaría en Medios y terminaría trabajando
en una gran agencia. Pero me la encontré, nuevamente, en otra universidad,
estudiando historia del arte. Fue
entonces que le escuché una magnífica ponencia en que abordaba la historia de los
hermanos Palacios.
En efecto, Antonio
Palacios había llegado a Chile en compañía de sus hijos Manuel Palacios Daqui,
pintor, y Pedro Palacios Rodríguez, escultor, en 1826. Su permanencia en el
país, se extiende hasta 1846, fecha en la que regresa a Quito. Tanto Manuel
como Pedro permanecen en Chile, estableciendo talleres de producción artística
en Santiago y ciudades como Concepción, asociados a pintores como el francés
Boyer y a escultores como el también quiteño Ignacio Jácome y el chileno
Telésforo Allende. Manuel regresa al Ecuador en 1854, para establecerse como
comerciante, muriendo en 1906.
El ensayo que escribió junto a Francisca del Valle
trataba la cuestión de la circulación y la transferencia de la imagen a
comienzos del Chile republicano, esbozando
unas hipótesis muy competentes sobre el comportamiento y
funcionamiento de la escena plástica, en
momentos cercanos al arribo de
Monvoisin. Esto suponía establecer
relaciones entre espacios de reticencia relativa, entre pintura de salón de
clase ascendente y pintura de culto.
De inmediato puse atención en los dos términos. No hay
circulación sin transferencia. Y las transferencias se construyen sobre tramas
de circulación muy definidas. La ventaja de su posición se asentaba en el
estudio histórico de la construcción del paisaje local hispanoamericano y no en la metaforización
extrema de un discurso que pasa al lado de las obras. Y eso ha sido lo que ha caracterizado su
trabajo, todos estos años: ponerse en el centro de las obras.
Bueno. Es justamente lo que hace, por ejemplo, cuando
en el 2009 concibe la muestra “Chile Mestizo” y la realiza en el CCPLM. Lo más grave de esta operación es que puso en
escena el hecho de que la “pintura religiosa” en Chile, viene de fuera y que no
es el fruto de una especie de auto-producción oligarca originaria. Y lo peor:
tenía rasgos no-europeos. O sea: Ya era difícil soportar que el Mulato Gil fuese
peruano y mulato. El nacimiento de la república le debe su puesta en imagen. En
el terreno del culto era la norma. Venir
de fuera. Sin transición. Eso marca una disputa historiográfica y fue acusada
en medios académicos de hacer un uso irreflexivo del término mestizo.
Pero el campo de la curatoría es el campo de los “usos
irreflexivos” de los conceptos. Sería el caso, de “(en)clave Masculino”, porque
aquí, respecto de la historia de la representación del cuerpo en una colección
pública, ¿que más irreflexivo que sostener la hipótesis homo-erótica
inconsciente sobre la que se sostiene la “ideología del cuerpo” en el curso del
siglo XIX? Habría que acusarla, a demás, de anacronismo. Lo que pasa es
que no se sabe si la irreflexión es
efecto directo de un cierto tipo de mestizaje historiográfico, o bien, si el
mestizaje configure desde ya un espacio de irreflexión. Nuestra oligarquía, al no dominar
consecuentemente el dominio sobre el
destino de la imagen religiosa en el momento de (la) independencia, se somete a
reproducir irreflexivamente la
transferencia del sentido común plástico
de la Francia del Segundo Imperio. Es
decir, de lo que creen entender que es
eso, porque tampoco escucharon lo que Monvoisin les quiso decir cuando trajo “9
Thermidor”.
Entonces, el gran aporte autónomo de Gloria Cortés, en
cuanto a pensamiento y a iniciativa curatorial, se sitúa en cuestiones de
periferización ligadas a filiaciones perturbadas y en las grandes cuestiónes
críticas de la teoría de género en historia del arte local.
La mezquindad, la obsecuencia, el chaqueteo, la
persecusión administrativa, son experiencias comunes que Gloria Cortés debe
enfrentar a diario como único argumento
en contra de su trabajo. Incluso, llegan
a subordinarla a oscuros propósitos conspirativos forjados por otros,
cometiendo el acto fóbico de desautorizar su independencia orgánica y dudar de
su integridad curatorial, solo porque no ha estado “patriarcalmente”
disponible para satisfacer arbitrarias decisiones en el campo de la
musealidad y del manejo de colecciones.
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